La argentina Sandra Franzen resultó ganadora por Las flores contadas. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
Santiago de Cuba.— La posibilidad de apreciar buen teatro, de establecer nexos interculturales desde diversas estéticas y de comprobar una vez más que el texto escénico se realiza solo frente al público, fueron algunas de las valiosas oportunidades que ofreció el evento La escritura de la diferencia, que recientemente se desarrolló y culminó en esta ciudad.
La iniciativa partía de un concurso internacional que, bajo el nombre del certamen, y patrocinado por la compañía italiana Le Metec Alegre (Nápoles), tuvo la oportuna y original idea de prestar los textos ganadores a diversos grupos locales, cuya dirección y elenco se encontrarían con las autoras solo al momento del estreno, ocasión en la que, a su vez, departirían con los espectadores que acababan de presenciar la puesta.
Así fue como un jurado, que integraba por Cuba la dramaturga e investigadora Esther Suarez Durán, otorgó un premio por cada país participante (Cuba, Argentina e Italia) y para satisfacción nuestra, el gran premio se quedó en casa. Agnieska Hernández Díaz fue la joven autora laureada con su pieza Streep Tease, que asumió el Cabildo Teatral Santiago bajo la dirección de Tamara Portuondo.
Un hombre y una mujer en un edificio protagonizan (des)encuentros de todo tipo: soledades y alienaciones que se enfrentan y reciclan, imaginaciones que pueden (o no) tornarse realidad, cotidianidades y angustias que pesan, mas no impiden (o mejor, estimulan) la capacidad de soñar; erotismo potencial que estalla en cualquier momento y se manifiesta en ambigüedades y sugerencias, se entrecruzan y alternan en diálogos donde la poesía latente se expresa no en abstracciones, sino en bien encauzadas cadenas de acción dramática, que Agnieska manejó con imaginación y conocimiento de causa(s).
La puesta de Alina Narciso potenció la capacidad sugestiva del libreto: los cruces entre realidad y fantasía(s) propiciaron soluciones escénicas de gran imaginación (empleando el animado, la variedad cromática y de iluminación, el claroscuro cómplice dentro de una escenografía desde su funcionalidad y sencillez), el acompañamiento guitarrístico de Leandro Olea Ventura actuó tal correlato eficaz, y las actuaciones de Zonia Morales y José Pascual, «Pini», asumieron los complejos roles con indudables convicción y variedad de matices.
Si bien este desnudamiento espiritual constituyó, en efecto, lo mejor de las noches teatrales santiagueras, no quedó muy detrás la obra seleccionada y ganadora por Argentina, Las flores contadas, de Sandra Franzen. No muy lejana en cuanto a sus ideologemas (la soledad de dos hermanas que se inventan visitas masculinas para disfrazar aquella), el texto transita equilibradamente una bitonalidad que alterna humor y dramatismo.
Teatro Guiñol se hizo cargo de la puesta, bajo la sutil batuta de Irene Borges Lara, y uno de los principales y más conseguidos rubros es la música: sonido de los años 50 que tiene tanto que ver con el espacio rural del país sureño de donde procede la autora, como de nuestros campos, pero que de cualquier modo incide y colabora con los fantasmas e ilusiones de las protagonistas, que encontró en los desempeños de Malena Hernández, Yainery Quintana y Carla Romero (esa hija bastarda que manipula cruelmente las fantasías de sus tías), otro indudable valor.
Por último, la italiana Soledad Agresti aportó su pieza La pierna de Sarah Bernhardt, en un cambio de registro que toca directamente la farsa. La veterana Fátima Patterson y su Estudio Macuba (en el tan acogedor Café Teatro que le sirve de sede) asumieron esta comedia de enredos que también, desde su vocación universalista (ese miembro de la mítica actriz debe ser trasladado a la nueva sede del Museo de Bellas Artes) tiene que ver con situaciones criollas e internacionales (problemas laborales, crisis económicas...).
El movimiento escénico, la agilidad en el desplazamiento y la racional utilización del espacio, así como la fluidez del relato son aciertos que Fátima y su grupo lograron, si bien se resienten ciertos énfasis (sobre todo en las plañideras) que desbordan el tono deliberadamente esperpéntico y burlesco de la puesta.
Sobresalen la Carola de Consuelo Duany y la Doña María de Diosnelvis Ortiz dentro de un elenco que, en términos generales, logra animar el espíritu festivo del original.
La escritura de la diferencia resultó, al menos desde sus concreciones escénicas (aunque no pude asistir, supe de la valía de su evento teórico) todo un éxito; tanto el público santiaguero como los visitantes (del resto de Cuba y de muchos de los países que por estos días se hospedaban en esta cosmopolita ciudad) disfrutaron de puestas que, desde diversas poéticas, situaron a la fémina en el protagonismo y la órbita que merece; sujeto y objeto dramáticos demostraron su fuerza y esplendor, recordando el apotegma martiano, y haciéndonos esperar, desde ya, el próximo evento que retornará a las salas santiagueras dentro de dos años, para volverlas a inundar del inigualable aroma de mujer.