Foto: Roberto Suárez Roberto Fernández Retamar es una de esas criaturas enormes —de tamaño y de personalidad— que mucha falta hacen en los círculos intelectuales de todos los tiempos. Por más de medio siglo ha dedicado todo su talento, energía y valor, a la apasionante batalla que significa el reconocimiento de su país como uno de los pilares del universo cultural en Nuestra América.
Ahora que la Oficina en Cuba de la Unión Latina decidió concederle el Premio de la Latinidad, me pareció el momento ideal para abordarlo. El presidente de la Casa de las Américas (o la Casa de Haydée, como él prefiere llamarla) tiene porte de noble caballero, es el hombre de letras por excelencia.
En un rinconcito de la Basílica Menor de San Francisco de Asís tuvo lugar esta conversación con Retamar, matizada por un torrente de interrupciones.
—¿Cómo aquel muchacho «tímido y vibrátil», al decir de Cintio Vitier, se acercó a la literatura que encarnaban algunos grandes escritores latinoamericanos? ¿Quién o quiénes formarían su paradigma de intelectual en la región?
—Bueno, a lo largo de los años han sido distintos. Los primeros escritores que a mí me impresionaron eran cubanos; por supuesto Martí, Julián del Casal... Cuando yo tenía 13 años leí unos versos de Casal y me estremecieron mucho; me conmovieron profundamente. Poco después empecé a leer a Miguel de Unamuno también. Martí ha seguido siendo para mí una figura paradigmática.
«En cuanto a los poetas, principalmente los de América Latina y España; tremendísimos como los del Siglo de Oro español, los de la Generación del 98: Antonio Machado, el propio Unamuno como poeta; algunos más jóvenes que ellos como Juan Ramón Jiménez; los españoles de la Generación del 27; latinoamericanos como César Vallejo y Pablo Neruda; cubanos como Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Eugenio Florit; los grandes poetas de Orígenes: Lezama, Eliseo, Cintio... Y he tenido también una relación muy cálida, puedo decir, con escritores que no son exclusivamente poetas, como por ejemplo Alfonso Reyes o Ezequiel Martínez Estrada, a los que he apreciado mucho y que fui conociendo a lo largo de mi vida.
«Después fueron apareciendo de otras partes del mundo que he nombrado mucho, de lengua española, podría mencionar también de lengua francesa, desde los románticos hasta los surrealistas franceses. Además, poetas de lengua inglesa como Walt Whitman por ejemplo, que primero leí traducido. Entonces yo era un muchacho y me colmó mucho.
«Y después otros poetas ingleses como Eliot, pero bueno, podríamos hacer aquí una enumeración excesiva; ya la hemos hecho».
—Dentro del panorama histórico y literario cubano que le antecedió en el tiempo, ¿a quiénes consideraría las figuras que más aportaron a la consolidación de la tradición latina?
—Los poetas cubanos se manifiestan en español y el español es una lengua romance o neolatina, por lo tanto todos los importantes poetas cubanos, que son muchísimos, han contribuido con sus obras al crecimiento, al fortalecimiento de esa tradición latina o romance que refieres. Y eso es válido desde Heredia, el primer gran poeta cubano, hasta los poetas veinteañeros de nuestros días. Todos ellos han contribuido a enriquecer el espíritu de la latinidad.
—¿Y dentro de su generación (la de 1950) o las que le han sucedido?
—De mi generación en Cuba y en Hispanoamérica, yo tuve vínculos muy fuertes con un gran poeta ya desaparecido: Fayad Jamís, y fuera de Cuba con poetas como Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Juan Gelman, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco...
«Ernesto es un poquito mayor, casi pertenece a dos generaciones, porque nació en el 25, el mismo año que nació un poeta muy notable cubano al que también admiro profundamente, que fue Rolando Escardó».
—¿Cuáles son los momentos en que más intensamente se retrata el sentimiento latinista dentro de su creación poética y ensayística?
—Eso hay que dejárselo a los críticos. Yo no soy quién para responder. (Sonríe).
—Usted ha ejercido la docencia en diferentes períodos dentro y fuera de Cuba, enarbolando sus ideales patrióticos y nacionalistas, pero también latinistas. ¿Cree que sus discípulos hayan aprovechado al máximo sus lecciones y comprendido el significado de la latinidad como recurso para defender nuestra identidad?
—Tendríamos que preguntárselo a los que fueron mis alumnos. No podría responderle con sinceridad. Yo creo que no hay que ceñirse demasiado a la latinidad. Los aborígenes americanos no eran latinos y sin embargo son fundamentales para nosotros. Los millones de africanos que fueron traídos a América tampoco eran latinos.
