Soler Puig y Chila llevaron 52 años de matrimonio. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:27 pm
José Soler Puig declaró en más de una ocasión que era muy tímido para las entrevistas, sin embargo, permitió que le realizaran más de 50 en todos los medios. Resulta curioso que la mayoría de ellas tienen lugar en la década de los 80; y Soler, recordemos, había alcanzado el primer Premio Casa de las Américas de novela en 1960.
Leer estas confesiones suyas es como escuchar su voz, como entrar en la novela de su vida. Reúno en esta entrevista imaginaria conversaciones suyas con diversos medios que se recogen en el libro digital Las respuestas de José Soler Puig (Ediciones Claustrofobias), un acercamiento a la vida y obra del escritor y realizadas por diversos periodistas y escritores cubanos y extranjeros reconocidos en el panorama literario, a propósito de que la Feria del Libro celebra el centenario de este autor fundamental.
—¿Por qué escribe, Soler?
—Uno se siente inconforme ante la realidad que lo rodea, y cree firmemente que se puede convencer a la gente de que esa realidad se puede mejorar, se puede hacer más humana. Yo estoy seguro de que así es como mejor se escribe, con esa convicción de que cada día podemos ser mejores…
—¿De qué manera concibe sus personajes?
—Mis personajes son personas que conozco. No puedo inventar personajes ni situaciones sin raíces. No creo que alguien pueda hacerlo. Yo aprovecho mucho mis vivencias, si no es así no puedo escribir. Concibo las cosas sucediendo; los personajes van adquiriendo vida, los muevo, pero ante todo tengo que sentir que ellos viven.
«Tomo las características de una persona y le quito y le agrego según las necesidades del personaje y de la novela. Los personajes de El pan dormido son gente de mi familia. Pedro Chiquito en la realidad se llamaba Pepe Chiquito; tuve que buscar un nombre parecido para que no se me desfigurara. Los panaderos y los profesores también son gente que conocía. Hasta los soldados, que son elementos que aparecen circunstancialmente, a todos los conocí.
«Cuando Bertillón apareció un personaje que me quería matar. Después la novela se hizo famosa y él mismo le decía a la gente: “Yo soy fulano”».
—¿Lleva libretas de notas, archivo?
—No tengo archivos, solo consulto el diccionario; tampoco hago notas en el sentido estricto. Antes de comenzar una obra, escribo una breve biografía de mis personajes, con sus datos fundamentales.
«Por lo general, entrevisto a personas que viven en el ambiente que me propongo describir. Para Un mundo de cosas conversé con 60 o 70 roneros, trabajadores de una fábrica de ron. Grabo siempre las entrevistas y las copio literalmente, y luego las leo muchas veces hasta llegar a pensar como esos hombres. Más o menos empleo un año en ese proceso. Después ya estoy en condiciones de escribir».
—¿Cuando escribe piensa alguna vez en los lectores?
—Sin la existencia de los lectores no escribiría. Pero cuando escribo no pienso en quién me va a leer, me parece que eso sería imposible. Tú dices, el pueblo: ¿pero qué gente del pueblo? ¿Los intelectuales?, ellos también son pueblo. Simplemente escribo, y mis novelas no son complicadas, están al alcance de cualquiera.
—¿Se considera un escritor popular?
—No soy popular. Popular es Bertillón. A mí no me interesa la gloria ni las opiniones sobre mí. Me interesan las opiniones sobre lo que hago, y estando vivo, que yo me entere. Por eso posiblemente Una mujer sea mi última novela. No quisiera hacer obras póstumas, no me gusta.
—¿Es usted de esos autores que le tienen ojeriza a la crítica?
—Creo que no puede haber desarrollo literario si no hay una crítica honesta y profunda. La crítica es escasa y elogiosa. Esta puede ser otra de las razones del estancamiento literario de los últimos años. Tanto el viejo como el nuevo escritor necesitan de la crítica. Claro, también los escritores somos responsables de este problema, porque si nos dicen algo que no nos gusta, nos molestamos y ya nos sentimos mal.
—¿Qué consejos daría en literatura?
—Vivir profundamente, observar mucho, leer los buenos libros una y otra vez, escribir por lo menos una cuartilla, o durante una hora todos los días.
—¿Cómo ha enfrentado la vida?
—Pues, simplemente: soy un optimista. Vivo como si nunca me fuera a morir. Lo que vale en un hombre es lo que ha hecho, lo que ha dejado. La vida es un deporte muy serio que no se puede tomar con fatalidad; siempre hay algo que es alegre, que tiene su gracia.
—¿Santiago de Cuba?
—Sin mi provincia no soy nadie. Es mi vida.
Conversación con Una mujer...*
Pasé por casa de Cecilia Martínez, «Chila», para coordinar el evento Soler, pero fui pensando en una conversación sobre cuestiones que bien saben las esposas de los escritores. Y desde mucho antes había formulado un cuestionario. Acordé ir un día y no pude, y llamé a Chila, había pasado toda la mañana esperando, incluso le había subido la presión. Me dio mucha pena y lo pospusimos para la jornada siguiente.
