Vladimir Malakhov. Autor: www.wdr.de Publicado: 21/09/2017 | 05:56 pm
Sus ojos relampaguean cuando se vuelve y nos mira. No pronuncia palabras, pero uno de los grandes de la danza clásica mundial está llorando frente a todos. En la primera fila del teatro Ismaelillo, de Holguín, aplaude con efusividad a los jóvenes bailarines de Codanza, después de su interpretación de la coreografía Pasajera la lluvia, durante una de las audiciones previas al Grand Prix que lleva su nombre.
Faltan pocos segundos para que, sentado sobre el escenario, como quien interpreta su propia vida, Vladimir Malakhov (Ucrania, 1968) converse con nosotros. Todo en él es arte: su modo de sentarse, de cruzar los brazos sobre las piernas o de hacer gestos que acompañan su inglés pulcro y pausado. Quizá sea ese modo de hablar o de escrutar sin entender lo suficiente el español. Es difícil descifrarlo; pero Malakhov parece un niño grande, un chico de 46 años que contesta con amabilidad cada pregunta.
—El año 1978 y Elena determinaron sus inicios como bailarín…
—Elena es mi madre, y en ese año me llevó a la Academia Bolshoi, de Moscú. Eso fue muy importante para mí porque ella dejó que su niño se quedara en una ciudad completamente extraña para que fuera feliz.
—¿Era difícil para un niño comenzar en el mundo de la danza en Ucrania?
—No fue difícil. Mi madre siempre dijo que su primer hijo iba a ser bailarín. Lo intentó todo: baile de salón, gimnasia, character dance, piano, pero el ballet siempre fue su sueño. Yo había tomado clases de ballet, pero no profesionales. Entonces mi maestro le dijo: «El niño es muy talentoso, y sería mejor si lo llevaran a una escuela profesional. Aquí puede bailar alrededor de un árbol de Navidad, hacer de conejo, o de ratón; pero no puedo darle más». Por supuesto, con él recibí algunas de las posiciones, como el changement de pied (cambio de pie), pero no era suficiente.
—Entonces se fue a la academia Bolshoi…
—Sí, a los diez años.
—¿Qué no olvida de aquel sitio?
—Los primeros dos años fueron muy difíciles porque extrañaba a mis padres. Dormía en un cuarto de beca y visitaba a mi familia una o dos veces al año. El resto del tiempo solo llamaba por teléfono o alguien venía a Moscú a traerme algo. Entonces escribí una carta: «Estoy ansioso porque no hay nada de comer, de beber». Cuando mi madre la recibió, quedó en shock. Pensó: «mi hijo se está muriendo de hambre». Inmediatamente compró los boletos y se apareció llena de bolsas de comida. Nos alimentaban bien, pero escribí aquello para ver a mis padres. Después me acostumbré y me ponía ansioso, pero por regresar lo antes posible.
—Al terminar la academia, existía la posibilidad de pasar a la compañía Bolshoi…
—Todo el mundo piensa que va a ir a la Compañía. Me dijeron que era difícil sacar el permiso para quedarme en Moscú por ser extranjero. Pero la compañía Ballet Clásico de Moscú me acogió como bailarín principal.
—¿Había algún problema con aceptar a los bailarines que no eran rusos?
—No era un problema, se trataba, más bien, de un principio. Gregorovich era el director artístico del Bolshoi. Después de graduarme, gané el Grand Prix de Varna, pero Gregorovich expresó: «Todavía es muy pronto para aceptarte». Entonces gané la medalla de oro en la Competencia Internacional de Moscú, tres años después, y Gregorovich dijo: «Quizá pensemos en darte un puesto». Obtuve otro premio y entonces Gregorovich aceptó: «Es hora de que vengas». Y aproveché para decirle: «Es demasiado tarde».
—Ha actuado en escenarios de Europa, Asia, Canadá, Nueva York… ¿dónde ha encontrado mejor energía para desarrollar su arte?
—Es difícil decirlo. Cada compañía es especial para mí, porque me aceptaban de inmediato como bailarín principal. Por supuesto, les quité el oxígeno a muchos otros, porque los bailarines pasan de corps de ballet, al demi-solo; después al solo, y del solo al principal. De pronto, cuando estaba vacante la posición de bailarín principal, llegaba Malakhov y Malakhov era el bailarín principal. Eso trajo celos, pero cuando veían la calidad de mi trabajo, se disculpaban. Entonces las puertas se abrieron.
Malakhov durante una jornada del Grand Prix. Foto: Héctor Carballo.
