Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La muchacha gigante de la orquesta

La Orquesta de Cámara de La Habana acaba de cumplir 15 años. Parte de la importante celebración incluye el estreno este sábado de un concierto audiovisual en la pequeña pantalla

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

¡Quince años! Se dice rápido, pero no es poco tiempo en la existencia de la Orquesta de Cámara de La Habana (OCH). Para los 18 integrantes de esa maravilla con cuerdas ha sido casi una eternidad de música sublime. Ya contaba con un lustro de nacida cuando la impresionante directora Daiana García Siverio la hizo tan suya, que es capaz de enumerarle a Juventud Rebelde esos momentos trascendentales de este conjunto que fundara el maestro Iván del Prado en 2006 y que un día también les contará a sus nietos, quienes, de seguro, crecerán entre batutas, pianos, guitarras, flautas, partituras...

La Orquesta de Cámara de La Habana fue fundada por el maestro Iván del Prado en el año 2006. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Tendría que empezar por el Lincoln Center. No nos cansamos de decir que esa noche de noviembre de 2016 tocamos las estrellas. Aquella actuación viene siendo como lo que significa para un pelotero jugar en las Grandes Ligas. Esa será una vivencia inolvidable para quienes estuvimos en la sala Frederick P. Rose. Al igual que inolvidable será la noche en que conocimos a Joshua Bell, unos meses antes, en abril, cuando estuvo en Cuba como parte del Comité de las Artes y las Humanidades del presidente Barack Obama», rememora la reconocida músico, de carrera brillante, que gracias a la magia de la televisión empezó a ser para Cuba, desde el cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, «la muchacha directora de La Banda Gigante».

La OCH jamás olvidará los momentos en que tuvieron al reconocido violinista Joshua Bell como uno más de ellos. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Fue justo el afamado violinista norteamericano ganador de un Grammy —nos recuerda Daiana— quien nos invitó a realizar el programa que ofrecimos en el prestigioso complejo cultural de Nueva York y que fue filmado y producido por la PBS (Public Broadcasting System), para que se convirtiera en una de las entregas del Live at Lincoln Center, la cual resultó nominada a los premios Emmy 2017.

«Live at Lincoln Center se graba íntegramente en vivo, con público, para ser transmitido luego. Te imaginarás que los nervios estaban de punta, porque ahí no existe la posibilidad de: “te equivocaste, vamos a repetir”. Por tanto, nada podía fallar, pero realmente vivimos un momento grandioso. Salimos del planeta Tierra y no regresamos hasta que se terminó el concierto en que intervinieron, además, Dave Matthews, Carlos Varela, Yosvani Terry, Aldo López-Gavilán, Larisa Martínez, Jorge Gómez, Yissi García, Ruy Adrián López-Nussa y Julio César González.

El programa Live at Lincoln Center que tiene como protagonistas a Joshua Bell y la Orquesta de Cámara de La Habana, que resultó nominado a los premios Emmy 2017.

«Otro momento mágico tuvo lugar en un Karl Marx atestado de gente, con Fito Páez como centro, dentro del Festival Leo Brouwer, año 2014. Cierro los ojos y veo al público cantando las canciones junto con la orquesta, acompañando a ese cantautor argentino tan querido por los cubanos. Ese evento también nos dio la oportunidad de estar en la escena junto al violinista noruego Henning Kraggerud, cuya carrera está siendo muy notoria a nivel internacional. Y menciono estas presentaciones por el impacto, no solo por la manera como llenan el tanque espiritual, sino también por el aprendizaje que proporciona este intercambio intenso, durante tres o cuatro días antes de la “hora cero”, que es para toda la vida. 

