Un mar para Tatillo, que obtuviera el Premio Dora Alonso, es el más reciente estreno del grupo Pálpito. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:53 pm
Maikel Chávez y Ariel Bouza han sostenido un provechoso e intenso diálogo a lo largo del último lustro. El primero como dramaturgo y actor, y el segundo como director, han contribuido decisivamente a que Pálpito sea uno de los auténticos animadores de la vida teatral de la Isla. Precisamente son ellos quienes —desempeñando sus roles habituales— se responsabilizan con el más reciente estreno del laborioso colectivo. Me refiero a Un mar para Tatillo, pieza con la cual Chávez obtuvo el Premio Dora Alonso.
En Un mar... el joven autor conserva intacto ese aire entre cándido y retozón que resulta piedra de ángulo de su obra anterior. La obra, a partir del recurso de la analogía, refiere algunos pormenores de la niñez de un payaso. Gracias a este pretexto, Chávez se interna nuevamente en el mundo mágico y fantasioso de la infancia, remitiéndonos una vez más al marinero entorno de Caibarién. La recreación del ambiente pueblerino, el aliento tierno y la búsqueda de un humor sencillo y diáfano, son también constantes de su modo de hacer a las que recurre nuevamente.
El dramaturgo apela aquí con marcada insistencia a la narración de aspectos clave del acontecer en lugar de a su dramatización. Dicho de otro modo: la acción en presente es sustituida por comentarios y descripciones, y esto provoca que no crezca de un modo continuo y armónico, que los dilemas se resuelvan en el plano de las palabras y no del accionar de los involucrados. Incluso el pez, uno de los polos del conflicto, tiene una presencia pasiva, en lo cual influye el hecho de que sus actos son reseñados en lugar de ejecutados.
Ariel Bouza concibe una puesta en escena signada por la agilidad, la sencillez de las soluciones encontradas, la combinación de muñecos y actores, y la preocupación constante por la labor interpretativa. En esta ocasión opta por la utilización de títeres de mesa —técnica poco frecuente en las producciones de Pálpito— y apuesta, una vez más, por imprimirle al montaje un tono desenfadado que constituye una suerte de marca de agua de su quehacer. Por este rumbo consigue una envidiable comunicación con el público. El espectáculo atrapa al auditorio gracias a esa combinación de retozo y ternura, que proviene del texto y que es sabiamente respetada.
De los diseños realizados por Dayamila Aguilera llama la atención la expresividad de las figuras y la desproporción entre estas y las edificaciones. Entre lo más efectivo de su propuesta está la caja del Payaso, que luego se va transformando hasta convertirse en el sitio en que discurre el acontecer. Corina Mestre funge como directora de arte y esa es tal vez una de las razones por las cuales el decorado nos remite con insistencia a otros entornos fabulados por la tropa de Ariel Bouza. La sugerencia del ambiente marinero o la utilización en segundo plano de técnicas propias del teatro de sombras, son algunas de esas constantes.
La faena del elenco es de muy buen nivel. Del conjunto destacan en primer término Maikel Chávez, quien acapara el protagonismo no solo porque asume al personaje principal, sino porque incorpora también a varias criaturas más. La capacidad para diferenciarlas, la simpatía natural del joven intérprete, su organicidad, junto al atinado trabajo con las voces y la manipulación, devienen sus mejores argumentos. Yudid Martin demuestra que posee condiciones como actriz. Creencia, vigor, una dicción que se agradece, la utilización de adecuados matices, el subrayado de las intenciones son sus credenciales. Grethel Delgado, Yanay Penalba, Maydeli Pérez y José Miguel Quezada lboran con una inteligente mezcla de sinceridad y desenfado, contribuyendo positivamente al resultado final.
Como suele suceder con las producciones de Pálpito, Un mar para Tatillo es un espectáculo recomendable, aun cuando la insistencia en las descripciones —y conste que no se trata de un efecto distanciador al estilo de Brecht— atenta contra la nitidez de la fábula y la progresión dramática. Lo cierto es que tanto el texto como la puesta atrapan gracias a ese aliento ingenuo y desenvuelto que los anima.