—¿Cómo logró unificar a tres compañías de ballet en un solo conjunto: el Staatsballet Berlin?
—Fue difícil, porque las casas de ópera no querían que el ballet fuese independiente: les atraía mucho dinero. Sin embargo, las compañías no llenaban esos sitios. Cuando asumí la dirección pensé en cambiar toda la estructura y armar un repertorio especial para que el público volviera. Comencé el programa Malakhov y sus amigos, para atraer a las estrellas del ballet internacional. Después de 12 años como director, todas las casas de ópera estaban llenas.
—Además de alemanes, ¿había bailarines de otras partes del mundo?
—Sí, la compañía llegó a tener bailarines de 36 nacionalidades: alemanes, italianos, franceses, españoles, japoneses, mexicanos, turcos, armenios, norteamericanos, argentinos…
—Después de tanto éxito, ¿por qué abandonó el Staatsballet Berlin?
—Porque necesitaban esa posición para otra persona. Había rumores gestándose a mis espaldas y no me gusta formar parte de ese juego. Siempre me han gustado las cosas abiertas. Les dije: Antes de que tomen su decisión, yo tomo la mía: me voy.
—De Berlín fue al Tokio Ballet, en Japón. ¿Se mantiene trabajando allí?
—Sí, querían que empezara inmediatamente y yo planeaba tomarme un año para relajarme, porque todo es muy estresante. Ahora voy por un mes, después vuelvo, de noviembre a marzo o principios de abril, y de nuevo en julio y agosto.
—¿En esta etapa de su vida está simplemente dirigiendo, o también baila?
—El balance del baile ha ido bajando, y el de impartir clases y dirigir ha ido subiendo. Todavía bailo, aunque ya no ballet clásico. Si miramos mi vida, todo ha sido bailar. He hecho 21 producciones de El lago de los cisnes. También bailé con el Ballet de Alicia Alonso junto al American Ballet Theater.
—¿Por qué escogió a Holguín para desarrollar el Grand Prix y no La Habana?
—Mi mánager sugirió este proyecto y en La Habana dijeron que no. Pero conocí a Maricel Godoy y ella aseguró que podíamos venir y trabajar en esta ciudad. Entonces le dije: Te doy mis brazos y mi alma; tómame como soy.
—Cuando se cierra el telón y se apagan las luces ¿qué pasa con Malakhov?
—Me duele todo el cuerpo. Es así como se supone que sea. Pero yo danzo a través del dolor. Sin dolor no sentiría pasión, sin pasión no existiría amor, y sin amor no habría danza. Por eso, si se hace trabajo clásico, es bueno cambiar a contemporáneo o a moderno, porque otros músculos comienzan a funcionar. Cuando vuelvo al clásico, me siento completamente distinto y puedo desarrollar más de lo que hacía antes.
—¿Y cuando no está bailando?
—Siempre tengo muchas cosas que hacer. En casa, paseo con los perros, cocino, doy clases y viajo a muchos lugares. Cuando estoy aquí, me siento libre, y recibo la energía de los bailarines cubanos.
—¿Por qué un Grand Prix para bailarines caribeños y latinoamericanos?
—Porque las relaciones entre Cuba y la URSS fueron muy fuertes durante años. Mis abuelos trabajaron con el pueblo cubano en comunicaciones. Después la URSS colapsó y las cosas aquí se tornaron económicamente mal. Sé que la cultura es muy fuerte: el ballet, la ópera, todo… Por eso decidimos hacer algo especial.
—¿Existe algún proyecto para que el ganador actúe en su compañía?
—Voy para Japón y allí solo hay japoneses. Pero si organizáramos una gala distinta, por supuesto que estaría feliz de invitar a bailarines de Codanza y de otras compañías.
—¿Qué le ha impresionado más del trabajo de Codanza?
—Nos hicimos muy buenos amigos, como familia. Su actuación es maravillosa, hacen muy buenas coreografías. Todos están contentos. Incluso, en situaciones en que deben estar sufriendo dolor, permanecen sonrientes.
—Creí verlo llorar durante una de las audiciones… ¿sucedió algo especial?
—Me impresionó lo emocional y la fuerza con que se mostraron los bailarines. Para mí fue impactante ver la calidad de la presentación. Todo el mundo quiere ganar el premio, y lo entiendo. Yo era exactamente igual. Ojalá todos los bailarines tengan ese carisma. Veo en sus ojos que quieren lograr lo que parece imposible.
*Interpretación y traducción: Reynaldo Cruz