«Vivimos como en el cielo en los años en que nos convertimos en la orquesta anfitriona del Festival de Música de Cámara Leo Brouwer. No olvidaré, por ejemplo, aquellos días en que los dos preparábamos, en la salita de exhibición del Icaic, la musicalización de una película de Hitchcock para una de las ediciones. Recuerdo que mientras veíamos el filme, el maestro me iba escribiendo como una maqueta, un guion de dónde tenía que entrar en tal música o salir... Fue emocionantísimo primero ver la genialidad de ese genio, y luego materializar su sueño con la orquesta. 

Momento en el que el maestro Leo Brouwer le entrega a la directora Daiana García el Premio Espiral Eterna, que concedía su oficina. Foto: Cortesía de la entrevistada

«De esa experiencia surgió Clásicos de Hollywood, que nos mantuvo en Fábrica de Arte Cubano (FAC) durante tres años con nuestros conciertos con música para cine, diseñados por José Víctor “Pepe” Gavilondo, en los que yo iba dirigiendo, mientras seguía las imágenes de las películas. Pretendemos repetir dicha iniciativa muy en grande, en el Teatro Martí, en febrero de 2022, si la pandemia nos lo permite y, por supuesto, le avisaremos a JR...

«Son estos algunos de los muchos proyectos que nos han hecho disfrutar cada segundo al máximo y que han representado un antes y un después en la carrera de la OCH». 

—Antes de aceptar la dirección de la Orquesta de Cámara de La Habana, cogiste la batuta para conducir la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) y las de las provincias, también las del Conservatorio Amadeo Roldán... Después de tiempo con ese tipo de formación, ¿no sentiste que trabajar con un conjunto de cámara era algo «menor», como bajar de nivel?

—¿Bajar? Ni soñando. Siempre fue subir el nivel. Yo sé por dónde viene tu pregunta, porque me ocurre que hay un momento en que quiero enfrentar algo «grande», es decir, esa «masa sonora». A veces logro añadir más integrantes a la OCH, o mato ese enano, como se dice popularmente, dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional como invitada. No obstante, asumir la dirección de la Orquesta de Cámara significó, sin dudas, un paso hacia arriba y te explico por qué.

«Debo decir que antes estaba fija en el Conservatorio Amadeo Roldán (fueron 13 años con la Orquesta de Cámara y la Sinfónica de dicha institución), al tiempo que permanecía yendo y viniendo a Camagüey, iba invitada a Holguín o Villa Clara; o actuaba, dos y tres veces al año, con la OSN, con la cual hicimos giras compartidas Enrique Pérez Mesa y yo... Quiero decir que por más que yo dirigía todas esas orquestas y me mantenía fija en el conservatorio, no era comparable con tomar la titularidad de una orquesta profesional y del calibre con que la había fundado y la mantenía el maestro Iván del Prado. Por tanto, como sea que lo mires, entenderás que se trataba de un escalón superior en mi carrera. O sea, ya no era una orquesta de estudiantes, donde tenía que estar a merced de las responsabilidades académicas y extracurriculares de esos alumnos (clases, exámenes, actividades...), ni tampoco una profesional con la que trabajaba una semana y me despedía por unos cuantos meses. Ahora se trataba de dirigir la estrategia musical, visual, artística, de una institución de indiscutible prestigio.  

Por más que yo dirigía otras orquestas, nada era comparable con tomar la titularidad de una del calibre de la fundada por el maestro Iván del Prado, admite la García. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Y el reto fue enorme, a pesar de toda esa experiencia de la cual hablas. Te confieso que el primer día de ensayo entré a la OCH temblando, porque conocía perfectamente la sólida trayectoria que traía, a pesar de que solo llevaba cinco años de fundada: el trabajo, los conciertos, los discos, las presentaciones..., eran de una calidad tremenda. Yo solo me decía: “Ay, Dios mío, ¿daré la talla con una orquesta que me puede enseñar?”. Sí, el desafío resultó gigantesco...

