Cuatro de los integrantes de Acosta Danza: de izquierda a derecha, Ely Regina, Raúl Reinoso, Yanelis Vilma y Patricia González Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 06:29 pm
¿Quién le hubiera dicho entonces a aquel muchacho, que se dispuso por seis meses a comprobar si era verdadera la teoría del alargamiento como consecuencia de dejarse colgar de las escaleras, que le robaría el show al mismísimo Richard Gere? «¿Te imaginas yo siendo la portada de la revista Estilo y el protagonista de Pretty Woman en las páginas de atrás?», le dice Raúl Reinoso Acanda a Juventud Rebelde, contagiando al diario con el asombro que él también vivió entonces en Bolivia.
Tal vez a algunos les suene a cuento, pero a Raúl Reinoso, quien ni siquiera consiguió agregar un milímetro a su estatura (solo se apoderaron de él unas ojeras que le llegaban al ombligo), no le escasean las pruebas para demostrar que definitivamente puso a sus pies a Cochabamba cuando participó, mientras cursaba el último año en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en un festival de danza contemporánea. Entonces bailó Interrumpido, de sus profes Martha Emilia Puentes y Odalis Segura, pieza a la cual se le añadió una versión de Only One, que firmara este muchacho nacido hace 24 años en Guane, Pinar del Río.
«Se quedaron “locos” con nuestra técnica», señala Reinoso, cuyas habilidades como creador se podrán apreciar cuando la compañía Acosta Danza se estrene en la escena de la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el venidero 8 de abril. Será una temporada con siete funciones en las que verá la luz su Anadromous. Y, claro, este joven no puede menos que sentirse algo estresado, pero, esclarece, con estrés del bueno. «Orgulloso porque pasará a la historia que una pieza mía formó parte del debut mundial de la compañía que dirige, nada más y nada menos, que Carlos Acosta.
«En latín anadromous significa correr hacia arriba, se le dice científicamente así a los peces que nadan contra la corriente, y ese es el concepto que defiende la obra: el ímpetu férreo de no dejarse vencer por nada. Anadromous tiene no poco de mi experiencia de vida. De ese espíritu estoy hecho y es lo que me hace el intérprete que soy».
Por lo que JR ha podido apreciar, parece que la postura de Raúl es la de los 25 integrantes de Acosta Danza. Todos ellos, cual salmones, determinaron llegar a lo más alto para cumplir sus metas y sueños. Por esa razón, porque estaban conscientes de su perseverancia, es que los compañeros de Reinoso no le tiraban botas ni almohadazos cuando, a seis meses del pase de nivel, aquel reloj impertinente rompía a escandalizar cuando todos dormían. «Tititití, tititití, y mis socios queriéndome matar. Pero yo, firme: tenía que entrar en la ENA, ¡y lo conseguí! Ya dentro me impuse como estrategia hacerme notar. Como no poseo esa figura que la gente pueda decir: “Ñooo, qué niño más lindo”, me dediqué a concebir coreografías».
Para ese entonces ya no le interesaba ser músico, sino asemejarse a las «bestias» que tanto lo impresionaban de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), la compañía que dirige Miguel Iglesias y que lo acogió al término de sus estudios.
Su entrada en el prestigioso colectivo coincidió con el montaje de Carmina Burana para su segunda puesta en el Auditorio Nacional de México. «Luché y me gané un puesto... Creí que me mantendría en alza, pero lo que vino fue largo banco.
«Una etapa que, mirándola ahora, fortaleció mi preparación y mis ganas, porque tenía referentes muy fuertes, que me estimulaban a querer alcanzarlos». Tanto fue así que se ganó el rango de primer bailarín de esa compañía, que es «la universidad de la danza que alguien sueña.
Todo permanecía muy bien para Raúl, pero tal vez demasiado «en calma», y él necesita estar en constante riesgo para evolucionar artísticamente. «Admito que cuando escuché sobre la convocatoria de Acosta me mantuve tranquilo. Me embullé cuando solo me quedaba un chance, de modo que cuando Carlos llegó al salón me le acerqué y le mentí: “Mire, soy de DCC, de Pinar del Río (sabía que él había pasado por allí en algún período de su vida y quise remover sus recuerdos), pero tuve que viajar hasta allá por problemas urgentes...”. “Ah, de danza, ¿y dominas el ballet?”, me preguntó. “Sí”, volví a no ser sincero. Estaba convencido de que si me dejaba audicionar haría lo imposible por quedarme». Y se quedó.
Se hizo la luz
Muy pronto Gabriela Lugo Moreno atraerá la mirada de muchos cuando piezas como Anadromous, La muerte del cisne, el segundo acto de El lago de los cisnes, y Carmen, que ella protagoniza, lleguen a la escena. Y lo más seguro es que el auditorio se quedará embobecido con la fabulosa técnica de esta joven de 23 años que, siendo pequeña, permanecía delante del televisor y se le esfumaba el tiempo cuando la pantalla se llenaba con las imágenes de bailarinas que ella se empeñaba en imitar.
De esa forma surgió su descomunal pasión por la danza. Lo notó su abuela, que la inscribió en un taller en el Teatro Nacional. «Apenas tenía cuatro años y con esa edad me entregaba a aquella maravilla con una responsabilidad impresionante.
«Recuerdo que un día mi abuela, viendo el sacrificio que representaba, me preguntó si quería seguir, pues notaba que me estaba enamorando de una carrera muy dura. Entonces, yo no poseía una verdadera dimensión de en qué me involucraba, pero me gustaba mucho. A partir de ese momento he vivido por y para el ballet».
Más tarde, Gabriela matricularía en la escuela Alejo Carpentier y posteriormente en la Escuela Nacional de Ballet (ENB), y en uno y otro nivel participaría en concursos en los que logró alcanzar importantes reconocimientos, pero en ese tiempo no todo fue color de rosa. Enseguida supo lo que significa estar bajo el látigo de las dietas.
«Esta carrera, como todo en la vida, tiene sus altas y sus bajas, y hay momentos en que te toca permanecer abajo. Y me ocurrió: me fracturé el quinto metatarsiano en el segundo año de la ENB. Esa lesión me cohibió de veras: tres meses de fisioterapia y después la recuperación, que es siempre lo más complejo. Pensé desistir, porque de pronto empiezas a sentir una presión irresistible sobre ti. Por suerte me repuse, gracias al acompañamiento constante de mi familia y de mi maestra Nor María Olaechea, quien desde que entré en la ENA se fijó en mí y me dio mucha seguridad. Ella me preparó, me ayudó. A la maestra le debo mi formación más profesional. Por su apoyo pude sobreponerme y adelantar, lo cual me sirvió para más tarde ingresar en el Ballet Nacional de Cuba (BNC)».
Durante un lustro estuvo en la compañía más reconocida de la Isla, consciente de que cuando se está en un colectivo danzario de esa envergadura «ya no eres el centro de mira. Debes asumirlo todo por ti misma y conseguir hacerte visible, aunque igual requieres de suerte y que haya personas que te quieran ver. Y no obstante, el Ballet me colocó en un escaño superior en lo profesional». Pero ahora a la Lugo se le ha hecho la luz con Acosta Danza.
«Para mí ha sido como un gran alumbrón... ¿Que si era lo que imaginaba? Sí. Por supuesto que aún es pronto para estar a la altura que Carlos y todos nosotros queremos, pero lo vamos a conseguir».
Lejos del confort
Muchos aguardaban que la vocación de Mario Sergio Elías Leyva desembocara en el universo de las ciencias, por aquello de haberse criado en el ambiente de la Ciudad Electronuclear (CEN) de Juraguá, en Cienfuegos, sin embargo, pudo más la influencia de la mamá, instructora de arte. «De niños nos convertimos en espectadores de sus trabajos en la Casa de Cultura. Ella misma fue quien me preparó para que ingresara en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Benny Moré. Ahora mi hermano, José Antonio, es miembro de DCC, mi casa antes de sumarme a Acosta Danza».
Inquieto como es, Mario Sergio se dispuso de chico a practicar kárate, a participar en círculos de interés de bomberos, bibliotecología…, pero la danza no halló contrincantes, aunque después se las agenció en la escuela para aprender algo de música, adentrarse en el mundo de la plástica...
