Por estos agitados días de Festival, los corales son la meta de muchos, pero no precisamente los que reposan en los fondos marinos, sino los que andan por las grandes pantallas en nuestras salas de cine.
A por ellos va la joven argentina Ana Katz, quien en su filme (que también protagoniza) La novia errante se inserta dentro de esa recurrente línea del nuevo cine argentino encaminada a radiografiar la cotidianidad; esas circunstancias comunes y corrientes en las que, frecuentemente, apenas se repara; esta vez, tras una discusión, los integrantes de una pareja toman rumbos diferentes y aun cuando habían planeado pasar juntos unas vacaciones en un balneario del interior, solo lo hace ella: sus constantes llamadas al novio que permaneció en Buenos Aires, las gentes que conoce (sobre todo, un amable y obeso arquero), la manera en que enfrenta el «quilombo» de una inminente ruptura, constituyen la médula de esta cinta que concentra de modo acertado el sujet y focaliza con tino las circunstancias aparentemente insignificantes que ocurren; ese sentido de crisis personal, de desorientación sentimental y hasta ontológica por las que todos hemos pasado, resulta atrapado y transmitido por la joven directora.
En la liza de las óperas primas concursa A casa de Alice, de Chico Teixeira, también en la cuerda del día a día aparentemente intrascendente. Solo que, en lugar de una pareja en Mar de las Pampas (Argentina) se trata de toda una familia disfuncional en el populoso Sao Paulo: la manicura que da título al filme, el esposo, la madre y tres hijos varones, constituyen el núcleo de este primer filme donde su realizador demuestra precisión a la hora de comunicar y alternar los diferentes conflictos de cada uno de esos seres. Es una lástima que el universo de los jóvenes no ocupara más el interés de Teixeira y que sean los adultos (fundamentalmente la protagonista) a quienes en esencia sigue su cámara, a pesar de lo cual nos enfrentamos a vidas comunes dentro de una obra que sobresale por la sencillez de su discurso, el cual halla resonancia en un público identificado con la trama. Película coral, al fin, se apoya en una edición esmerada, sin la cual la alternancia, mixtura y diversificación de las situaciones no hubiera llegado con tal puntería.
Padre Nuestro, de Christopher Zalla, en la sección Latinos en USA (aunque compitiendo también en largos de ficción) matiza el tópico de la inmigración hacia Nueva York con un tema tampoco ajeno al cine internacional: la usurpación de identidad, en este caso, la que ocurre entre dos jóvenes, uno de los cuales busca a su padre, ya establecido, en la inmensa y cosmopolita ciudad. El director se las ingenia para atrapar el clima de marginalidad, zozobra y exclusión de los viajantes cuando están anclados en el lugar de sus sueños (devenidos casi siempre pesadillas). Pero si esto no pasara de ahí, estaríamos solo ante otra buena película sobre el tema; sin embargo, Zalla logra desarrollar la historia del intercambio de personalidades con un sentido de la ironía y el sarcasmo rayanos en la tragedia; entre los aspectos que refuerzan ese tono figura, en primer plano, la soberbia banda sonora que mezcla piezas latinas con los ruidos tan especiales de Manhattan. Luego está esa fotografía de penumbras y rincones, que no se limitan a la cueva del padre, sino que incluye la luminosa urbe, a la que atrapa en su pátina más oscura, aun de día. Está, asimismo, un montaje que con sapiencia alterna las circunstancias de los dos jóvenes en torno al mismo objetivo encaminándolas por un feliz cauce narrativo; por último, unas actuaciones que podrían aspirar legítimamente a los corales respectivos, ante todo la de Jesús Ochoa, ese marginal simpático y farsante atrapado en un ardid, que se vuelve contra todos, incluso contra él.
Otra sobre profundas grietas familiares es la ópera prima XXY, dirigida por la argentina Lucía Puenzo y también escrita por ella, aunque partiendo de un referente literario; si bien determinados sujetos de la diversidad sexual (el gay propiamente dicho, la lesbiana, el travesti...) han salido a la palestra con cierto empuje en los últimos años, no ha corrido la misma suerte, quizá por más infrecuente, el que ahora protagoniza este filme: el hermafrodita; la joven cineasta se acerca a Alex, la adolescente con ese conflicto, pero no se limita a ella, también lo hace a otros que la rodean y que padecen otros no menos agudos: sus padres, una pareja (médico él) que los visita para familiarizarse con el asunto, el hijo de ellos (atrapado a partir de la relación con la protagonista en otro dilema), otro buen amigo de la muchacha con quien ha reñido...
La paulatina evolución y madurez de los caracteres desde un tempo que rechaza las prisas hollywoodenses, es el primer gran mérito atribuible a la descendiente del célebre Luis Puenzo (La historia oficial), todo encaminado a potenciar la gran tesis del filme: si hay que elegir puede ser que la no-decisión sea lo mejor, como parece opinar la propia Alex, y la apertura del desenlace refuerza.
Los desempeños de la muy dúctil Inés Efron, de un (afortunadamente) desestereotipado Ricardo Darín, y del resto del elenco, contribuyen al éxito del filme, por otra parte, uno de los fuertes aspirantes al premio de la popularidad.
Gente aislada o unida en ciudades del mundo; parejas, familias o miembros de ellas en pugnas entre sí o con ellos mismos; intimismo y coralidad en el cotidiano de América Latina y mucho más allá... ¿Por estos títulos no andarán algunos de los corales?