«Sin embargo, empezar con la OCH no significaba deslindarme, de ninguna manera de ese trabajo en grande, pues iba a seguir (como todavía sucede) de asistente de la OSN. Cuando digo “en grande” me refiero a la cantidad de miembros, no a la calidad. Nosotros acostumbramos, una o dos veces al año, a sumar vientos, lo mismo para hacer un concierto que para grabar un disco... Por tanto, no me he quedado con esa añoranza, con esa necesidad. A mí me complace mucho, pero mucho, realizar esa labor tan depurada con las cuerdas (son 18 instrumentistas en este instante), que al final siento más mía que lo que pudiera hacer con cualquier otra orquesta».

—Parte de la celebración de la OCH incluye el estreno este sábado en la televisión de un concierto audiovisual...

—Es un concierto que filmamos en octubre de 2020, en esa especie de respiro que tuvimos entre cuarentena y cuarentena, realizado por Mildrey Ruiz, Josué García y la Rueda Films, con el auspicio de FAC, del Instituto Cubano de la Música y del Centro Nacional de Música Popular. Son 11 temas, donde la OCH es la anfitriona de diversos invitados: Buena Fe, Haydée Milanés, Rochy Ameneiro, Pepe Ordás, Luna Manzanares, David Blanco y Kelvis Ochoa.

«Se nos unen instrumentistas sobresalientes que actúan como solistas y también acompañan a los intérpretes: Aldo López-Gavilán, Harold y Ruy Adrián López-Nussa, Niurka González y Malva Rodríguez, el Dúo Espiral (Rodrigo García Ameneiro y Tania Haase), Alejandro Falcón, Julio César González, Janio Abreu y Alejandro Calzadilla... Son 50 minutos que se van volando, y nosotros estamos refelices porque sentimos que ese es el regalo mayor que nos pueden hacer por los 15: este concierto audiovisual que, por la gentileza de la Televisión Cubana será transmitido este sábado, alrededor de las 9:15 p.m. por Cubavisión (después de Las chicas del cable) y que el domingo, a las 10:00a.m. y a las 4:00 p.m., se verá por el Canal Clave. En vez de bailar con vestidos largos vamos a presentar este concierto en la tele».

Para celebrar los 15 de la OCH, la Televisión Cubana transmitirá por Cubavisión y el Canal Clave un concierto que se grabara en 2020. Foto: Cortesía de la entrevistada

—Con cinco años, ya la OCH era un «niño que corría». ¿Qué te propusiste cuando aceptaste la dirección del conjunto: continuar o romper?

—¡Jamás rompimiento! El quehacer del maestro Iván del Prado era excepcional con esa orquesta, y antes con la OSN. Siempre que lo veía me quedaba maravillada, prendada de esa limpieza con la cual trabajaba la música, de la energía que le imprimía. ¿Cómo romper con esa historia? Hubiera sido yo demasiado egocéntrica para acabar con algo que iba tan bien. Yo traté de montarme en ese canal con el deseo de, quizá, abrir más el diapasón a las diferentes aristas: acompañar a los músicos de cuanto género musical existe, tener experiencia de todo tipo, participar en los más diversos festivales... Lo mío era un ansia de llevar esa orquesta hacia todos los lugares del ámbito musical en Cuba. Creo que de alguna manera lo hemos ido logrando.

Lo mío era un ansia de llevar la OCH hacia todos los lugares del ámbito musical en Cuba, asegura Daiana. Foto: Cortesía de la entrevistada

—No son pocos las producciones discográficas en las que la OCH está presente...

—Siempre que sea posible no nos negaremos a las peticiones de los músicos, por muchos compromisos que tengamos, máxime cuando se trata de artistas a los que admiramos y con los que nos interesa trabajar. Por eso es que existen varias producciones en las que aparece Cámara de La Habana. Una de ella es el álbum de Alejandro Martínez, Conciertos cubanos para cello y orquesta, un proyecto muy ambicioso, que exigió meses de investigación y montaje.

—Dentro del catálogo de la música instrumental encontramos un CD como Todo concuerda mejor, Premio Cubadisco 2018...

