Bukowski
No tuve que dejarles mi hermoso cisne
pues no había invierno ni lagos congelados
donde mueren los cisnes.
Y es lo único que no he tenido que dejarles.
Los mismos que arrastraban sus zapatos de polvo
y echaban su distracción sobre los seres vivientes
pidieron para sí todo lo que tenía:
gatos de mirada equidistante
haciendo equilibrios sobre las alambradas
pájaros comunes que anidaron en mis árboles.
Los vi desde el cercado
ya no tenían ese brillo en la mirada
y morían contemplados por las miradas sin brillo
de los que hablaban de la comida y el verano
y uno me miró
para que lo pusiera a morir a salvo en mi corazón
pero fui cobarde y lo dejé allí
como tú les dejaste tu hermoso cisne
y nadie me ha vuelto a mirar con la misma necesidad.
El Alto
Cubierto el rostro con el pasamontañas
me sigue: tengo neutro
y señala el cuero animal de los zapatos.
Bajo el tejido se adivinaba joven.
Es lo más que recuerdo de lo alto de El Alto.
Entonces me dijeron que los indios aymaras
se cuidan de la muerte alejando los árboles.
Vi los cerros reverberar desnudos.
Vi sus tumbas protegidas por rectángulos verdes.
Ajena simetría ponía otros colores entrando unos en otros
y sobre ellos más color en cajas y etiquetas:
materia que la tierra no puede masticar.
Niños que balbuceaban sujetos a la madre
hubieran podido tragarse con los ojos
a cada transeúnte que se detenía revolviendo el tejido
pidiendo unos refrescos / escupiendo semillas de manzana.
Aquellos caracoles en la oreja de todos
aislando a la extranjera.
Es lo más que recuerdo de lo alto de El Alto.