Alejandro Rodríguez (derecha), premio de actuación masculina escénica en los recientes Caricatos. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:30 pm
En la reciente entrega de los premios Caricato, que otorga anualmente la Uneac, la categoría de teatro para adultos fue de las más reñidas; competían puestas, directores e intérpretes que el pasado año se destacaron con sólidos desempeños.
Entre ellos, el Pequeño Teatro de La Habana sobresalió en los resultados. Su director general, el experimentado dramaturgo José Milián, obtuvo en su rubro el premio Francisco Covarrubias por su puesta Las criadas asesinas, basada en el clásico de Jean Genet, mientras uno de los actores de esa obra, Alejandro Rodríguez, fue agraciado con el lauro correspondiente.
La labor sistemática de Milián desde sus remotos frutos en el teatro cubano (con verdaderos clásicos como Vade retro, Otra vez Jehová con el cuento de Sodoma o La toma de la Habana por los ingleses) pero fundamentalmente al frente de su colectivo fundado en 1989, merece todo tipo de reconocimientos, por lo cual el Caricato y sus distinciones vienen a legitimar un hecho incuestionable, mas no suficientemente promovido.
Además de re-presentar los audaces y sugestivos textos de su director, Pequeño Teatro… ha estado llevando a la escena un tipo de estética que le es muy afín a Milián: el teatro del absurdo, modalidad a la que justamente pertenece la versión ahora laureada.
El minimalismo de los montajes en el grupo (de ahí la «pequeñez» de su nombre, ajeno a las dimensiones artísticas que generalmente logra) no abandona esta puesta donde pocos actores, escuetos elementos escenográficos y elemental producción, son capaces de diseñar grandilocuentes y abigarrados mundos, como los habituales en Genet y en todo teatro del absurdo.
Sin embargo, uno de los elementos que con mayor dedicación y conocimiento de causa trabaja Milián, la banda sonora —y dentro de ella, especialmente la música— contrasta con esa austeridad escénica: por lo general esta acude al pastiche y al collage, incluye en su radio sonoro desde la ópera hasta el rock, pasando por la balada o el bolero de variadas facturas.
El intercambio de roles clasistas que protagonizan las famosas domésticas que ultiman a su patrona, encuentra en la lectura de Pequeño Teatro ese corrosivo humor criollo que contextualiza los discursos sin hacerles perder un ápice de universalidad, algo que invade el vestuario, la escenografía y la ambientación.
El estilo de actuación proyecta asimismo el deliberado énfasis de la música para reforzar los códigos de un absurdo que encierra generalmente su envés: es la vida y no su interpretación artística la que de veras reviste tal carácter.
Alejandro Rodríguez, un joven más conocido por su labor de conductor televisual o humorista, ha encontrado bajo la guía de Milián su mejor camino. En Las criadas… logra sintonizar con esa visión esperpéntica, irreverente y sardónica de su personaje, empresa en que lo secundaban sus colegas Rigoberto Rufín y Fabián Mora.
Pero tanto él como el director estaban nominados a los Caricatos por otra obra no menos significativa: El flaco y el gordo, de un peculiar y sui géneris cultor del absurdo entre nosotros: Virgilio Piñera.
La amistad y devoción de Milián por su mítico colega, quien además fue su amigo personal, se concretaron en una obra suya no menos aplaudida, con toda justicia: Si vas a comer espera por Virgilio, la cual, a propósito, fue filmada por el cineasta Tomás Piard y será próximamente estrenada.
Pero en El flaco…, Pequeño teatro se luce con otro montaje tan sencillo como intenso y polisémico, a tono con el referente que le sirve de base: la confrontación clasista, ontológica y filosófica que en un hospital implican los disparatados diálogos de un afortunado y un pobre diablo.
Una vez más la reducción espacial, e incluso del subsistema de personajes, deviene concentración dramática, lo cual no riñe con el dinamismo de la puesta, que incorpora guiños a los famosos personajes del cine silente. El director subraya el absurdo virgiliano como una variante de nuestra identidad, que ha conferido al teatro del dramaturgo mayor un auténtico sello de calidad.
De nuevo brilla Alejandro como el Gordo, afinando la expresividad caricaturesca, la voz en un registro eufónico encauzador del disparate y la gestualidad de apoyatura dramática.
Cierre con broche de oro de su «ciclo absurdo» (que había comenzado con otro notable montaje, Esperando a Godot, un delicioso Samuel Beckett «pasado por agua(s)» musicales), El flaco y el gordo demostró, una vez más, como Las criadas asesinas, las potencialidades del Pequeño Teatro de La Habana, grupo que junto a su director y fundador, y uno de sus jóvenes y valiosos actores, acaban de ser validados con el premio Caricato de la Uneac, en un acto de justicia que también merece aplauso.