Todo concuerda mejor es un homenaje a Música para cuerdas, del maestro Del Prado (2010). Este disco nos llevó mucho tiempo, porque se trataba de obras de estreno, escritas o arreglas expresamente para nuestra orquesta y había que darle a cada una la relevancia y la notoriedad que merecía.

«Se supone que Todo concuerda mejor cuente con un segundo volumen, con otros compositores, pero no se ha podido materializar aún. No obstante, no cejaremos en el empeño. De hecho, ya hay seis temas montados esperando a que la “normalidad” regrese».  

—Háblame de las piezas que conformaron Todo concuerda mejor.

—Mi sueño era hacer un disco que de alguna manera fuera la continuación de aquel que concibió Del Prado con los grandes maestros: Carlos Fariñas, Guido López-Gavilán, Jorge López Marín, Tulio Peramo, Juan Piñera, Roberto Valera, Fabio Landa. Como iba a ser mi primer disco con la orquesta, no deseaba que fuera de autores de otras latitudes, sino que, de algún modo, recibiera el legado de Música para cuerdas. Entonces decidí darle paso a la generación siguiente, es decir, a los discípulos de esos mismos ilustres autores.

«Ya tenía montada Pan con timba, de Aldito, cuando un buen día llegó un colaborador habitual con la pieza Todo concuerda mejor. Era Alejandro Falcón, músico excelente y de mucho carisma, quien siempre anda ligado a nosotros, porque, además, Brenda, su esposa, es miembro de la orquesta. Te juro que al escuchar aquel título me quedó claro el camino, supe el tipo de disco en el cual pondríamos nuestro empeño. 

«De inmediato localicé a Ernestico Oliva, quien me había comentado su interés de que tocáramos alguna composición suya. “Estoy terminando un changüí (En Do Pa'ke No Ná)”, me respondió. Con Pepe Gavilondo resultó de otra manera, porque aproveché ese talento inmenso que posee de poner al horno enseguida lo que le pidas, para sacarlo ya hecho. Le solicité un mambo y salió Tóccame un mambo. Con doble “ce”, pues hace alusión a las tocatas. Es una creación brillante y difícil de ejecutar.

Videoclip realizado por Leandro de la Rosa del tema Guajira, de Ruy Adrián y Harold López-Nussa, a cargo de la Orquesta de Cámara de La Habana (CD: Todo concuerda mejor)

«A Wilma Alba, reconocida por su obra coral, la llamé para que nos diera unos de esos danzones para orquesta en los que andaba metida, y entró al disco Danzón No. 2. ¡Precioso! Acudí, asimismo, a los López-Nussa. En mi poder se hallaba la Guajira, de Ruy Adrián: una dulzura que escogimos para nuestro videoclip, y Harold gentilmente se propuso para orquestarla. ¡Bella les quedó! La contribución de Alejandro Martínez, exintegrante de la OCH y con quien grabamos Conciertos cubanos para cello y orquesta, se nombró La Dama de la Luna, una habanera muy emotiva. Mientras, como es muy seguidor de Carlos Fariña, Javier Iha compuso Son del Llano, donde se descubre un saborcito al maestro, pero que tiene, sin dudas, un toque muy personal.

«Juan Piñera, jefe de cátedra de la carrera de Composición en el ISA y maestro de muchos de estos jóvenes talentosísimos, me dio algunos nortes. Me recomendó a Jenny Peña, quien con Cimarrón aseguró nuestras esencias afrocubanas. Como es una violinista increíble, su música está muy bien escrita para las cuerdas.

«Amén de lo mucho bueno “luchado” (escrito invariablemente desde un lenguaje de música de concierto, con los preceptos de una composición para orquesta y la estructura que utiliza un compositor de academia), sentía que me faltaba una conga para cerrar. ¡Tenía que ser una conga porque sí! La luz me la dio también el maestro Piñera al hablarme de Yulia Rodríguez. Una selección tremendamente acertada... Te cuento que el disco ya estaba montado y hasta se había concertado la fecha de grabación para dentro de un mes. Así que con Yulia no nos quedó más remedio que pedir limosna con escopeta (sonríe), porque había una semana para que apurara a sus musas. Pero ella nos sorprendió con A paso de conga, una pieza en verdad deliciosa».