Su convicción de que la danza era lo primordial solo «flaqueó» cuando en el teatro Tomás Terry se enfrentó a Carmina Burana, de George Céspedes. «Al descubrir a esos bailarines en escena, no vi futuro para mí. Una de las limitantes de estar en provincia es que se cuenta con muy pocos referentes y en verdad lo que aprecié me asustó. Tanto, que barajé la posibilidad de estudiar en un preuniversitario de ciencias exactas, sin embargo, para ese instante ya mi amor por la danza era total».
Tras discutirlo con la almohada, Mario Sergio se presentó y aprobó su pase de nivel que lo llevó a la Samuel Feijóo, de Villa Clara. Dos semanas después ya lo andaba llamando Yasim Herrera Guerra, director de la especialidad de Danza en dicho plantel, para que se uniera al proyecto Talares. «Llevaba a la par la vida de estudiante y la de profesional, pero aún no estaba preparado para tanta responsabilidad, al menos sicológicamente».
Por aquel entonces hubo para él un gran hallazgo: la capital. «Vine como invitado al Concurso Internacional de Ballet y me marcó el movimiento artístico que apareció ante mis ojos, la energía creativa que aquí se respiraba, y decidí trasladarme en segundo año para la ENA. Entré a Danza Contemporánea en una etapa en que había déficit de bailarines. Una suerte tremenda porque DCC me abrió las puertas de Cuba y el mundo al ofrecerme la oportunidad de trabajar con coreógrafos internacionales, y de recibir numerosos talleres que me fueron enriqueciendo.
«¿Podrá existir un privilegio mayor para alguien que se inicia que trabajar con alguien como el español Juan Cruz Díaz De Garaio Esnaola (obra Casi), reconocido coreógrafo y profesor de la compañía Sacha Waltz, una de las vanguardias a nivel internacional? DCC me marcó, sin duda, pues me permitió comprender que la danza va más allá de lo físico para adentrarse en lo emocional, en el mundo de las ideas».
Y como la vida da muchas vueltas, este cienfueguero nacido en Santiago de Cuba, a quien podremos aplaudir próximamente en piezas como El cruce sobre el Niágara, de María Elena Boan, y la Carmen, de Acosta, logró rencontrarse en el conjunto del maestro Miguel Iglesias con la Carmina Burana que tanto lo impactara. «Fue muy importante para mí, porque cuando se volvió a montar me tocó interpretar el papel con el que el excepcional Wesley Estacholi me había deslumbrado. Entonces interioricé que nuestras posibilidades pueden ser infinitas.
«Por Tocororo ya conocía lo que significaba trabajar con Acosta, quien ahora nos convidaba a transformarnos también en fundadores de un sueño. DCC tiene sus bases planteadas y su historia que, por supuesto, se seguirá contando, pero no quería empujar un proyecto que podía sentir como muy mío, motivado además con la fuerza, las ambiciones que nos propone cada día Carlos.
«Eso es muy interesante, porque da la posibilidad de que constantemente nazca algo nuevo y nos obliga a romper esa zona de confort: un lugar mental en el que estamos a gusto y no nos proponemos cambiar nada por comodidad, pero resulta vital salir para ampliar nuestra visión de las cosas, y observar, experimentar, comparar, aprender... Hay personas a las que esto les apasiona y otros a quienes les asusta. Yo me sumo a los primeros».
El gran espejo
Dicen que tener como espejo a la maestra Maricel Godoy, la fundadora de la afamada Codanza, de Holguín, no es tarea fácil, porque su exigencia puede llegar a límites inusitados. Pero, su sobrina Yanelis Vilma Godoy Manzanet nunca buscó otro en el cual mirarse. Para ella jamás existirá, como le aseguró a JR, un referente mejor.
«De chiquita aguardaba con ansias las visitas de mi tía a Caimanera, porque creaba para mí un mundo mágico, apasionante... Me convidaba a improvisar, a bailar...». Y la influencia fue tan poderosa que Yanelis matriculó en Guantánamo y acabó al lado de su principal mentora.
«Sé lo que representa andar por las nubes, porque en Holguín no solo vencí incluso el nivel medio, sino porque también me incorporé a Codanza: seis años en los que no paraba, era como una esponja del tamaño del océano. Maricel Godoy es una “tora” en todos los sentidos. Para ella no hay imposibles.
«En el salón con ella no existe tía, mamá, cariñitos ni palmaditas. Fíjate que cuando estudiante, al llegar de la escuela, me cogía en casa para darme otra clase. Era como una “tortura” (sonríe). “Tía, que no puedo”, le imploraba. “¿¡Que no puedes!?”, y poco a poco me fue inculcando ese sentido de la voluntad por encima de cualquier cosa. Maricel Godoy ha sido mi carrera».
Península insular y La fuente del agua salada son creaciones que Yanelis recordará siempre de su maravillosa etapa de Codanza, pero llegó un momento «en que yo era el referente de mis compañeros, cuando me quedaba tanto aún por aprender, y yo quería seguir bebiendo de la experiencia. Se lo planteé a mi tía y de inmediato me entendió.
Antes de estar bajo la tutela de Acosta, esta joven cuyo arte apreciaremos en obras como Fauno, de Sidi Larbi Cherkaoui, se las agenció para convencer a Iglesias de que debía pasar por su escuela de Danza Contemporánea de Cuba, en momentos en que la plantilla estaba a full. «Le pedí que me dejara tomar las clases. “Si quiere se fija en mí, o no, pero permítame al menos entrenarme”, le solicité y me acogió por cuatro años que han sido fundamentales, porque Miguel sabe guiarte, hacer que luzcas mejor. Al principio creí que no llegaría a ninguna parte, pero me dije: “Voy hacia adelante aunque me estrelle”», y el impulso culminó en su nombramiento como primera bailarina.
En cuanto a Acosta Danza decidió escuchar su corazonada, «y aquí estoy disfrutando a plenitud, fajándome con el ballet a las dos manos, porque me cuesta cantidad, y viendo que lo voy logrando con la ayuda de la maestra y la energía del grupo; viendo a los “clásicos” cómo se esfuerzan por alcanzarnos y nosotros empeñándonos en hacer nuestras sus “locuras”».
Buenos presentimientos
A Laura Rodríguez Quesada, exprimera figura del Ballet de Camagüey (BC), le pasó igual que a Yanelis Vilma, luego de situarse como una privilegiada que a los 24 años ya había hecho suyos El lago de los cines, la suite de Giselle, Grand Pas de Paquita, La fille mal gardée, Don Quijote... «Ciertamente no me puedo quejar, porque pocas bailarinas han tenido tamaña suerte con tan pocos años de experiencia. Confiaron en mí y yo aproveché la oportunidad al máximo».
Si bien su apasionamiento siempre ha sido el ballet clásico —insiste en que jamás se aburrirá de él—, en la escuela se quedó con los deseos de llegar más lejos con el contemporáneo, al que se fue acercando gracias a los concursos internacionales (conquistó dos primeros lugares), por medio de coreografías como Bailarina de Picasso, de Laynier Bernal, y Oración, de Tania Vergara. «Cuando me di cuenta de que era justo lo que Carlos pretendía: llevar ambas líneas, supe que había encontrado la compañía ideal», afirma Laurita, quien no se atreve a imaginar su futuro lejos del universo que su mamá le puso ante sus ojos.
«Ella fue la “culpable”. Le encantaba el ballet, pero tuvo que desistir porque su familia se opuso. Mi mamá sintonizaba instrumentales y se ponía a bailar mientras yo dibujaba, hasta que no solo captó mi atención, sino que ya después yo misma encendía el televisor y me realizaba haciendo miles de murumacas».
Después tuvo que mudarse de Ciego de Ávila para la tierra de los tinajones, y viceversa, para poder acceder a los diferentes niveles de enseñanza del ballet. Se le iba el tiempo viajando, con pases cada 15 días, mas no se quejaba. Su meta era el BC y pudo materializarla. «Me moría por estar en esa compañía a la que tengo mucho que agradecerle.
«Ya ninguna agrupación escapa del éxodo de bailarines y el BC no es la excepción. Ahora los elencos son muy jóvenes, lo cual se nota en la escena. Ahí estuvo la causa de mi decisión. Preparando un contrato, supe en La Habana de las audiciones. Fui a Camagüey y recogí mis zapatillas, porque me encantó este proyecto que presiento que dará mucho de qué hablar».
