Fernando Hechavarría en unos de los roles principales de la serie LCB La otra guerra. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:59 pm
Durante el rodaje de la teleserie LCB La Otra Guerra, que se ha transmitido cada sábado y retransmitido los martes, nos acompañaron situaciones muy diversas. El año y medio de preparación, rodaje y posfilmación dio fruto en una obra tan querida e imperfecta como los seres humanos delante o detrás de las cámaras.
Intentamos contar las historias de acción, romance y suspenso de un grupo de personajes que viven la Guerra del Escambray, el principal escenario en Cuba de la Lucha Contra Bandidos (LCB) de 1960 a 1965.
Personajes diversos confluyeron en los capítulos de la serie: campesinos que con la Revolución encuentran un nuevo sentido a sus vidas después de una existencia al servicio del latifundio. Otros que no comprenden los nuevos tiempos. Estos se mezclan con personajes cuya existencia se debía al sistema anterior: capataces, guardiajurados, administradores, empleados fieles a los antiguos dueños y abandonados por los terratenientes que tenían la fortuna para irse del país. También exrevolucionarios que pretendían disfrutar de beneficios personales con la Revolución, y al ver que no sería así, terminaron contra ella.
Es la representación de lo que fue ese conflicto: el choque de dos mundos. El viejo orden social del capitalismo y el latifundio contra el nuevo que representaban la Revolución, la Reforma Agraria y la Campaña de Alfabetización.
Muchas claves en las historias de entonces, y que están en la serie, nos sirven para esta Cuba de hoy, en la que se nos quiere presentar a ese mismo viejo sistema disfrazado como «nuevo»: campesinos que no comprendían el carácter colectivo de la cooperativa y que querían confabularse con otros para seguir robando, como hacían con los antiguos dueños. La incomprensión generacional, con jóvenes que por inconformidad y rebeldía ante los mayores identificados con la Revolución, terminan simpatizando con los alzados. Personajes que sabiendo esto intentan influir en esos jóvenes para atraerlos con diverso éxito.
Otros que pretenden presentar a los victimarios durante siglos de latifundio y explotación como víctimas de un régimen que les quitó sus tierras; que tratan de sembrar el miedo al futuro, al «¿Qué pasará?» a los que apoyan a la Revolución cuando esta caiga. Que venden como fortaleza el apoyo de los americanos, «que nunca han perdido una guerra» y «que son los que saben más».
Como también, por nuestro lado, historias de «confiables» que traicionan y «no confiables» que lo arriesgan todo.
De izquierda a derecha: Leandro Cáceres, personaje Tabaquito; Raysell Cruz, personaje Sergio; Humberto Hernández, asistente de dirección y Eugenio Gómez, camarógrafo.
Tras las cámaras estaba la vida que vivimos hoy, que cada vez se convierte más rápido en historia. Vino a Cuba el mismo Papa dos veces, nos visitó un presidente de Estados Unidos, se firmaron los acuerdos de paz en Colombia, falleció Fidel…
Pero el equipo de rodaje se dividía ante acontecimientos más cotidianos. El trabajo se matizaba con las discusiones por los boteros y carrotenientes, con sus defensores que los presentaban como víctimas del sistema, o en justificadores de la especulación de las mafias agrícolas, defensores que después igualmente son robados por estas.
El que llegaba contando que había ofrecido dinero en un hospital para que lo atendieran mejor o más rápido, y lo hacía con el placer de poder decir que no le debía nada a la Revolución. Lo que me recordaba a un primo de mi abuela que se quedó analfabeto por propia decisión, y que se sentaba a ver los discursos de Fidel, atento para saltar si decía que en Cuba no había analfabetismo: «¡Eso es mentira, porque mira, yo soy analfabeto!». Hasta que falleció se consideró la prueba viviente para desmentirlo, y de paso, de que no solo la realidad supera la ficción, los personajes reales también.
O los que se hacían un eco irracional de que volveríamos al período especial, como antes hubo quienes creyeron que les iban a quitar la patria potestad.
Con el tiempo se podían ir reconociendo características de los personajes de 1961 ante las cámaras, entre las personas de 2017 detrás de ellas. Los tiempos cambian, pero la sicología de los conflictos no.
Como también vimos a choferes de camiones o autos que rentamos para la producción, hombres dedicados a trabajos alienados, taxistas de dormir fuera de los bares en la noche hasta que una prostituta los alquile con un cliente. Ver poco a poco, cómo esos hombres iban encontrando placer en sentirse cada día parte de una obra con su oficio, y terminaron haciendo más de su trabajo, incluso queriendo salir en una escena, algunos hasta insistiendo en que fuera de miliciano.
Entonces uno se da cuenta de que, siendo un fenómeno tremendamente humano, la Revolución está hecha de esas revoluciones pequeñas dentro de la gente.
Conversando con su director general, Alberto Luberta Martínez, notábamos que la mayoría de los trabajos aparecidos en la prensa y en la televisión por el aniversario de la victoria de Playa Girón fueron entrevistas o reportajes sobre historias de milicianos, llenas de sencillez y humanismo. Tal vez fue solo idea nuestra, pero nos gustaba pensar que se trataba, sin vanidad, por la influencia de la teleserie. Hay momentos en los que la historia debe contarse desde la gran epopeya; otros desde sus líderes, pero en el momento en que vivimos es importante situar el relato revolucionario en esa suma de individuos humanos y sencillos que es el pueblo.
Humanizar no es disminuir. Hacer entender desde lo humano a quienes lucharon por la Revolución, e incluso a quienes se opusieron a ella, es la mejor forma de transmitirla. Entender las revoluciones es el primer paso para hacerse revolucionario. El imprescindible.
Quien quiera buscar defectos en la serie, los encontrará sin falta, y si conoce la profesión técnicamente, los hallará más fácil. Los que la hicimos podemos enumerarlos de memoria. Pero estamos satisfechos en estos tiempos de habernos ganado la vida haciéndola. Y si en las noches de varios canales, de discos duros llenos de series y películas, de cada vez más fútbol y videoclips, llegó un mensaje al público que lo recibió, valió el esfuerzo.
Fuimos felices y lo seremos más.
Esa es nuestra comunicación política.
*El autor de este artículo trabajó en la realización de LCB La Otra Guerra como codirector.