Otras aristas

—¿Cómo es cuando corresponde actuar en familia?

—Muy lindo. La orquesta puede dar fe de lo que hablo mejor que yo. Ellos disfrutan nuestras «peleas», sabiendo cómo será el final, cuando Aldito empieza: «Pero, ¿cómo eres tú la que mandas si yo soy el compositor?» (sonríe). Cuando está la familia en concierto nos privilegiamos con un goce añadido, porque como mismo existe una confianza extrema para convertirnos sin temor en nuestros detractores más severos, para decirnos sin pudor los errores o las sugerencias hay una comunicación muy especial entre todos, que posibilita que sea suficiente una mirada, una sonrisa, un pequeño roce, para que se dé la maravilla en el acto de crear.

De Aldo López-Gavilán el tema Pan con timba, defendido por la Orquesta de Cámara de La Habana, dirigida por Daiana García. Realización de video: Mildrey Ruiz

—La obra escrita por un compositor es, evidentemente, una. Digamos, la Quinta Sinfonía de Beethoven. ¿Qué la hace «distinta» cuando la asumen diferentes directores?

—A ver: hay conceptos estilísticos que se han ido estableciendo, que se deben respetar y no abandonar si quieres hacer un planteamiento serio de una obra, de un estilo, de un compositor. No vas a venir a inventar el agua tibia, ¿no? Sin embargo, te puedo decir que la batuta sí suena, lo cual también depende de cuán profesional sea la respuesta de la orquesta, cuán alto es su nivel para que de verdad se note la diferencia.

«El director o directora es quien debe aunar los pensamientos, los sentimientos de ese colectivo para que “corran” por la vía que ha decidido. Por tanto, existe una dosis significativa de creatividad que corresponde a él o a ella, y que está fuera de los parámetros técnicos, dinámicos, agógicos, estilísticos... La energía que se imprima y el “cuentecito” que se logre transmitir a la orquesta sobre determinada obra son definitorios para que esta suene de una manera o de otra».  

—Por tu labor destacada como directora orquestal te has ganado un lugar dentro de la cultura cubana, sin embargo, un proyecto televisivo como La Banda Gigante te presentó a toda Cuba... ¿Volverías a repetir la experiencia?

—¡Por supuesto que sí! No voy a mentir. La Banda Gigante me enriqueció de muchísimas maneras. Pero, también, por más público que logremos convocar en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, en el Teatro Nacional o en el Karl Marx incluso, jamás será comparable con el alcance que consigue la televisión. Imagínate que hasta los músicos de la orquesta, cuando le preguntan en cuál agrupación trabajan, responden: «en la que dirige la muchacha de La Banda Gigante», que es el colmo de la síntesis a la hora de explicar quién soy yo.

En La Banda Gigante, Daiana en el centro, escoltada por José Luis Cortés «El Tosco» y Alain Pérez. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Fueron tres meses que sirvieron además para hacer visible nuestro quehacer, para que muchos entendieran que agrupaciones como la Orquesta de Cámara de La Habana o la Sinfónica Nacional no tocan exclusivamente Mozart, Beethoven o Chaikovski, sino que también hacen música cubana, desde una perspectiva más académica, pero no por ello menos disfrutable.

«Por otra parte, La Banda... me puso en contacto con un tipo de espectáculo que te expone increíblemente y te obliga a reaccionar con rapidez para poder decidir y explicar el porqué de una decisión. Ese es un entrenamiento que agradezco. Recuerdo que cuando Manolito Ortega, el director, vino a mi casa a plantearme el proyecto, solo le dije: “¿Tú sabes lo que me estás pidiendo? ¡Tú tienes que estar loco!”. “Sí, locuras semejantes a estas he hecho y han funcionado, así que vamos, decídete”, me dijo. Y tenía razón». 