Entre dos aguas
El nombre de Ely Regina no era para nada desconocido para los seguidores del Ballet Nacional de Cuba, no solo por los papeles de solista que interpretó en dicha compañía, sino porque en su seno dio riendas sueltas a su entusiasmo por idear la coreografía. Y no obstante, prefirió ascender otro escalón en su prometedora carrera.
«Estaba ansiosa por entrar en contacto de manera más sistemática con otros estilos, con otros creadores. En el BNC, por lo general, debía esperar por la llegada, cada dos años, del Festival Internacional de Ballet de La Habana. Por otro lado, lo clásico me arrebata, pero igual me llama mucho la atención lo neoclásico, lo contemporáneo, y yo quería ampliar mi rango de baile.
«De ahí que pensé que Acosta Danza, era el mejor lugar para desarrollarme, incluso como coreógrafa», dice esta muchacha que agradece de corazón los conocimientos y la experiencia que ganó en el colectivo que dirige la prima ballerina assoluta.
Alrededor no hay nada, De punta a cabo, Carmen, Winter Dreams (pas de deux), Je ne regrette rien (solo) y Majísimo, permitirán apreciar cómo la Regina se mueve entre dos aguas.
—Ely, ¿contenta?
—Mucho. En estos pocos meses he vivido más de lo que esperaba. Ha sido arduo, porque he tenido que llevar el cuerpo a otro nivel, asumir movimientos que no estaban dentro de mi registro. Para poder combinar el programa contemporáneo y además asumir el clásico, hemos asumido una doble carga, pero nos sentimos excitados, felices.
Hagamos un trato
Desde niña era una promesa. Lo vislumbró primero la gimnasia rítmica. Tanto brilló en aquel deporte cuyos secretos develaba casualmente en el mismo recinto de Prado donde luego estudiaría nivel medio de ballet, que el mismísimo Doctor Eusebio Leal le entregó la condición de Hija Ilustre y Huésped distinguida de La Habana Vieja.
Hasta los nueve años, Marta Ortega practicó gimnasia rítmica, tiempo en que fue campeona y subcampeona, mas su reducida estatura no le dio el pase para la escuela nacional. El camino se lo mostró su propia entrenadora. «Están haciendo las captaciones para ballet, ¿quieres probar?, me anunció, y sin pensarlo mucho decidió probar.
«Cursé mis estudios de nivel elemental en L y 9, para pasar después a la ENB, pero cuando terminaba segundo año se me ocurrió preguntarle a una metodóloga que había ido a ver una clase de técnica moderna para qué compañía me iban a mandar. La respuesta fue como un corrientazo: “A ninguna, porque cursas carrera profesoral. A no ser que quieras cambiar de especialidad. ¿Te atreves?”, me interrogó. “¿Cuáles son los riesgos?”, quise saber. “Comenzar nuevamente el nivel medio”. “¡De acuerdo!”. ¡Y me gradué con título de oro!».
Como evidentemente no es de las que se paraliza ante nada, al culminar sus estudios, Martica se lanzó al encuentro con Miguel Iglesias. «Allí estaban todas las muchachas de mi curso: dos años menor, más delgadas y altas, pero no me amilané. “Bueno, te veré porque bailas con limpieza y tienes buena base de ballet”, aceptó el maestro tras mi insistencia, a lo cual, de fresca, le propuse: “Hagamos un trato, si las que entraron conmigo hacen lo que yo, me iré. De lo contrario no me muevo de DCC”.
«Estuve siete años en DCC, mi escuela más completa, la que me hizo artista y me permitió interpretar los roles que siempre soñé: esos que yo aplaudía a rabiar desde la platea: La ecuación, Compás, Folía, Demon Crazzy..., y que me dieron el privilegio de trabajar con coreógrafos como Mats Ek (Casi casa) y Julio César Iglesias (El cristal)...».
A estas alturas Martica, con su 1.56 de estatura, miembro de la AHS y licenciada en el ISA, no entiende si es el destino, pero quien fuera evaluada como primera bailarina y ensayadora de segundo nivel en la cincuentenaria compañía no olvida cómo quedó hipnotizada cuando estando en la ENB le pidió a Acosta que la dejara observar el montaje de Tocororo, y este la recibió gustoso... «Nada, que nunca se sabe: hace dos años Carlos volvió a DCC porque quería presentar Tocororo en el Royal Opera House, y yo estuve en Londres. Ahora comparto también su sueño.
«Me siento superorgullosa. Este es el resultado del empeño de todos estos años en los que ha sido esencial el amor de mi familia. Asimismo les agradezco a mis maestros Isidro Rolando y Margarita Vilela, que Dios la tenga en lo más alto, por esa paz que me dieron cuando me decían: “Todo estará bien”, a pesar de que se acercaba una revolución.
«Me considero una luchadora, nunca he conseguido algo con facilidad. He tenido que sobreponerme muchas veces, sorprenderme a mí misma descubriendo mis verdaderas potencialidades. Es por eso que me atrapó Acosta Danza, donde sé que la meta se tornará, cada día, más y más inalcanzable».
Acosta Danza o el sueño de los salmones
Veinticinco talentosos bailarines, dueños del ímpetu férreo de no dejarse vencer por nada
y de no detenerse hasta apoderarse del cielo, conforman la compañía que dirige Carlos Acosta y que verá su estreno mundial el próximo viernes
por JOSÉ LUIS ESTRADA BETANCOURT
estrada@juventudrebelde.cu
fotos RAÚL PUPO
¿Quién le hubiera dicho entonces a aquel muchacho, que se dispuso por seis meses a comprobar si era verdadera la teoría del alargamiento como consecuencia de dejarse colgar de las escaleras, que le robaría el show al mismísimo Richard Gere? «¿Te imaginas yo siendo la portada de la revista Estilo y el protagonista de Pretty Woman en las páginas de atrás?», le dice Raúl Reinoso Acanda a Juventud Rebelde, contagiando al diario con el asombro que él también vivió entonces en Bolivia.
Tal vez a algunos les suene a cuento, pero a Raúl Reinoso, quien ni siquiera consiguió agregar un milímetro a su estatura (solo se apoderaron de él unas ojeras que le llegaban al ombligo), no le escasean las pruebas para demostrar que definitivamente puso a sus pies a Cochabamba cuando participó, mientras cursaba el último año en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en un festival de danza contemporánea. Entonces bailó Interrumpido, de sus profes Martha Emilia Puentes y Odalis Segura, pieza a la cual se le añadió una versión de Only One, que firmara este muchacho nacido hace 24 años en Guane, Pinar del Río.
«Se quedaron “locos” con nuestra técnica», señala Reinoso, cuyas habilidades como creador se podrán apreciar cuando la compañía Acosta Danza se estrene en la escena de la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el venidero 8 de abril. Será una temporada con siete funciones en las que verá la luz su Anadromous. Y, claro, este joven no puede menos que sentirse algo estresado, pero, esclarece, con estrés del bueno. «Orgulloso porque pasará a la historia que una pieza mía formó parte del debut mundial de la compañía que dirige, nada más y nada menos, que Carlos Acosta.
«En latín anadromous significa correr hacia arriba, se le dice científicamente así a los peces que nadan contra la corriente, y ese es el concepto que defiende la obra: el ímpetu férreo de no dejarse vencer por nada. Anadromous tiene no poco de mi experiencia de vida. De ese espíritu estoy hecho y es lo que me hace el intérprete que soy».
Por lo que JR ha podido apreciar, parece que la postura de Raúl es la de los 25 integrantes de Acosta Danza. Todos ellos, cual salmones, determinaron llegar a lo más alto para cumplir sus metas y sueños. Por esa razón, porque estaban conscientes de su perseverancia, es que los compañeros de Reinoso no le tiraban botas ni almohadazos cuando, a seis meses del pase de nivel, aquel reloj impertinente rompía a escandalizar cuando todos dormían. «Tititití, tititití, y mis socios queriéndome matar. Pero yo, firme: tenía que entrar en la ENA, ¡y lo conseguí! Ya dentro me impuse como estrategia hacerme notar. Como no poseo esa figura que la gente pueda decir: “Ñooo, qué niño más lindo”, me dediqué a concebir coreografías».