Antes de salir de casa revisé la grabadora y funcionaba bien. Llegué antes de la hora precisada, casi media hora antes. Me pidió permiso para arreglarse y vino. Caty estaba en el fondo de la cocina. Le aclaré que no se preocupara, iba a ser una conversación común y corriente. Me trajo algunas revistas donde aparecían entrevistas a Soler, ya le había dicho mi interés de recopilar las entrevistas. Saqué la grabadora, la probé y no quiso grabar. Sudé frío y caliente, ¿cómo le explicaba esa cuestión de tecnologías avanzadas? Me preguntó qué pasaba. No graba, le dije. Revisé las pilas, la trasteé un poco y nada. ¿Tienes lápiz y papel?, me interrogó. Sí. «Entonces vamos a hacerla así». Y como siempre que puedo traigo hojas limpias, saqué bolígrafo y papel y comenzamos. Se sentó cerca de la puerta para sentir menos el calor. Sostuvo en su mano un abanico. Tenía muchas preguntas, pero quise saber cómo había sido su relación con Soler:
«Tuvimos 52 años de matrimonio. Si las relaciones eran buenas era porque él era de carácter fuerte y yo también. Ni él me gobernaba a mí ni yo a él, porque cuando me hablaba, si tenía razón, me callaba; si no tenía razón, yo hablaba. No fue una pareja de esas románticas, pero sí muy estable. Porque cuando no tenía razón yo le explicaba los porqués, incluso me pedía perdón. Si llegábamos a discutir, que nunca fueron pleitos fuertes, se ponía la camisa, salía a la calle y regresaba a los 15 minutos. Le preguntaba si iba a comer y me respondía, entonces todo terminaba. Él era muy tímido, pero cuando tenía que decirle la verdad a cualquiera se la decía a quien fuera.
«La vida de nosotros fue muy variada en el sentido de que nunca vivimos en el mismo lugar. Vivimos en Santiago, Guantánamo... Sin saber salimos el 30 de noviembre de 1956, llegamos a la terminal bajo los tiros. Magín fue fundador del Movimiento. Viajaba de Santiago a Guantánamo por acciones del 26 de Julio. Yo le preparé un maletín con los bonos. Una vez, cuando entró el guardia a revisar, se levantó para que le revisaran el maletín. Se puso de pie y se dio un golpe en la cabeza. Cuando lo da es porque no tiene nada, dijo el guardia; y sí tenía.
«Después de un año me dice: Me voy para la Sierra. Le pregunté: ¡Cómo!, ¿me vas a dejar con los muchachos sin nada? ¿Tú no ves que tienes mucha edad para irte para la Sierra? Uno de los Morcate que trabajaba en el Ayuntamiento habló con él porque otro hermano tenía una fábrica de aceite en la Isla, era químico, y nos fuimos para la Isla y trabajó en la fábrica de aceite. Ya había escrito Bertillón.
«Pasamos la salida de Batista en la Isla, pero no pudimos venir a Santiago enseguida. Estuvimos un tiempo por allá hasta que se organizara un poco el país».
Chila me dictaba lentamente, pero a veces se emocionaba y yo tenía que apurar el pulso. Tuve que poner el oído bien cerca para no interrumpir nada, para que no se sintiera incómoda, a veces me hacía comentarios al margen y me decía: eso no lo pongas ahí. Detrás de mí había una pieza con la figura de Soler, parecía que nos estaba escuchando, parecía que Chila lo miraba de vez en cuando con el mismo amor y la misma ternura de toda la vida. Decidí preguntarle cómo lo ayudaba en el proceso de escritura...
«Me preguntaba sobre cocina, cómo se hacía todo».
—¿Y Una mujer...?
—Estaba mal, no se podía concentrar, un aerosol por la mañana y otro por la tarde. Lo estuve ayudando hasta el último momento. Entonces le dije: ¿por qué no haces una novela con todas las cosas que te he contado de mi vida? ¿Tú harías eso? Y se iba a caminar. Le grabé dos casetes de cara y cara. Cuando comenzó a pasarla, me preguntó con quién hablaba porque hacía diálogos. El problema es que quería hablar con alguien y me puse la grabadora como receptor, y él dijo que yo se lo estaba contando a él.
Se quedó mirando fijo hacia fuera. No permití que los recuerdos hicieran de las suyas, agitó más el abanico y me dijo que el termómetro dentro de la casa había marcado el día anterior 31 grados Celsius. Hice un paneo por la sala y quise saber sobre el Premio Casa de las Américas...
«Estábamos en Santiago. Caminaba de un lado para otro, de un lado para otro. Lo llamaron, vinieron y se fue con ellos. Era el principio de la noche, con ese premio nos mudamos porque no teníamos nada».
Decidimos parar. Le pregunté por una pintura en otra pared y me comentó que la había hecho su hijo Rafael, pintaba como hobby. Caty vino desde el fondo de la cocina con un vaso de agua que le pedí. Le hice alguna que otra pregunta capciosa y me las respondió con el silencio y alguna mirada. Le di las gracias a Chila y salí con la esperanza de recordar a uno de los mejores escritores de Hispanoamérica en una jornada de noviembre. Un noviembre que acoge su cumpleaños 90 y también el de Soler. Afuera miré los edificios y gran parte de Santiago, la ciudad adorada de Soler, pensé en Chila y recordé por razones obvias, a María Kodama y Ugné Karvelis.
*Entrevista realizada a la viuda de Soler Puig antes de su fallecimiento.