Entropía es una pieza escrita por Lilianne Lugo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:27 pm
Una nueva jornada con obras de dramaturgos alemanes, o de cubanos cuyos textos se relacionan de un modo u otro con la patria de Goethe —siempre en versiones del patio— se llevó a cabo en La Habana. Nos acercaremos a lo que consideramos las más importantes puestas.
Texto célebre, visitado en varias ocasiones por el propio teatro, la ópera y el cine (recuerdo con particular agrado la lectura fílmica de Werner Herzog exhibida en Cuba), Woyzeek llegó en una versión y puesta en escena de William Ruiz Morales. Como sede se empleó un recinto caracterizado justamente por la experimentación y el pequeño formato: El Ciervo Encantado.
La pieza inconclusa de Goerg Büchhner, que inspiró a Alan Berg su texto lírico, expresionista (Woyzeek) focaliza la relatividad en las relaciones de poder mediante un curioso (anti)héroe que establece nexos muy singulares con varios personajes.
Ruiz Morales procede mediante una estructura escindida en diversos métodos según los actos, que comienza con una representación más tradicional, continúa con una suerte de des-dramatización improvisatoria y finaliza con los actores haciendo coro en un ejercicio dodecafónico (a cargo del músico Luis Alberto Mariño).
No carece de interés la propuesta de este grupo de creadores y jóvenes actores, armada desde una indudable elaboración morfológica y conceptual, pero no se siente integrada ni orgánica en su diversidad escénica; por ejemplo, el empleo de la inversión de géneros en la relación actor-personaje (algo como se sabe, cada vez más utilizado en nuestro teatro, como una especie de moda) no encuentra una real justificación.
De cualquier manera, se agradece la existencia de una nueva hornada de actores recién graduados entre los que descuellan Grettel Pérez Mesa, Joanna Gómez Carbonell, Jany Hernández, Ernesto del Cañal Báez y Arianna Delgado.
Entropía es una pieza escrita por Lilianne Lugo durante una estadía que realizara en la ciudad germana de Stuttgart dentro de un intercambio cultural, y que ella montó con el grupo que responde a ese mismo nombre. Dos parejas (una muchacha cubana que vive en Alemania y se relaciona con un alemán allí; y un matrimonio de jóvenes que se enfrenta a las dificultades cotidianas en Cuba) tienen en común ciertos vasos comunicantes: el amor que deviene inseguridad y soledad, la angustia por circunstancias golpeantes —subjetivas o bien tangibles—, las cuales amenazan día a día la relación; o varios aspectos que apuntan a confluencias culturales y estéticas (ciertos músicos y escritores, digamos).
Todo esto se lleva a escena mediante una afortunada alternancia de monólogo/diálogo que se refuerza a nivel escénico con proyecciones audiovisuales y elementos (paquetes de libros que cambian constantemente de lugar, globos que inflan y revientan los actores) acentuadores del caos y las contradicciones a que el propio título de la obra alude, o de la evidente relatividad de los espacios y las posiciones.
Ya sea en el agudo libreto como en la puesta, se maneja inteligentemente la intertextualidad (que reúne fuentes tan diversas como la artista de la plástica rumana Sanda Weigl, los escritores alemanes Herta Müller e Ilya Prigogine o la cantante cubana Elena Burque) para resumir una pieza motivadora, ampliamente reflexiva que sí ofrece una rica perspectiva dialógica al espectador, con un sistema representacional coherente e integrado.
Puede imaginarse el peso dramático que llevan los dos únicos actores, (inter)cambiando de registro(s), estilos y personajes; son ellos Claudia Tomás Fuentes y Arnaldo Galbán Rivero, quienes en las escenas iniciales se muestran un tanto inseguros, pero van adquiriendo concentración, flexibilidad y convincente proyección de sus roles.
Ella sobresale fundamentalmente en su papel de Alicia (la cubana), él va ganando en energía eufónica y prestancia escénica a medida que avanza la puesta.
Pegy Pickit ve el rostro de Dios (Roland Schimmelpfennig) a cargo de la Compañía del Cuartel, fue otro de los estrenos, y en este caso la singularidad comenzaba por el traslado en ómnibus a la legendaria casa de Flor Loynaz, hoy Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Allí, en el escenario natural, la frondosa arboleda de su inmenso patio, se desarrolla el diálogo de otras dos parejas europeas, una de las cuales ha regresado de África, mientras los anfitriones, en medio de una parrillada, anhelan detalles de la experiencia.
El autor —quien a propósito estuvo entre nosotros participando de la jornada mediante conversatorios y conferencias— reflexiona en torno a las búsquedas del sentido de la existencia, sea a través de un hijo, sea a partir de las tan frecuentes «colaboraciones» del Primer Mundo con el tercero, lo cual se le antoja generalmente una nueva fase del colonialismo. Lo cierto es que estas dos parejas se destrozan a veces bajo el manto de la hipocresía y el sarcasmo, otras mediante el combate verbal directo, ajeno a las cortesías.
Sahily Moreda, a cargo de la puesta, emplea yuxtaposiciones narrativas, «apartes» del teatro clásico, el audiovisual y los circunloquios para llevar a escena un relato inquietante, que gana en complejidad y espesura dramática a medida que sigue adelante; la representación en un espacio no convencional, la complicidad de un espectador incorporado a la acción, como si visitara el sitio de reunión (el ambiente de café-concert, con los tragos y picaditos, propicia el diálogo mudo pero existente), ayuda a la comunicación, prolongada más allá del hecho teatral.
El lado débil de Pegy Pickit… son las actuaciones; la densidad de los caracteres y su interpretación requiere de un nivel histriónico del que aún carecen los jóvenes elegidos —sobre todo los hombres, quienes llevan la parte más desafortunada—, a pesar de lo cual la obra significa una experiencia notable.
Por último, Gotas de agua sobre piedras calientes por Teatro El Público —que continuará en cartel hasta fin de año— significa la adaptación realizada por su director, Carlos Díaz, quien repite con Rainer Werner Fassbinder (Las amargas lágrimas de Petra Von Kant), esta vez mediante un texto juvenil del prestigioso dramaturgo y cineasta enriquecido por la lectura fílmica que hiciera el galo François Ozon, también empleada en la presente versión.
La pansexualidad heredada de antiguas culturas paganas, relaciones complejas de seducción, posesión y sustitución, alternancia de roles, la humillación como parte esencial del juego erótico o el sacrificio cual ofrenda inútil cuando el amor no es verdadero, constituyen algunas claves manejadas por el célebre autor alemán —e incorporadas por el francés en su versión fílmica— con las que Díaz «negocia» artísticamente, solo que, fiel a su estilo mixturador, tendiente a quebrar barreras entre, digamos, lo serio y lo leve, convierte la tragicomedia original en una pieza un tanto más light, mediante el reciclaje cultural de lo camp, la estética kitch y otras incorporaciones que signan desde hace tiempo su quehacer, con la complicidad del vestuario y la escenografía (donde la tenacidad y agresividad del rojo y el negro se erigen en expresivo signo) y, por supuesto, la música, que incluye lo mismo el Aleluya de Häendell que a Rafaela Carrá o a un metamorfoseado Charles Aznavour desde el estilo de uno de los personajes.
Lo cierto es que estas Gotas de agua… resultan tan refrescantes que se pasa un rato de maravillas, sin que dejemos por ello de reflexionar en sus agudos planteos, y donde asistimos, entre sus indudables méritos, a las matizadas y dúctiles actuaciones de Héctor Noa, Héctor Medina, Ismercy Salomón y Clara de la Caridad González.