Para ese entonces ya no le interesaba ser músico, sino asemejarse a las «bestias» que tanto lo impresionaban de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), la compañía que dirige Miguel Iglesias y que lo acogió al término de sus estudios.
Su entrada en el prestigioso colectivo coincidió con el montaje de Carmina Burana para su segunda puesta en el Auditorio Nacional de México. «Luché y me gané un puesto... Creí que me mantendría en alza, pero lo que vino fue largo banco.
«Una etapa que, mirándola ahora, fortaleció mi preparación y mis ganas, porque tenía referentes muy fuertes, que me estimulaban a querer alcanzarlos». Tanto fue así que se ganó el rango de primer bailarín de esa compañía, que es «la universidad de la danza que alguien sueña.
Todo permanecía muy bien para Raúl, pero tal vez demasiado «en calma», y él necesita estar en constante riesgo para evolucionar artísticamente. «Admito que cuando escuché sobre la convocatoria de Acosta me mantuve tranquilo. Me embullé cuando solo me quedaba un chance, de modo que cuando Carlos llegó al salón me le acerqué y le mentí: “Mire, soy de DCC, de Pinar del Río (sabía que él había pasado por allí en algún período de su vida y quise remover sus recuerdos), pero tuve que viajar hasta allá por problemas urgentes...”. “Ah, de danza, ¿y dominas el ballet?”, me preguntó. “Sí”, volví a no ser sincero. Estaba convencido de que si me dejaba audicionar haría lo imposible por quedarme». Y se quedó.
SE HIZO LA LUZ
Muy pronto Gabriela Lugo Moreno atraerá la mirada de muchos cuando piezas como Anadromous, La muerte del cisne, el segundo acto de El lago de los cisnes, y Carmen, que ella protagoniza, lleguen a la escena. Y lo más seguro es que el auditorio se quedará embobecido con la fabulosa técnica de esta joven de 23 años que, siendo pequeña, permanecía delante del televisor y se le esfumaba el tiempo cuando la pantalla se llenaba con las imágenes de bailarinas que ella se empeñaba en imitar.
De esa forma surgió su descomunal pasión por la danza. Lo notó su abuela, que la inscribió en un taller en el Teatro Nacional. «Apenas tenía cuatro años y con esa edad me entregaba a aquella maravilla con una responsabilidad impresionante.
«Recuerdo que un día mi abuela, viendo el sacrificio que representaba, me preguntó si quería seguir, pues notaba que me estaba enamorando de una carrera muy dura. Entonces, yo no poseía una verdadera dimensión de en qué me involucraba, pero me gustaba mucho. A partir de ese momento he vivido por y para el ballet».
Más tarde, Gabriela matricularía en la escuela Alejo Carpentier y posteriormente en la Escuela Nacional de Ballet (ENB), y en uno y otro nivel participaría en concursos en los que logró alcanzar importantes reconocimientos, pero en ese tiempo no todo fue color de rosa. Enseguida supo lo que significa estar bajo el látigo de las dietas.
«Esta carrera, como todo en la vida, tiene sus altas y sus bajas, y hay momentos en que te toca permanecer abajo. Y me ocurrió: me fracturé el quinto metatarsiano en el segundo año de la ENB. Esa lesión me cohibió de veras: tres meses de fisioterapia y después la recuperación, que es siempre lo más complejo. Pensé desistir, porque de pronto empiezas a sentir una presión irresistible sobre ti. Por suerte me repuse, gracias al acompañamiento constante de mi familia y de mi maestra Nor María Olaechea, quien desde que entré en la ENA se fijó en mí y me dio mucha seguridad. Ella me preparó, me ayudó. A la maestra le debo mi formación más profesional. Por su apoyo pude sobreponerme y adelantar, lo cual me sirvió para más tarde ingresar en el Ballet Nacional de Cuba (BNC)».
Durante un lustro estuvo en la compañía más reconocida de la Isla, consciente de que cuando se está en un colectivo danzario de esa envergadura «ya no eres el centro de mira. Debes asumirlo todo por ti misma y conseguir hacerte visible, aunque igual requieres de suerte y que haya personas que te quieran ver. Y no obstante, el Ballet me colocó en un escaño superior en lo profesional». Pero ahora a la Lugo se le ha hecho la luz con Acosta Danza.
«Para mí ha sido como un gran alumbrón... ¿Que si era lo que imaginaba? Sí. Por supuesto que aún es pronto para estar a la altura que Carlos y todos nosotros queremos, pero lo vamos a conseguir».
LEJOS DEL CONFORT
Muchos aguardaban que la vocación de Mario Sergio Elías Leyva desembocara en el universo de las ciencias, por aquello de haberse criado en el ambiente de la Ciudad Electronuclear (CEN) de Juraguá, en Cienfuegos, sin embargo, pudo más la influencia de la mamá, instructora de arte. «De niños nos convertimos en espectadores de sus trabajos en la Casa de Cultura. Ella misma fue quien me preparó para que ingresara en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Benny Moré. Ahora mi hermano, José Antonio, es miembro de DCC, mi casa antes de sumarme a Acosta Danza».
Inquieto como es, Mario Sergio se dispuso de chico a practicar kárate, a participar en círculos de interés de bomberos, bibliotecología…, pero la danza no halló contrincantes, aunque después se las agenció en la escuela para aprender algo de música, adentrarse en el mundo de la plástica...
Su convicción de que la danza era lo primordial solo «flaqueó» cuando en el teatro Tomás Terry se enfrentó a Carmina Burana, de George Céspedes. «Al descubrir a esos bailarines en escena, no vi futuro para mí. Una de las limitantes de estar en provincia es que se cuenta con muy pocos referentes y en verdad lo que aprecié me asustó. Tanto, que barajé la posibilidad de estudiar en un preuniversitario de ciencias exactas, sin embargo, para ese instante ya mi amor por la danza era total».
Tras discutirlo con la almohada, Mario Sergio se presentó y aprobó su pase de nivel que lo llevó a la Samuel Feijóo, de Villa Clara. Dos semanas después ya lo andaba llamando Yasim Herrera Guerra, director de la especialidad de Danza en dicho plantel, para que se uniera al proyecto Talares. «Llevaba a la par la vida de estudiante y la de profesional, pero aún no estaba preparado para tanta responsabilidad, al menos sicológicamente».
Por aquel entonces hubo para él un gran hallazgo: la capital. «Vine como invitado al Concurso Internacional de Ballet y me marcó el movimiento artístico que apareció ante mis ojos, la energía creativa que aquí se respiraba, y decidí trasladarme en segundo año para la ENA. Entré a Danza Contemporánea en una etapa en que había déficit de bailarines. Una suerte tremenda porque DCC me abrió las puertas de Cuba y el mundo al ofrecerme la oportunidad de trabajar con coreógrafos internacionales, y de recibir numerosos talleres que me fueron enriqueciendo.
«¿Podrá existir un privilegio mayor para alguien que se inicia que trabajar con alguien como el español Juan Cruz Díaz De Garaio Esnaola (obra Casi), reconocido coreógrafo y profesor de la compañía Sacha Waltz, una de las vanguardias a nivel internacional? DCC me marcó, sin duda, pues me permitió comprender que la danza va más allá de lo físico para adentrarse en lo emocional, en el mundo de las ideas».
Y como la vida da muchas vueltas, este cienfueguero nacido en Santiago de Cuba, a quien podremos aplaudir próximamente en piezas como El cruce sobre el Niágara, de María Elena Boan, y la Carmen, de Acosta, logró rencontrarse en el conjunto del maestro Miguel Iglesias con la Carmina Burana que tanto lo impactara. «Fue muy importante para mí, porque cuando se volvió a montar me tocó interpretar el papel con el que el excepcional Wesley Estacholi me había deslumbrado. Entonces interioricé que nuestras posibilidades pueden ser infinitas.
«Por Tocororo ya conocía lo que significaba trabajar con Acosta, quien ahora nos convidaba a transformarnos también en fundadores de un sueño. DCC tiene sus bases planteadas y su historia que, por supuesto, se seguirá contando, pero no quería empujar un proyecto que podía sentir como muy mío, motivado además con la fuerza, las ambiciones que nos propone cada día Carlos.
