La actriz Yuliet Montes sale airosa en esta puesta de Reinaldo León. Foto: Juan Manuel Cruz del Cueto Cuando aún Pinar del Río se recupera de los estragos provocados por la virulencia de dos temibles huracanes, la escena de la más occidental de las provincias cubanas acopia méritos indiscutibles. En medio de estos días de laboreo incesante, solidaridad franca y necesaria, así como de brigadas artísticas capaces de levantar el ánimo y ennoblecer el espíritu, hemos recibido, en la capital, a Teatro de la Utopía. Este colectivo pinareño agasajó a los habaneros con un divertido espectáculo titulado Sex-teando con Darío Fo.
Tal y como indica su título, Sex-teando... resulta una lúdica aproximación a la obra del Premio Nobel de Literatura Darío Fo y, en especial, a Tengamos el sexo en paz. Es este un monólogo apreciado en nuestro país en varias ocasiones y por excelentes actrices, cosa esta que termina por convertirlo en todo un reto para quienes se deciden a hacerlo suyo. El texto aborda, con una vocación a un tiempo satírica y aleccionadora, el tema del sexo o, mejor, de la carencia de una certera educación sexual. A partir de esta premisa —y siempre por intermedio de recursos propios de la comedia— son puestas en evidencia muchas de las causas de la insatisfacción que lacera las relaciones de pareja, entre otras cosas.
Reinaldo León —quien se encarga tanto de la dirección como de la dramaturgia— acude a una obra que pudiera parecer algo envejecida a causa de las inteligentes campañas sobre la educación sexual desplegada desde hace ya varios años en nuestro país, pero que, en honor a la verdad, conserva mucha actualidad y vigencia tanto en el contexto cubano como internacional.
La puesta de clara inclinación minimalista se apoya en algunos elementos de vestuario y utilería, junto a la banda sonora y la iluminación para conceder el protagonismo a la intérprete. León segmenta la trama a partir del uso de diversas jergas y acentos que devienen eficaz recurso expresivo e inteligente mecanismo capaz de provocar la hilaridad del público y universalizar el conflicto. El director no se limita a trabajar con el lenguaje sino que lleva a la actriz a caracterizar los diferentes arquetipos que encarna, imprimiéndole un ritmo dinámico y entretenido al montaje. Otro aspecto a tomar en cuenta es la relación interactiva con la platea, así como la desenvoltura de Yuliet Montes a la hora de improvisar, lo que demuestra un envidiable dominio escénico.
León y Montes se encargan de concebir la escenografía, la banda sonora y las coreografías. Esa es quizá la principal razón de la coherencia y funcionalidad de las soluciones encontradas para conformar el espectáculo. La música funciona como una suerte de telón intermedio que segmenta los diferentes episodios en que ha sido seccionada la historia, al tiempo que nos pone en antecedentes del origen del personaje que veremos aparecer de inmediato.
La escenografía es escasa, apenas si apelan a algunos elementos caracterizadores de las diversas criaturas involucradas en el acontecer. En tanto que las coreografías, a la par que dinamizan la propuesta y contribuyen a darle un tono festivo muy a tono con los presupuestos de dirección, también ayudan a significar las fronteras entre los arquetipos seleccionados.
De la labor interpretativa de Yuliet Montes debo decir que es meritoria. El espectador —y por supuesto el crítico— agradece la espontaneidad y el desenfado con que la actriz incorpora los diferentes personajes en que se desdobla. Una dicción clara —lo cual es imprescindible en una propuesta que juega con un lenguaje que mezcla frases de diferentes idiomas—, atinado uso de las manos, las posturas o la máscara facial, junto a un tono pícaro pero ajeno a cualquier rescoldo de vulgaridad, simpatía e innegable vis cómica, son algunos de sus argumentos. En su faena hay momentos de mayor lucimiento como son la incorporación de la italiana, la cubana o la estadounidense, no obstante, el resto también es afrontado con profesionalismo y dominio técnico.
Con la puesta en escena de Sex-teando con Darío Fo, Teatro de la Utopía arriba a su tercer montaje dando muestras de madurez y capacidad para moverse con soltura en géneros diferentes. El surgimiento de este colectivo es todo un logro del teatro pinareño y este espectáculo resulta una palpable prueba de ello. Divertida y franca, aleccionadora y entretenida, la propuesta de Reinaldo León y Yuliet Montes nos recuerda cuánto agradece el público la perspicacia de la buena comedia. Sencillo pero ingenioso es este: un espectáculo capaz de convidar a un público amplio sin concesiones ni gratuidades.