«Recuerda que Martí dijo: “Patria es humanidad”; hay que pensar en términos de Patria y en términos de Humanidad».
—En su discurso de ingreso en la Academia Cubana de la Lengua (1995), usted no dudó en calificar al español como «la más creciente de las lenguas romances». ¿Qué importancia le concede Retamar, en estos años, al estudio y difusión de las lenguas neolatinas?
—No cabe duda de que el español es, de las lenguas romances, la más creciente. El francés, que ha sido una lengua muy importante y que sigue siendo una muy importante lengua de cultura, no es una lengua creciente. En cambio el español sí lo es.
«Según tengo entendido la cuarta parte de la humanidad habla lenguas latinas. Otras lenguas son importantes: el italiano principalmente, el catalán, el gallego, el rumano... Muchas lenguas romances son importantes, pero la más creciente es la lengua española. Yo recordaba ahora mismo en mis palabras de agradecimiento que cerca de 50 millones de hablantes del español viven en el seno de Estados Unidos, donde mantienen rasgos culturales de sus tierras de origen. El español es una lengua que se ha expandido y que sigue expandiéndose mucho».
—Hace tiempo le escuché proclamar su voluntad de «mantener un presente de armonía, hermosura, grandeza y provecho, que es lo que significa la obra de un gran autor» (entonces se refería a Borges). ¿Qué significa entonces el Premio de la Latinidad 2007 para alguien que, como el gran escritor bonaerense, es considerado también un «gran autor» de Latinoamérica?
—En primer lugar esta distinción me honra mucho, me hace feliz, me alegra estar en compañía de personas que quiero, admiro y han recibido antes este premio. Es un compromiso y un estímulo; un estímulo nacido de la gratitud de quienes decidieron otorgármelo...
HOJEANDO UN LAMINARIO DE ESPAÑA
«Alumbrada de cera, complida de óleo,alegre de azafrán.»Alfonso X
Toda la repartida gracia que las fotos hábiles disponenAl norte, al sur, al este, al oeste,Nostalgia, sonrisas, labores, rectitud,Alfonso el Sabio con mano coronadaAgolpa señorialmente: balbuceaUn trino de castillos ásperos, labrantíos y vacadasQue llama, para abreviar, paraíso.De repente me conmueveQue esta calle que la tierra no se resigna a perder,Que estas casas extremeñas lívidasLas habitaran hace centurias.Junto a ellas sembraban, apaleaban oscuros asnosPara traer alimentos a travésDe senderos que hizo venerables Francisco Pizarro el porquerizo.Discutían del tiempo, de las ominosas leyesO de América sorprendente, con vozQue, a falta de dueño mejor, empleo yo ahora.Uno de ellos (hastiado, réprobo,Simplemente lamentable o acaso notorio)Abandonó la casa paterna, el asno, el sendero, la lámina.Desde sus consecuencias, hojeando el grueso libro,Rememoro su antigua costumbre y la de sus padres fieles.
Roberto Fernández Retamar
Poema leído en la ceremonia de entrega del Premio de la Latinidad 2007.
Otros galardonados opinan
«Defensor de la tradición romance —lo cual se refleja maravillosamente en su obra—, Roberto es un gran estudioso, un gran estudiante y un eminente batallador. Para él la Universidad no fue una cuestión episódica, sino permanente en su vida. La Universidad está dentro de Retamar y Retamar está dentro de la Universidad. No se ha convertido en un “académico”, así entre comillas, le ha dado sinceridad, sympathos, como le gustaba decir a Lezama; autenticidad a la academia. Creo que lo merece mucho más que yo...». (Cintio Vitier. Premio de la Latinidad 2005).
«Roberto es testigo de la experiencia que nuestros patrones helenos y latinos formularían sosteniendo articuladamente que pulchrum, verum et bonum in unum inter se simpliciter convertuntur: en la esencia de su ser como persona se imbrican, en unidad irrenunciable, la hermosura incomparable de la eticidad sostenida, el compromiso con la verdad que descubrimos paulatinamente y que, al mismo tiempo, ya nos posee de antemano, y la bondad que nos viene de adentro como un halo de luz que nace del combate cotidiano, humilde y fiero, a favor de todo lo que contemplamos como limpio y transparente a lo largo de nuestra existencia, casi siempre azarosa y no exenta de contradicciones...». (Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Premio de la Latinidad 2006).