«Eso es muy interesante, porque da la posibilidad de que constantemente nazca algo nuevo y nos obliga a romper esa zona de confort: un lugar mental en el que estamos a gusto y no nos proponemos cambiar nada por comodidad, pero resulta vital salir para ampliar nuestra visión de las cosas, y observar, experimentar, comparar, aprender... Hay personas a las que esto les apasiona y otros a quienes les asusta. Yo me sumo a los primeros».
EL GRAN ESPEJO
Dicen que tener como espejo a la maestra Maricel Godoy, la fundadora de la afamada Codanza, de Holguín, no es tarea fácil, porque su exigencia puede llegar a límites inusitados. Pero, su sobrina Yanelis Vilma Godoy Manzanet nunca buscó otro en el cual mirarse. Para ella jamás existirá, como le aseguró a JR, un referente mejor.
«De chiquita aguardaba con ansias las visitas de mi tía a Caimanera, porque creaba para mí un mundo mágico, apasionante... Me convidaba a improvisar, a bailar...». Y la influencia fue tan poderosa que Yanelis matriculó en Guantánamo y acabó al lado de su principal mentora.
«Sé lo que representa andar por las nubes, porque en Holguín no solo vencí incluso el nivel medio, sino porque también me incorporé a Codanza: seis años en los que no paraba, era como una esponja del tamaño del océano. Maricel Godoy es una “tora” en todos los sentidos. Para ella no hay imposibles.
«En el salón con ella no existe tía, mamá, cariñitos ni palmaditas. Fíjate que cuando estudiante, al llegar de la escuela, me cogía en casa para darme otra clase. Era como una “tortura” (sonríe). “Tía, que no puedo”, le imploraba. “¿¡Que no puedes!?”, y poco a poco me fue inculcando ese sentido de la voluntad por encima de cualquier cosa. Maricel Godoy ha sido mi carrera».
Península insular y La fuente del agua salada son creaciones que Yanelis recordará siempre de su maravillosa etapa de Codanza, pero llegó un momento «en que yo era el referente de mis compañeros, cuando me quedaba tanto aún por aprender, y yo quería seguir bebiendo de la experiencia. Se lo planteé a mi tía y de inmediato me entendió.
Antes de estar bajo la tutela de Acosta, esta joven cuyo arte apreciaremos en obras como Fauno, de Sidi Larbi Cherkaoui, se las agenció para convencer a Iglesias de que debía pasar por su escuela de Danza Contemporánea de Cuba, en momentos en que la plantilla estaba a full. «Le pedí que me dejara tomar las clases. “Si quiere se fija en mí, o no, pero permítame al menos entrenarme”, le solicité y me acogió por cuatro años que han sido fundamentales, porque Miguel sabe guiarte, hacer que luzcas mejor. Al principio creí que no llegaría a ninguna parte, pero me dije: “Voy hacia adelante aunque me estrelle”», y el impulso culminó en su nombramiento como primera bailarina.
En cuanto a Acosta Danza decidió escuchar su corazonada, «y aquí estoy disfrutando a plenitud, fajándome con el ballet a las dos manos, porque me cuesta cantidad, y viendo que lo voy logrando con la ayuda de la maestra y la energía del grupo; viendo a los “clásicos” cómo se esfuerzan por alcanzarnos y nosotros empeñándonos en hacer nuestras sus “locuras”».
BUENOS PRESENTIMIENTOS
A Laura Rodríguez Quesada, exprimera figura del Ballet de Camagüey (BC), le pasó igual que a Yanelis Vilma, luego de situarse como una privilegiada que a los 24 años ya había hecho suyos El lago de los cines, la suite de Giselle, Grand Pas de Paquita, La fille mal gardée, Don Quijote... «Ciertamente no me puedo quejar, porque pocas bailarinas han tenido tamaña suerte con tan pocos años de experiencia. Confiaron en mí y yo aproveché la oportunidad al máximo».
Si bien su apasionamiento siempre ha sido el ballet clásico —insiste en que jamás se aburrirá de él—, en la escuela se quedó con los deseos de llegar más lejos con el contemporáneo, al que se fue acercando gracias a los concursos internacionales (conquistó dos primeros lugares), por medio de coreografías como Bailarina de Picasso, de Laynier Bernal, y Oración, de Tania Vergara. «Cuando me di cuenta de que era justo lo que Carlos pretendía: llevar ambas líneas, supe que había encontrado la compañía ideal», afirma Laurita, quien no se atreve a imaginar su futuro lejos del universo que su mamá le puso ante sus ojos.
«Ella fue la “culpable”. Le encantaba el ballet, pero tuvo que desistir porque su familia se opuso. Mi mamá sintonizaba instrumentales y se ponía a bailar mientras yo dibujaba, hasta que no solo captó mi atención, sino que ya después yo misma encendía el televisor y me realizaba haciendo miles de murumacas».
Después tuvo que mudarse de Ciego de Ávila para la tierra de los tinajones, y viceversa, para poder acceder a los diferentes niveles de enseñanza del ballet. Se le iba el tiempo viajando, con pases cada 15 días, mas no se quejaba. Su meta era el BC y pudo materializarla. «Me moría por estar en esa compañía a la que tengo mucho que agradecerle.
«Ya ninguna agrupación escapa del éxodo de bailarines y el BC no es la excepción. Ahora los elencos son muy jóvenes, lo cual se nota en la escena. Ahí estuvo la causa de mi decisión. Preparando un contrato, supe en La Habana de las audiciones. Fui a Camagüey y recogí mis zapatillas, porque me encantó este proyecto que presiento que dará mucho de qué hablar».
entre dos aguas
El nombre de Ely Regina no era para nada desconocido para los seguidores del Ballet Nacional de Cuba, no solo por los papeles de solista que interpretó en dicha compañía, sino porque en su seno dio riendas sueltas a su entusiasmo por idear la coreografía. Y no obstante, prefirió ascender otro escalón en su prometedora carrera.
«Estaba ansiosa por entrar en contacto de manera más sistemática con otros estilos, con otros creadores. En el BNC, por lo general, debía esperar por la llegada, cada dos años, del Festival Internacional de Ballet de La Habana. Por otro lado, lo clásico me arrebata, pero igual me llama mucho la atención lo neoclásico, lo contemporáneo, y yo quería ampliar mi rango de baile.
«De ahí que pensé que Acosta Danza, era el mejor lugar para desarrollarme, incluso como coreógrafa», dice esta muchacha que agradece de corazón los conocimientos y la experiencia que ganó en el colectivo que dirige la prima ballerina assoluta.
Alrededor no hay nada, De punta a cabo, Carmen, Winter Dreams (pas de deux), Je ne regrette rien (solo) y Majísimo, permitirán apreciar cómo la Regina se mueve entre dos aguas.
—Ely, ¿contenta?
—Mucho. En estos pocos meses he vivido más de lo que esperaba. Ha sido arduo, porque he tenido que llevar el cuerpo a otro nivel, asumir movimientos que no estaban dentro de mi registro. Para poder combinar el programa contemporáneo y además asumir el clásico, hemos asumido una doble carga, pero nos sentimos excitados, felices.
HAGAMOS UN TRATO
Desde niña era una promesa. Lo vislumbró primero la gimnasia rítmica. Tanto brilló en aquel deporte cuyos secretos develaba casualmente en el mismo recinto de Prado donde luego estudiaría nivel medio de ballet, que el mismísimo Doctor Eusebio Leal le entregó la condición de Hija Ilustre y Huésped distinguida de La Habana Vieja.
Hasta los nueve años, Marta Ortega practicó gimnasia rítmica, tiempo en que fue campeona y subcampeona, mas su reducida estatura no le dio el pase para la escuela nacional. El camino se lo mostró su propia entrenadora. «Están haciendo las captaciones para ballet, ¿quieres probar?, me anunció, y sin pensarlo mucho decidió probar.
«Cursé mis estudios de nivel elemental en L y 9, para pasar después a la ENB, pero cuando terminaba segundo año se me ocurrió preguntarle a una metodóloga que había ido a ver una clase de técnica moderna para qué compañía me iban a mandar. La respuesta fue como un corrientazo: “A ninguna, porque cursas carrera profesoral. A no ser que quieras cambiar de especialidad. ¿Te atreves?”, me interrogó. “¿Cuáles son los riesgos?”, quise saber. “Comenzar nuevamente el nivel medio”. “¡De acuerdo!”. ¡Y me gradué con título de oro!».