—¿Qué le aporta a tu carrera, además de todos tus otros compromisos, impartir clases en el ISA?

—Es que uno se va renovando mientras imparte clases. No solo consolida esos conocimientos de los cuales a veces ni siquiera eres consciente, porque ya están incorporados, pero a los cuales debes acudir una y otra vez, para traducirlos de la mejor manera a tus alumnos para que te puedan entender.

«Esta es una labor muy estimulante, pues en no pocas ocasiones los alumnos se aparecen con una inquietud, un planteamiento o con una manera de afrontar un proceso, que a uno le resulta novedoso, provechoso, y que se torna un aprendizaje. Transmitir conocimientos propicia una retroalimentación que hace que ese conocimiento vuelva a ti ya filtrado y renovado». 

Amor a 200 por ciento

—¿Así que todo empezó por el piano?

—En mi casa el tocadiscos no paraba: lo mismo se escuchaba música clásica, que trova, el rock de The Beatles..., pero yo empecé a estudiar de manera fortuita. Cuando aquello la Manuel Saumell estaba vinculada de una manera muy estrecha con mi escuela Gonzalo de Quesada. Entonces iban a hacer unas captaciones al azar y así me escogieron a mí. De repente llegó un telegrama a mi casa donde informaban que había pasado la primera prueba. Mi mamá no entendía absolutamente nada. Yo tampoco. «¿Cómo no le había dicho nada?». Te juro que ni imaginaba que me había involucrado en una selección tan importante y tan definitoria.

«De ese modo comencé con el piano, y también, en ese mismo nivel elemental, con la dirección coral, que continué en el medio. Pensaba que Dirección coral, que me fascinaba, iba a ser mi universo, pero apareció la dirección de orquesta y mi mundo adquirió otro sentido».

—¿No quedó ningún trauma cuando te «mudaste» para dirección coral?

—Mira, estudiando en Saumell, mis maestros, todos espectaculares (Héctor Ochoa, el primero; Rosalía Capote después; y por supuesto, Hortensia Upmann, durante años la Jefa de Cátedra y actualmente la maestra de mis hijas, como antes lo fue de Aldito), vieron algo que les hizo saber que el piano no sería mi manera de expresarme, aunque no dudaban que la música vivía en mí. Y ellos, cuando existía un talento que proteger, buscaban las posibles alternativas que ayudaran a desarrollarlo más. Entonces creyeron que dirección coral podría ser una opción perfecta para mí.

«En una etapa en que dicha especialidad contaba con pilares como Bertha Urbay (al frente de la cátedra). Miembro de esa familia ilustre de la música cubana, y dueña de un carisma y un empuje capaz de sacar lo mejor de las agrupaciones corales y de sus alumnos, se convirtió en mi maestra. Y no demoró mucho para ponerme delante del coro, parece que vieron en mí esa cualidad de líder musical natural...

«No puedo hablar de traumas, porque no los hubo. Más bien sentí liberación, porque a partir de ese momento seguí tocando el piano (lo hice hasta el ISA), mas de una manera menos tensa. Considero que el cambio fue positivo para el piano y para mí. El instrumento se libró a lo mejor de una mediocre y yo de una tensión que evidentemente no era lo que me tocaba (sonríe)».

—¿Qué te atrapó de los coros?

—El coro, como el canto en general, tiene una sobredosis de humanidad: al emitir el sonido y no necesitar más que tu propio cuerpo, que tus propias entrañas (lo digo en el sentido literal y en el poético)... Crear la música con tu físico, con tu órgano de fonación, resulta realmente mágico, una sensación fantástica.

