MATANZAS.— Un oficio viejo cobra vida con su sabor medieval. Sus cultores no son monjes antiguos, aunque si amantes del sacerdocio del buen arte. Cada parto de Ediciones Vigía deja boquiabiertos a quienes se acercan a su fecundidad de cinco lustros.
Una tarde visitamos la casona centenaria ubicada en la Plaza de la Vigía. Desde que abordas la sala principal notas que algo inusual acontece allí, distinto a otros centros donde la modernidad se apodera de los espacios con su frialdad. Aunque nos esperaban, todo estaba en su lugar, como cotidianamente se respira en Vigía ese olor a pegamentos, tintas o pinturas. Las artesanas y artesanos cabizbajos, como si el tiempo fuera más fugaz si se entretienen, insuflan su arte a cada número que brota de sus manos.
Subimos por una escalera angosta hasta las salas de diseño, documentación, taller de serigrafía y área de los editores. Cada pared atesora arte. La ambientación en general deja una sana envidia en nuestro espíritu: La vista se recrea ante rejas antiguas, obras plásticas al óleo, en cerámica y otros soportes; en los muebles y adornos antiguos que no permiten que la modernidad les escamotee su espacio.
Bendecidos por amorToda obra humana perdurable tiene una génesis maravillosa. Si una buena estrella te ilumina, entonces el camino tendrá menos tropiezos. Ahora al acercarnos a la historia de Vigía vemos que sus primeros pasos por el mundo editorial fueron posibles por la creatividad del escritor Alfredo Zaldívar y del artista Rolando Estévez. Ambos tenían cargos en la Asociación Hermanos Saíz, y al vincularse con la Casa del Escritor se generaron encuentros literarios de importancia, que necesitaban ser divulgados y lo único que tenían era un mimeógrafo.
«A Zaldívar se le ocurrió hacer una invitación con esa técnica, porque Divulgación de cultura era muy complicada, muy profesional, y nosotros muy jóvenes y aficionados; un día me pide una ilustración para un concierto», recuerda Estévez aquellos primeros pasos.
Después se les ocurrió que la ilustración tuviera un poema que leería el autor esa noche; la invitación con un dibujo y un poema, después dos, tres poemas... y un día se propusieron concebir un libro.
El primero fue Nuevos poemas de Digdora Alonso, que se considera como una edición. «Es un sobre que tiene dentro diez textos y diez dibujos en papel craff, elemento que nos identifica, que estaba en las bodegas y carnicerías y era lo más cercano; descubrimos que era bello», nos explica Estévez.
«Este es un proyecto de amor, donde la gente tiene que de verdad sentir lo que hace porque si no los libros no salen, al no depender del escritor que nos hace llegar el texto, ni del editor ni del diseñador, depende de todas las personas», sentencia Agustina Ponce, la directora.
Alternativa estéticaRolando Estévez conoce del calor de cada rinconcito de Vigía, de su historia y avatares. De su mano recorremos el insólito caserón con sus tesoros editoriales que ya han dejado su huella imperecedera en el ámbito de la cultura cubana y universal.
«Las primeras ediciones eran pedestres, pero siempre procuramos que no se viera como una alternativa. Mucha gente, ha dicho que son alternativas por falta de recursos, pero nosotros teníamos una alternativa estética, queríamos luchar contra el libro industrial, que nos parecía feo, adocenado», ahonda Estévez.
—¿Empezaron antes de la crisis de los 90?
—Era una buena época, nos sentíamos segregados. Desde el 85 nosotros existíamos, y ya en el 90 con la crisis hay una poética diseñada y estructurada, donde se hacen estos libros por un problema estético.
Cuando llega la crisis en 1991, ya existía nuestra Revista del Vigía, nuestro acto editorial más importante y ese año se hicieron tres, absolutamente manufacturadas.
«Nos dimos cuenta de que era una editorial distinta y a la vez igual, con sus colecciones, editores, consejo editorial; nos hace distintos el trabajo manual, que también tiene antecedentes en los 80 en que surge en Estados Unidos el libro objeto como tendencia del arte, un libro hecho por el propio autor. Yo he preparado varios libros objeto para mí, pero a Vigía lo distingue el trabajo editorial, un libro objeto con 200 ejemplares.
«En las ferias la gente se pregunta si son ejemplares únicos y cuando le dices que son 200 hechos a mano se quedan fríos, y es posible porque hay un equipo de artesanas que se enamoraron de este trabajo, y lo hacen por amor porque el salario es bajo como en cualquier otro centro, se alimentan espiritualmente de repetir con belleza 200 ejemplares de un libro que creó un artista una vez; es un trabajo humano, los artesanos son los grandes protagonistas de Vigía».
Parecidos, pero únicosLos 200 son iguales en apariencia y distintos porque la huella que cada artesano deja no es indeleble ni precisa, pues si pones una mancha de algodón no pueden quedar las 200 iguales, solo parecidas.