Como evidentemente no es de las que se paraliza ante nada, al culminar sus estudios, Martica se lanzó al encuentro con Miguel Iglesias. «Allí estaban todas las muchachas de mi curso: dos años menor, más delgadas y altas, pero no me amilané. “Bueno, te veré porque bailas con limpieza y tienes buena base de ballet”, aceptó el maestro tras mi insistencia, a lo cual, de fresca, le propuse: “Hagamos un trato, si las que entraron conmigo hacen lo que yo, me iré. De lo contrario no me muevo de DCC”.
«Estuve siete años en DCC, mi escuela más completa, la que me hizo artista y me permitió interpretar los roles que siempre soñé: esos que yo aplaudía a rabiar desde la platea: La ecuación, Compás, Folía, Demon Crazzy..., y que me dieron el privilegio de trabajar con coreógrafos como Mats Ek (Casi casa) y Julio César Iglesias (El cristal)...».
A estas alturas Martica, con su 1.56 de estatura, miembro de la AHS y licenciada en el ISA, no entiende si es el destino, pero quien fuera evaluada como primera bailarina y ensayadora de segundo nivel en la cincuentenaria compañía no olvida cómo quedó hipnotizada cuando estando en la ENB le pidió a Acosta que la dejara observar el montaje de Tocororo, y este la recibió gustoso... «Nada, que nunca se sabe: hace dos años Carlos volvió a DCC porque quería presentar Tocororo en el Royal Opera House, y yo estuve en Londres. Ahora comparto también su sueño.
«Me siento superorgullosa. Este es el resultado del empeño de todos estos años en los que ha sido esencial el amor de mi familia. Asimismo les agradezco a mis maestros Isidro Rolando y Margarita Vilela, que Dios la tenga en lo más alto, por esa paz que me dieron cuando me decían: “Todo estará bien”, a pesar de que se acercaba una revolución.
«Me considero una luchadora, nunca he conseguido algo con facilidad. He tenido que sobreponerme muchas veces, sorprenderme a mí misma descubriendo mis verdaderas potencialidades. Es por eso que me atrapó Acosta Danza, donde sé que la meta se tornará, cada día, más y más inalcanzable».
PIES DE FOTOS
Cuatro de los integrantes de Acosta Danza: de izquierda a derecha, Ely Regina, Raúl Reinoso, Yanelis Vilma y Patricia González.
El inquieto Mario Sergio.
Para Marta Ortega no hay imposibles.
Ely Regina en un ensayo.
Acosta Danza o el sueño de los salmones
Veinticinco talentosos bailarines, dueños del ímpetu férreo de no dejarse vencer por nada
y de no detenerse hasta apoderarse del cielo, conforman la compañía que dirige Carlos Acosta y que verá su estreno mundial el próximo viernes
por JOSÉ LUIS ESTRADA BETANCOURT
estrada@juventudrebelde.cu
fotos RAÚL PUPO
¿Quién le hubiera dicho entonces a aquel muchacho, que se dispuso por seis meses a comprobar si era verdadera la teoría del alargamiento como consecuencia de dejarse colgar de las escaleras, que le robaría el show al mismísimo Richard Gere? «¿Te imaginas yo siendo la portada de la revista Estilo y el protagonista de Pretty Woman en las páginas de atrás?», le dice Raúl Reinoso Acanda a Juventud Rebelde, contagiando al diario con el asombro que él también vivió entonces en Bolivia.
Tal vez a algunos les suene a cuento, pero a Raúl Reinoso, quien ni siquiera consiguió agregar un milímetro a su estatura (solo se apoderaron de él unas ojeras que le llegaban al ombligo), no le escasean las pruebas para demostrar que definitivamente puso a sus pies a Cochabamba cuando participó, mientras cursaba el último año en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en un festival de danza contemporánea. Entonces bailó Interrumpido, de sus profes Martha Emilia Puentes y Odalis Segura, pieza a la cual se le añadió una versión de Only One, que firmara este muchacho nacido hace 24 años en Guane, Pinar del Río.
«Se quedaron “locos” con nuestra técnica», señala Reinoso, cuyas habilidades como creador se podrán apreciar cuando la compañía Acosta Danza se estrene en la escena de la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el venidero 8 de abril. Será una temporada con siete funciones en las que verá la luz su Anadromous. Y, claro, este joven no puede menos que sentirse algo estresado, pero, esclarece, con estrés del bueno. «Orgulloso porque pasará a la historia que una pieza mía formó parte del debut mundial de la compañía que dirige, nada más y nada menos, que Carlos Acosta.
«En latín anadromous significa correr hacia arriba, se le dice científicamente así a los peces que nadan contra la corriente, y ese es el concepto que defiende la obra: el ímpetu férreo de no dejarse vencer por nada. Anadromous tiene no poco de mi experiencia de vida. De ese espíritu estoy hecho y es lo que me hace el intérprete que soy».
Por lo que JR ha podido apreciar, parece que la postura de Raúl es la de los 25 integrantes de Acosta Danza. Todos ellos, cual salmones, determinaron llegar a lo más alto para cumplir sus metas y sueños. Por esa razón, porque estaban conscientes de su perseverancia, es que los compañeros de Reinoso no le tiraban botas ni almohadazos cuando, a seis meses del pase de nivel, aquel reloj impertinente rompía a escandalizar cuando todos dormían. «Tititití, tititití, y mis socios queriéndome matar. Pero yo, firme: tenía que entrar en la ENA, ¡y lo conseguí! Ya dentro me impuse como estrategia hacerme notar. Como no poseo esa figura que la gente pueda decir: “Ñooo, qué niño más lindo”, me dediqué a concebir coreografías».
Para ese entonces ya no le interesaba ser músico, sino asemejarse a las «bestias» que tanto lo impresionaban de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), la compañía que dirige Miguel Iglesias y que lo acogió al término de sus estudios.
Su entrada en el prestigioso colectivo coincidió con el montaje de Carmina Burana para su segunda puesta en el Auditorio Nacional de México. «Luché y me gané un puesto... Creí que me mantendría en alza, pero lo que vino fue largo banco.
«Una etapa que, mirándola ahora, fortaleció mi preparación y mis ganas, porque tenía referentes muy fuertes, que me estimulaban a querer alcanzarlos». Tanto fue así que se ganó el rango de primer bailarín de esa compañía, que es «la universidad de la danza que alguien sueña.
Todo permanecía muy bien para Raúl, pero tal vez demasiado «en calma», y él necesita estar en constante riesgo para evolucionar artísticamente. «Admito que cuando escuché sobre la convocatoria de Acosta me mantuve tranquilo. Me embullé cuando solo me quedaba un chance, de modo que cuando Carlos llegó al salón me le acerqué y le mentí: “Mire, soy de DCC, de Pinar del Río (sabía que él había pasado por allí en algún período de su vida y quise remover sus recuerdos), pero tuve que viajar hasta allá por problemas urgentes...”. “Ah, de danza, ¿y dominas el ballet?”, me preguntó. “Sí”, volví a no ser sincero. Estaba convencido de que si me dejaba audicionar haría lo imposible por quedarme». Y se quedó.
SE HIZO LA LUZ
Muy pronto Gabriela Lugo Moreno atraerá la mirada de muchos cuando piezas como Anadromous, La muerte del cisne, el segundo acto de El lago de los cisnes, y Carmen, que ella protagoniza, lleguen a la escena. Y lo más seguro es que el auditorio se quedará embobecido con la fabulosa técnica de esta joven de 23 años que, siendo pequeña, permanecía delante del televisor y se le esfumaba el tiempo cuando la pantalla se llenaba con las imágenes de bailarinas que ella se empeñaba en imitar.
De esa forma surgió su descomunal pasión por la danza. Lo notó su abuela, que la inscribió en un taller en el Teatro Nacional. «Apenas tenía cuatro años y con esa edad me entregaba a aquella maravilla con una responsabilidad impresionante.
«Recuerdo que un día mi abuela, viendo el sacrificio que representaba, me preguntó si quería seguir, pues notaba que me estaba enamorando de una carrera muy dura. Entonces, yo no poseía una verdadera dimensión de en qué me involucraba, pero me gustaba mucho. A partir de ese momento he vivido por y para el ballet».