«El coro posee, además, ese encanto (como sucede con la orquesta) del trabajo en colectivo: muchas personas entregándose, empeñándose, dándolo todo para que una obra termine siendo única y bella. Me encanta ese compromiso de los mosqueteros de “todos para uno y uno para todos”. Cierto que más allá de lo musical, lograrlo le exige una dosis sicológica alta a quien le corresponda aunar esas expresiones diversas y canalizarlas en un solo resultado, pero es, al mismo tiempo, fascinante. Es lo que más me apasiona de ambos mundos: del orquestal y el coral.

«Estuve por tres años trabajando arduamente con los coros infantiles y juveniles de la escuela Manuel Saumell. Hicimos, incluso, programas de televisión, festivales como Cantándole al sol y Voces del mañana... No fue por mucho tiempo, pero sí un período intenso. Después vino lo de la dirección de orquesta, que pasó de un modo fortuito, porque a pesar de que desde muy jovencita estaba ya vinculada con Aldito, con Guido, se trataba de una cuestión familiar, ni por mi cabeza pasaba la idea de que podría ser alumna de ese maestrazo...».

—¿Cómo te «pusiste» en la pista entonces de la dirección orquestal?

—La inquietud me la sembró la mamá de una alumna: Carmen Oria, periodista a la que quiero mucho y a la cual no puedo dejar de mencionar. Ella fue la «culpable». Un día me vio durante un ensayo con los coros del Conservatorio Amadeo Roldán y al observar mi gesticulación y mi energía, me llamó aparte y me dijo: «He tenido una visión en la que apareces al frente de una orquesta, dirigiéndola». Entonces me pareció algo tan simpático y tan sin sentido, que no le presté importancia, pero ella no dejó de insistir. Decidí escucharla e intentarlo, pero en la forma en que uno decide aprender portugués: más como información, como cultura general, no porque pensara irme a vivir a Brasil.

Te puedo decir que la batuta sí suena, enfatiza la reconocida directora. Foto: Cortesía de la entrevistada

«En fin, que empecé con Guido, quien al parecer apreció que había en mí potencialidades, condiciones, y me dijo: “Vamos a prepararte”, y ahí se abrió otro camino del cual nunca más me he podido separar. Jamás he encontrado algo que me guste más, que me apasione más que dirigir una orquesta, que la sonoridad de una orquesta, que lo que se crea en el seno, en el colectivo de una orquesta. Me gradué en el 2003 del ISA, bajo la tutela de Guido. Para ese entonces dirigía (desde el 2000), como asistente, la Sinfónica Juvenil del Conservatorio Amadeo Roldán y la Orquesta de Cámara Música Eterna».

—¿De qué modo te llevó el suegro en la carrera?...

—Duro. El primer desafío fue separar la familia de lo profesional. Antes de la carrera veníamos de hacer vida en común, de ir juntos a la playa, a almorzar, pasear..., pero había que deslindar esa relación de la de profesor-alumna. Y lo sabemos: cuando existe un vínculo afectivo muy grande, el rigor que se aplica es mucho mayor. De modo que Guido me llevaba bastante aprisa.

«Me recuerdo como si fuera ahora en aquella primera clase, a principios de septiembre: al inicio yo parada en el pódium con el aula repleta para escuchar los consejos que iba dando..., y, al instante, botada del aula por Guido. Había ido con la música semiaprendida, pensando que lo resolvería sobre la marcha. Frente a las dos pianistas, quienes en la clase sustituyen a la orquesta, mi mano andaba perdida y...

«Así fue mi entrada al ISA, como para presentar cartas credenciales: un aviso de que no iba a ser fácil, que ese espacio no era el de la familia y que yo no estaba allí para informarme sobre el Medio Oriente, sino que había elegido una carrera que se tomaba en serio desde el principio. Pasé la vergüenza más grande de mi vida. A la clase siguiente regresé con un dominio de la partitura como si en lugar de Beethoven la hubiera compuesto yo: todo aprendidisísimo y parada en firme».

—¿Con qué te quedaste del ISA?

