Muchacha levitando sobre un cubo, de la serie Alegrías y tristezas del Malecón, 2007. El olor a café invade el tercer piso de la sala transitoria del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes. Ahí, entre paredes y cristales, que relucen por su pulcritud, tres grandes tazas delicadamente «servidas» por el artista Pedro Pablo Oliva (Premio Nacional de Artes Plásticas 2006), convidan a degustar su contenido. Las escoltan unas 20 obras más (seis lienzos, diez dibujos, una pieza en bronce y tres cerámicas) protagonistas de una Historia de amor, una muestra colmada de ternura y sensualidad, realidades e imaginería, pasión, ironía y crítica social.
Desde una postura profundamente ética, humana y filosófica, el autor de esta exposición —quien se define a sí mismo como un cronista de su tiempo— refleja las angustias y ansiedades que acompañan la existencia humana. Un recorrido a través de esta propuesta visual, la cual recoge tres etapas de la amplia producción de Oliva (de 1980 a 2007), incita a realizar repetidas lecturas sobre la realidad cubana.
La búsqueda del amor y su constante preocupación por el entorno en que vive, están presentes en cada una de las creaciones de Oliva. Con un lenguaje metafórico y refinado sentido del humor, este maestro de la plástica nos remite inevitablemente a pasajes comunes. Centra su discurso en una realidad que toca bien de cerca a todos los cubanos, y de la que emergen, como en cualquier otra sociedad, valores positivos y negativos. Se deleita en el tema, rompe tabúes y pone énfasis en el comportamiento humano, en la sexualidad, en el deseo de transgredir lo establecido e ir más allá de cualquier formalismo que pueda encartonar la creación pictórica y apartarla del escenario actual.
Delicadeza en los trazos, ternura infinita, audacia, dinamismo, frescura y un notable equilibrio en el orden estético, distinguen en todo momento a esta Historia de amor. El lienzo Retrato de niñez (1989), por ejemplo, evidencia tanta suavidad y emoción contenida, que es necesario detenerse ante él y darle gracias a este artífice por permitirnos disfrutar de la presencia del Apóstol, motivo de inspiración en su obra.
Martí, el frío y el mar, 2007. Algo similar sucede con Martí, el frío y el mar (2007), perteneciente a la serie Alegrías y tristezas del Malecón. En esta segunda pieza, Oliva sienta al Maestro completamente desnudo, en ese muro habanero donde todo es posible, e invita a comunicar abiertamente cualquier inquietud y a reforzar nuestro sentido de nacionalidad y cubanía.
Acude, por otra parte, a resortes emotivos y vivenciales, para dejarnos atónitos ante El gran apagón (1994), de la serie Refugios. Es imposible mostrarse indiferente ante una obra de esta naturaleza, fiel exponente de los tiempos más críticos del período especial. En ella está la bicicleta, el farol, la bandera cubana, el balsero, el amor de pareja sobreviviendo a toda costa. Y junto al pueblo, compartiendo alegrías y tristezas, esperanzas y motivaciones, el Comandante en Jefe Fidel Castro.
Con esta serie, Oliva dio inicio a un trabajo que le obsesiona desde hace algunos años: representar la imagen de Fidel como ha hecho con Martí. No en la postura del héroe de batallas titánicas sino en la del hombre enfrentado a las luchas cotidianas. Así lo hallamos en El gran apagón y en lienzos como Abuelo contemplando a una libélula, de la serie El gran abuelo (2007), y en el tríptico Historia de amor, que forma parte también de la serie Alegrías y tristezas del Malecón.
Integran también a Alegrías y tristezas del Malecón, Hombre desnudo, Muchacha levitando sobre un cubo, Pepito malecón y Extraña declaración de amor; metáforas de la existencia e indiscutible denuncia de la soledad, tristeza y estado de enajenación en que puede quedar atrapada una persona.
Igual de interesante resulta el tríptico El inconcluso milagro del pan y los peces (2000), en el que Fidel y Juan Pablo II (durante su visita a Cuba) aparecen en el centro, sentados sobre un sillón de mimbre. «Yo he hecho con el tema de Fidel un desdoblamiento de mi sentido de la vida y de la muerte. Cuando lo sitúo contemplando una libélula o en el Malecón, ese soy yo mismo, que también soy abuelo. Al representarlo a él, me estoy representando a mí mismo y analizo su situación como ser humano desde mi propia vida», expresó Oliva.
El rico universo plástico de Oliva es apreciado igualmente en la colección Consejos de mamá, que sobresale por su discurso reflexivo. Destacan, además, las cerámicas expuestas, modalidad en la que el artista incursiona con una fuerte carga poética, pero también con humor y dramatismo.
Ese es el caso, por ejemplo, de Morboso juguete chino, donde aparece el típico burócrata y demagogo que lastra el desarrollo social y todavía pervive en algunas instituciones cubanas.
Un viaje hacia lo vivido, como él mismo lo define, es esta exposición con la que Pedro Pablo Oliva responde a la invitación realizada por Bellas Artes, con motivo del Premio Nacional de Artes Plásticas 2006.
Reconocido como «singular exponente de un estilo neoexpresionista, trascendido por el realismo mágico y el surrealismo, a Oliva lo distinguen el acento lírico, las texturas y los efectos técnicos en una composición resuelta por la aprehensión de fantasías y realidades», como bien afirmó la especialista Hortensia Montero.
Obra seria, profunda y de pensamiento la de este pinareño, para quien pintar «no es colocar bien o mal el color», sino pasar la barrera de lo inmediato y comprometerse en la lucha por el mejoramiento humano.