Más tarde, Gabriela matricularía en la escuela Alejo Carpentier y posteriormente en la Escuela Nacional de Ballet (ENB), y en uno y otro nivel participaría en concursos en los que logró alcanzar importantes reconocimientos, pero en ese tiempo no todo fue color de rosa. Enseguida supo lo que significa estar bajo el látigo de las dietas.
«Esta carrera, como todo en la vida, tiene sus altas y sus bajas, y hay momentos en que te toca permanecer abajo. Y me ocurrió: me fracturé el quinto metatarsiano en el segundo año de la ENB. Esa lesión me cohibió de veras: tres meses de fisioterapia y después la recuperación, que es siempre lo más complejo. Pensé desistir, porque de pronto empiezas a sentir una presión irresistible sobre ti. Por suerte me repuse, gracias al acompañamiento constante de mi familia y de mi maestra Nor María Olaechea, quien desde que entré en la ENA se fijó en mí y me dio mucha seguridad. Ella me preparó, me ayudó. A la maestra le debo mi formación más profesional. Por su apoyo pude sobreponerme y adelantar, lo cual me sirvió para más tarde ingresar en el Ballet Nacional de Cuba (BNC)».
Durante un lustro estuvo en la compañía más reconocida de la Isla, consciente de que cuando se está en un colectivo danzario de esa envergadura «ya no eres el centro de mira. Debes asumirlo todo por ti misma y conseguir hacerte visible, aunque igual requieres de suerte y que haya personas que te quieran ver. Y no obstante, el Ballet me colocó en un escaño superior en lo profesional». Pero ahora a la Lugo se le ha hecho la luz con Acosta Danza.
«Para mí ha sido como un gran alumbrón... ¿Que si era lo que imaginaba? Sí. Por supuesto que aún es pronto para estar a la altura que Carlos y todos nosotros queremos, pero lo vamos a conseguir».
LEJOS DEL CONFORT
Muchos aguardaban que la vocación de Mario Sergio Elías Leyva desembocara en el universo de las ciencias, por aquello de haberse criado en el ambiente de la Ciudad Electronuclear (CEN) de Juraguá, en Cienfuegos, sin embargo, pudo más la influencia de la mamá, instructora de arte. «De niños nos convertimos en espectadores de sus trabajos en la Casa de Cultura. Ella misma fue quien me preparó para que ingresara en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Benny Moré. Ahora mi hermano, José Antonio, es miembro de DCC, mi casa antes de sumarme a Acosta Danza».
Inquieto como es, Mario Sergio se dispuso de chico a practicar kárate, a participar en círculos de interés de bomberos, bibliotecología…, pero la danza no halló contrincantes, aunque después se las agenció en la escuela para aprender algo de música, adentrarse en el mundo de la plástica...
Su convicción de que la danza era lo primordial solo «flaqueó» cuando en el teatro Tomás Terry se enfrentó a Carmina Burana, de George Céspedes. «Al descubrir a esos bailarines en escena, no vi futuro para mí. Una de las limitantes de estar en provincia es que se cuenta con muy pocos referentes y en verdad lo que aprecié me asustó. Tanto, que barajé la posibilidad de estudiar en un preuniversitario de ciencias exactas, sin embargo, para ese instante ya mi amor por la danza era total».
Tras discutirlo con la almohada, Mario Sergio se presentó y aprobó su pase de nivel que lo llevó a la Samuel Feijóo, de Villa Clara. Dos semanas después ya lo andaba llamando Yasim Herrera Guerra, director de la especialidad de Danza en dicho plantel, para que se uniera al proyecto Talares. «Llevaba a la par la vida de estudiante y la de profesional, pero aún no estaba preparado para tanta responsabilidad, al menos sicológicamente».
Por aquel entonces hubo para él un gran hallazgo: la capital. «Vine como invitado al Concurso Internacional de Ballet y me marcó el movimiento artístico que apareció ante mis ojos, la energía creativa que aquí se respiraba, y decidí trasladarme en segundo año para la ENA. Entré a Danza Contemporánea en una etapa en que había déficit de bailarines. Una suerte tremenda porque DCC me abrió las puertas de Cuba y el mundo al ofrecerme la oportunidad de trabajar con coreógrafos internacionales, y de recibir numerosos talleres que me fueron enriqueciendo.
«¿Podrá existir un privilegio mayor para alguien que se inicia que trabajar con alguien como el español Juan Cruz Díaz De Garaio Esnaola (obra Casi), reconocido coreógrafo y profesor de la compañía Sacha Waltz, una de las vanguardias a nivel internacional? DCC me marcó, sin duda, pues me permitió comprender que la danza va más allá de lo físico para adentrarse en lo emocional, en el mundo de las ideas».
Y como la vida da muchas vueltas, este cienfueguero nacido en Santiago de Cuba, a quien podremos aplaudir próximamente en piezas como El cruce sobre el Niágara, de María Elena Boan, y la Carmen, de Acosta, logró rencontrarse en el conjunto del maestro Miguel Iglesias con la Carmina Burana que tanto lo impactara. «Fue muy importante para mí, porque cuando se volvió a montar me tocó interpretar el papel con el que el excepcional Wesley Estacholi me había deslumbrado. Entonces interioricé que nuestras posibilidades pueden ser infinitas.
«Por Tocororo ya conocía lo que significaba trabajar con Acosta, quien ahora nos convidaba a transformarnos también en fundadores de un sueño. DCC tiene sus bases planteadas y su historia que, por supuesto, se seguirá contando, pero no quería empujar un proyecto que podía sentir como muy mío, motivado además con la fuerza, las ambiciones que nos propone cada día Carlos.
«Eso es muy interesante, porque da la posibilidad de que constantemente nazca algo nuevo y nos obliga a romper esa zona de confort: un lugar mental en el que estamos a gusto y no nos proponemos cambiar nada por comodidad, pero resulta vital salir para ampliar nuestra visión de las cosas, y observar, experimentar, comparar, aprender... Hay personas a las que esto les apasiona y otros a quienes les asusta. Yo me sumo a los primeros».
EL GRAN ESPEJO
Dicen que tener como espejo a la maestra Maricel Godoy, la fundadora de la afamada Codanza, de Holguín, no es tarea fácil, porque su exigencia puede llegar a límites inusitados. Pero, su sobrina Yanelis Vilma Godoy Manzanet nunca buscó otro en el cual mirarse. Para ella jamás existirá, como le aseguró a JR, un referente mejor.
«De chiquita aguardaba con ansias las visitas de mi tía a Caimanera, porque creaba para mí un mundo mágico, apasionante... Me convidaba a improvisar, a bailar...». Y la influencia fue tan poderosa que Yanelis matriculó en Guantánamo y acabó al lado de su principal mentora.
«Sé lo que representa andar por las nubes, porque en Holguín no solo vencí incluso el nivel medio, sino porque también me incorporé a Codanza: seis años en los que no paraba, era como una esponja del tamaño del océano. Maricel Godoy es una “tora” en todos los sentidos. Para ella no hay imposibles.
«En el salón con ella no existe tía, mamá, cariñitos ni palmaditas. Fíjate que cuando estudiante, al llegar de la escuela, me cogía en casa para darme otra clase. Era como una “tortura” (sonríe). “Tía, que no puedo”, le imploraba. “¿¡Que no puedes!?”, y poco a poco me fue inculcando ese sentido de la voluntad por encima de cualquier cosa. Maricel Godoy ha sido mi carrera».
Península insular y La fuente del agua salada son creaciones que Yanelis recordará siempre de su maravillosa etapa de Codanza, pero llegó un momento «en que yo era el referente de mis compañeros, cuando me quedaba tanto aún por aprender, y yo quería seguir bebiendo de la experiencia. Se lo planteé a mi tía y de inmediato me entendió.
Antes de estar bajo la tutela de Acosta, esta joven cuyo arte apreciaremos en obras como Fauno, de Sidi Larbi Cherkaoui, se las agenció para convencer a Iglesias de que debía pasar por su escuela de Danza Contemporánea de Cuba, en momentos en que la plantilla estaba a full. «Le pedí que me dejara tomar las clases. “Si quiere se fija en mí, o no, pero permítame al menos entrenarme”, le solicité y me acogió por cuatro años que han sido fundamentales, porque Miguel sabe guiarte, hacer que luzcas mejor. Al principio creí que no llegaría a ninguna parte, pero me dije: “Voy hacia adelante aunque me estrelle”», y el impulso culminó en su nombramiento como primera bailarina.