—Con el rigor con que me marcó Guido para enfrentarme al estudio, a las obras. Ese aprendizaje lo llevo conmigo para siempre. Guido tiene una calidad muy importante como maestro:luego de ver cómo se ha interiorizado la música, cómo se tiene comprendida, asimilada, y sabes por dónde la quieres llevar, entonces él te ofrece las herramientas para que puedas encauzar ese camino que tú mismo has decidido recorrer. Eso es esencial porque hay veces que uno es muy paternalista y quiere darlo todo masticado.

«Mi escuela práctica fue comenzar con Guido de asistente en la Sinfónica Juvenil Amadeo Roldán. En cuanto me colocó frente a esa agrupación empecé a sentirme un pichoncito de directora. Y justamente por ser juvenil, me hacía trabajar el doble… Sin dudas lo que más recuerdo del ISA es el modo de ser de Guido como maestro: el rigor con que nos enseñó a trabajar y finalmente el premio-reto: pararme al frente de una orquesta».

—Por todo lo que me has contado, quiere decir que cuando llegaste al ISA ya Aldito te había enamorado...

—¡Pues mira que sí! ¡Sí, sí, sí! (sonríe). Con Aldito vengo desde los 15 años. Nos conocemos desde los siete, cuando entramos en la Manuel Saumell, pero lo de formar pareja lo decidimos un poquito después, así que cuando matriculé en el ISA, con 18, ya la relación había avanzado lo suficiente...

Con Aldito vengo desde los 15 años, aunque nos conocimos a los siete, cuenta Daiana. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Y las jimaguas cuándo aparecieron?

—Adriana y Andrea aparecieron en mi vida en septiembre del año 2008, y en la música, bueno, desde que estaban en la barriga...

Quedé embarazada tres años antes de que asumiera la dirección de la Orquesta de Cámara de La Habana. Foto: Cortesía de la entrevistada

—Es decir, que ya te habías graduado...

—Sí, y llevaba muchísimos años trabajando con la Sinfónica Juvenil y la de Cámara. Estaba en este período en que viajaba a las provincias... Me hallaba en esa apoteosis cuando quedé embarazada. Yo creo que todo fue fluyendo, no porque yo fuera la más organizada ni la que más planificaba, simplemente sucedió. Ahora que lo miro en retrospectiva siento que cayó en el momento justo. Las niñas iban a cumplir tres años cuando comencé a full time con la orquesta, porque hablamos de una labor que no se detiene ni cuando te hallas en casa. Nunca dejas de ser la estratega, la que debe marcar el paso y el camino de la orquesta.

Andrea (izquierda) y Adriana (derecha) aparecieron en nuestras vidas en septiembre del año 2008. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Había tradición de jimaguas en la familia?

—¡Ninguna! ¡Son las primeras! Ocurrió y no porque a los 28 años me hubiera sometido a un tratamiento de fertilidad. Fue un accidente humano, como dice un amigo (sonríe), que ha sido, definitivamente, lo mejor que me ha pasado en la vida.  Al principio muy intenso ciertamente.

Me costó darme cuenta de que había traído a mis hijas con el mejor regalo que se le pueda dar a alguien, un hermano con quien compartir la vida, confiesa Daiana García. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Mira, yo soy de las que gusta sentarse para reflexionar sobre las situaciones y los momentos que uno vive, pero me costó darme cuenta que había traído a mis hijas con el mejor regalo que se le pueda dar a alguien: un hermano con quien compartir la vida, sus experiencias, sus alegrías. Fue entonces que empecé a coger la vida con más calma, porque siempre me sentía en deuda con una si estaba atendiendo a la otra, con cargo de conciencia, pues, creía, que no lograba dedicarles el ciento por ciento de mí. Cuando salí del atolladero y ya tenía despejada la cabeza, supe que les había entregado el 50 y el 50, sino el cien y el cien. ¡Les había entregado mi amor a un 200 por ciento!».

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