Es un proyecto maravilloso, desde que lo conocí me encantó, aprecia Guillermo Rojas, especialista del taller de serigrafía donde se preparan las portadas de los libros y otros proyectos.
«Cada persona que tenga un libro de Vigía tiene un original con un tono no solo artístico y literario, sino humanista de ese trabajo», enfatiza Estévez.
El joven Manuel García, con apenas 20 años de edad, ya ha diseñado cuatro libros en Vigía: «Mantener el código de Vigía y recrearlo es la búsqueda de las nuevas generaciones».
A partir de 1993 se les abren las puertas a las ferias internacionales, cuando Eliseo Diego, al otorgársele el Premio Juan Rulfo, invita a Vigía a que lo acompañe a México.
Después muchas bibliotecas se entusiasmaron al ver algo distinto.
Siempre han aglutinado a jóvenes diseñadores formados al calor de la casa y que continúan la tradición, reunidos en la vocación del quinqué, símbolo de Vigía por su luz humilde, tranquila, pequeña.
La confección de solo 200 ejemplares se explica con el hecho de que el mimeógrafo después de esa cantidad de copias se quemaba, y además las artesanas se aburrían, porque llega un momento en que se agotan. Es una cifra amplia y a su vez de carácter restringido y exclusivo.
Estela Ación, editora, nos habla de la seriedad con que acogen cada proyecto para que nazca y crezca colmado de su espíritu irrepetible.
Muchos jóvenes empezaron su carrera literaria por Vigía y numerosos consagrados han visto la luz de su genio allí, pues se trabaja sobre papeles reciclados, metales, fibras vegetales, piedras, plástico, nailon, malla de pescar, mimbre, malanguita, maderas, tierra, arena, borra de café, cabe todo, siempre y cuando tenga un concepto plástico implicado a lo literario que se publica y se vea el libro llamativo.
Para Ibis Arias, artesana, se despertó e hizo realidad «ese bichito artístico que uno lleva dentro».
Estas son unas ediciones mágicas, acentúa Estévez, al resumir que es un ejemplo de laboriosidad, entrega, vocación, con la pretensión de dejar un testimonio. «No se podría hacer fuera de Cuba, ni de Matanzas».
Exclusividad para cubanosEs una institución dependiente del Instituto del Libro y la Literatura de Matanzas y, como todas las editoriales, cuenta con un plan de publicación, cuyas cantidades oscilan entre 15 y 20 títulos anuales con un perfil amplio que incluye narrativa, poesía y traducciones de grandes escritores de la cultura cubana.
Vigía convoca los Premios Nacionales de Poesía América Bobia y el Digdora Alonso, y es espacio para presentaciones de libros y escritores.
«La esencia es que nuestros libros los tengan los cubanos, y que algún día los adquieran los turistas, porque es un proyecto hecho para Matanzas, Cuba y después el extranjero», enfatiza Agustina, quien añade que al tratarse de un libro de colección, cuando un coleccionista, artista o museo lo busca obtienen algo que no se va a reproducir ni reeditar, con un valor artístico actual y futuro.
Pudo fracasar, pero los proyectos colectivos tienen tendencia al éxito cuando mucha gente se aúna sin la vanidad del protagonismo individual.
Marisel Ruiz, artesana, agradece los minutos vividos en Vigía. «Esta labor no es aburrida y, a pesar de que a veces te agotas, siempre me siento maravillada ante cada libro terminado».
También su valor está en que dialogan juntas varias artes, donde no solo está la literatura y la plástica, porque al estar un hombre de teatro como Estévez, la escena dialoga constantemente en el producto de Vigía. Sus libros surgen de sus cubiertas, como salen los actores al escenario cuando se descorren las cortinas.
«Eso es llamativo, exclusivo, son muchas artes que confluyen con el único propósito de que tengas en tu casa un libro para leer y amar», señala Agustina.
Vigía del mundoEl hecho de estar coleccionados en 11 bibliotecas importantes de Estados Unidos, entre ellas la del Congreso, como una exposición permanente, calibra el valor de este suceso cultural. Sin dudas, lo más trascendental es que el MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) desde hace cinco años los colecciona en su Departamento de Libros Raros. Allí solo se encuentran obras de Wifredo Lam, Alexis Leyva Machado (Kcho) y Ediciones Vigía.
En Cuba los colecciona la Biblioteca Nacional José Martí, la Elvira Chávez, de Santiago de Cuba, y la provincial Gener y del Monte, de Matanzas, aunque por supuesto la colección más completa la tiene la propia Casa editora que guarda tres ejemplares de cada edición, sin condiciones ambientales de protección.
De asombro en asombro, pasamos una tarde inolvidable viviendo el ajetreo de una editora que se distingue por el sello de la manufactura y su supremo hálito cultural.