En cuanto a Acosta Danza decidió escuchar su corazonada, «y aquí estoy disfrutando a plenitud, fajándome con el ballet a las dos manos, porque me cuesta cantidad, y viendo que lo voy logrando con la ayuda de la maestra y la energía del grupo; viendo a los “clásicos” cómo se esfuerzan por alcanzarnos y nosotros empeñándonos en hacer nuestras sus “locuras”».
BUENOS PRESENTIMIENTOS
A Laura Rodríguez Quesada, exprimera figura del Ballet de Camagüey (BC), le pasó igual que a Yanelis Vilma, luego de situarse como una privilegiada que a los 24 años ya había hecho suyos El lago de los cines, la suite de Giselle, Grand Pas de Paquita, La fille mal gardée, Don Quijote... «Ciertamente no me puedo quejar, porque pocas bailarinas han tenido tamaña suerte con tan pocos años de experiencia. Confiaron en mí y yo aproveché la oportunidad al máximo».
Si bien su apasionamiento siempre ha sido el ballet clásico —insiste en que jamás se aburrirá de él—, en la escuela se quedó con los deseos de llegar más lejos con el contemporáneo, al que se fue acercando gracias a los concursos internacionales (conquistó dos primeros lugares), por medio de coreografías como Bailarina de Picasso, de Laynier Bernal, y Oración, de Tania Vergara. «Cuando me di cuenta de que era justo lo que Carlos pretendía: llevar ambas líneas, supe que había encontrado la compañía ideal», afirma Laurita, quien no se atreve a imaginar su futuro lejos del universo que su mamá le puso ante sus ojos.
«Ella fue la “culpable”. Le encantaba el ballet, pero tuvo que desistir porque su familia se opuso. Mi mamá sintonizaba instrumentales y se ponía a bailar mientras yo dibujaba, hasta que no solo captó mi atención, sino que ya después yo misma encendía el televisor y me realizaba haciendo miles de murumacas».
Después tuvo que mudarse de Ciego de Ávila para la tierra de los tinajones, y viceversa, para poder acceder a los diferentes niveles de enseñanza del ballet. Se le iba el tiempo viajando, con pases cada 15 días, mas no se quejaba. Su meta era el BC y pudo materializarla. «Me moría por estar en esa compañía a la que tengo mucho que agradecerle.
«Ya ninguna agrupación escapa del éxodo de bailarines y el BC no es la excepción. Ahora los elencos son muy jóvenes, lo cual se nota en la escena. Ahí estuvo la causa de mi decisión. Preparando un contrato, supe en La Habana de las audiciones. Fui a Camagüey y recogí mis zapatillas, porque me encantó este proyecto que presiento que dará mucho de qué hablar».
entre dos aguas
El nombre de Ely Regina no era para nada desconocido para los seguidores del Ballet Nacional de Cuba, no solo por los papeles de solista que interpretó en dicha compañía, sino porque en su seno dio riendas sueltas a su entusiasmo por idear la coreografía. Y no obstante, prefirió ascender otro escalón en su prometedora carrera.
«Estaba ansiosa por entrar en contacto de manera más sistemática con otros estilos, con otros creadores. En el BNC, por lo general, debía esperar por la llegada, cada dos años, del Festival Internacional de Ballet de La Habana. Por otro lado, lo clásico me arrebata, pero igual me llama mucho la atención lo neoclásico, lo contemporáneo, y yo quería ampliar mi rango de baile.
«De ahí que pensé que Acosta Danza, era el mejor lugar para desarrollarme, incluso como coreógrafa», dice esta muchacha que agradece de corazón los conocimientos y la experiencia que ganó en el colectivo que dirige la prima ballerina assoluta.
Alrededor no hay nada, De punta a cabo, Carmen, Winter Dreams (pas de deux), Je ne regrette rien (solo) y Majísimo, permitirán apreciar cómo la Regina se mueve entre dos aguas.
—Ely, ¿contenta?
—Mucho. En estos pocos meses he vivido más de lo que esperaba. Ha sido arduo, porque he tenido que llevar el cuerpo a otro nivel, asumir movimientos que no estaban dentro de mi registro. Para poder combinar el programa contemporáneo y además asumir el clásico, hemos asumido una doble carga, pero nos sentimos excitados, felices.
HAGAMOS UN TRATO
Desde niña era una promesa. Lo vislumbró primero la gimnasia rítmica. Tanto brilló en aquel deporte cuyos secretos develaba casualmente en el mismo recinto de Prado donde luego estudiaría nivel medio de ballet, que el mismísimo Doctor Eusebio Leal le entregó la condición de Hija Ilustre y Huésped distinguida de La Habana Vieja.
Hasta los nueve años, Marta Ortega practicó gimnasia rítmica, tiempo en que fue campeona y subcampeona, mas su reducida estatura no le dio el pase para la escuela nacional. El camino se lo mostró su propia entrenadora. «Están haciendo las captaciones para ballet, ¿quieres probar?, me anunció, y sin pensarlo mucho decidió probar.
«Cursé mis estudios de nivel elemental en L y 9, para pasar después a la ENB, pero cuando terminaba segundo año se me ocurrió preguntarle a una metodóloga que había ido a ver una clase de técnica moderna para qué compañía me iban a mandar. La respuesta fue como un corrientazo: “A ninguna, porque cursas carrera profesoral. A no ser que quieras cambiar de especialidad. ¿Te atreves?”, me interrogó. “¿Cuáles son los riesgos?”, quise saber. “Comenzar nuevamente el nivel medio”. “¡De acuerdo!”. ¡Y me gradué con título de oro!».
Como evidentemente no es de las que se paraliza ante nada, al culminar sus estudios, Martica se lanzó al encuentro con Miguel Iglesias. «Allí estaban todas las muchachas de mi curso: dos años menor, más delgadas y altas, pero no me amilané. “Bueno, te veré porque bailas con limpieza y tienes buena base de ballet”, aceptó el maestro tras mi insistencia, a lo cual, de fresca, le propuse: “Hagamos un trato, si las que entraron conmigo hacen lo que yo, me iré. De lo contrario no me muevo de DCC”.
«Estuve siete años en DCC, mi escuela más completa, la que me hizo artista y me permitió interpretar los roles que siempre soñé: esos que yo aplaudía a rabiar desde la platea: La ecuación, Compás, Folía, Demon Crazzy..., y que me dieron el privilegio de trabajar con coreógrafos como Mats Ek (Casi casa) y Julio César Iglesias (El cristal)...».
A estas alturas Martica, con su 1.56 de estatura, miembro de la AHS y licenciada en el ISA, no entiende si es el destino, pero quien fuera evaluada como primera bailarina y ensayadora de segundo nivel en la cincuentenaria compañía no olvida cómo quedó hipnotizada cuando estando en la ENB le pidió a Acosta que la dejara observar el montaje de Tocororo, y este la recibió gustoso... «Nada, que nunca se sabe: hace dos años Carlos volvió a DCC porque quería presentar Tocororo en el Royal Opera House, y yo estuve en Londres. Ahora comparto también su sueño.
«Me siento superorgullosa. Este es el resultado del empeño de todos estos años en los que ha sido esencial el amor de mi familia. Asimismo les agradezco a mis maestros Isidro Rolando y Margarita Vilela, que Dios la tenga en lo más alto, por esa paz que me dieron cuando me decían: “Todo estará bien”, a pesar de que se acercaba una revolución.
«Me considero una luchadora, nunca he conseguido algo con facilidad. He tenido que sobreponerme muchas veces, sorprenderme a mí misma descubriendo mis verdaderas potencialidades. Es por eso que me atrapó Acosta Danza, donde sé que la meta se tornará, cada día, más y más inalcanzable».
PIES DE FOTOS
Cuatro de los integrantes de Acosta Danza: de izquierda a derecha, Ely Regina, Raúl Reinoso, Yanelis Vilma y Patricia González.
El inquieto Mario Sergio.
Para Marta Ortega no hay imposibles.
Ely Regina en un ensayo.