VIAJERO
Para Rosario.
De noche mi espalda muerde el precipicio,
y la muerte retorna.
Perseguir un cuerpo hasta el límite mismo.
—Un cuerpo a falta de otra cosa.
Inventando parajes inaccesibles
—noche a noche—,
y el delirio de perderme en pieles inauditas
que anticipan el alba.
Justo cuando mi espalda muerde el precipicio,
la mente como relata Jasper —inútil ya— regresa.
Con papel de arroz maquillan los hados en los rostros.
Las tres monedas de cobre protegen la fe del pesebre.
Reflejada en la mano queda la luz
y un límite que nadie/ ni nada traspasa.
Los amigos en enjambres llegan al apartamento los domingos, tratando de
segmentar sus angustias cotidianas, yo solo pienso en la pasión de ellos
y mi madre creyendo que el equilibrio interno es sinónimo de felicidad.
Sus voces y las de sus hijos que crecen a una velocidad inusual se enroscan
en las reflexiones: «Queríamos más, siempre soñamos con más».
Aunque nos mate el consuelo.
¿De quién fue la idea que cuando se cumplen los sueños la vida comienza?
LA GRUTA DE LOS DESEOS
Agotados como nulidades al sol me dice:
«Somos un breve poema japonés».
La miro como a una turista en escenario esquivo.
Nunca he tenido esa candidez que fluye de su mano.
Nunca y entonces grita:
«Ciérrate, ciérrate que nada tiene sentido».