Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Soy, sencillamente, José Manuel Carreño

Exclusiva con el reconocido primer bailarín cubano que participa en el 20 Festival Internacional de Ballet de La Habana

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

En la sede del Ballet Nacional de Cuba hay quienes aseguran que todavía se pueden escuchar, por los pasillos y los salones, los pasos apresurados y la risa contagiosa de un niño muy avispado que se pasaba el tiempo saltando de un lado a otro, imitando a cuantos veía y queriendo de todos modos bailar. Lo que quizá nadie podía imaginar era que aquel muchachito trigueño, de ojos vivaces, se convertiría en el primer bailarín mundial José Manuel Carreño.

«Prácticamente nací y me crié aquí. Sabes que tengo dos tíos que pertenecían a la Compañía: Lázaro y Álvaro. Así que mi infancia transcurrió en esta casona, donde todo me atraía y donde me enamoré del ballet. Después empecé a estudiarlo, hasta que me gradué. Lo cierto es que nunca pensé dedicarme a otra cosa. Cuando me preguntan qué hubiera sido si no fuera bailarín, solo puedo responder: bailaría, no sé si rumba, salsa, chachachá o guaguancó, pero bailaría».

—Te graduaste en 1986 como el alumno más destacado de la escuela; quizá por eso seas uno de sus principales representantes...

—Es que no desperdicié absolutamente nada de lo que mis maestros me enseñaban. Estaba sediento de danza. Y después de ese período no he dejado de prepararme; no soy de los que se las dan de divos. Vivo para mi trabajo. Es la única manera de que todo salga bien. Mi fórmula es muy sencilla: enfrentar cada uno de mis actos con amor, pasión, con dedicación.

—¿Qué hace que los cubanos triunfen en otras latitudes?

—He estado en diversas compañías y te puedo decir que la técnica clásica es más o menos la misma. Realmente lo que nos hace diferentes —no sé si por nuestra condición de latinos, pero, sobre todo, de cubanos— es que somos muy comunicativos. El cubano es muy expresivo en su cotidianidad. Bailamos de la misma manera que hablamos, y eso la gente lo percibe y lo agradece. Claro, no podemos obviar que la Escuela Cubana de Ballet (ECB) se ha desarrollado muchísimo, posee un nivel técnico muy elevado, fundamentalmente en la danza masculina. Eso también nos distingue: los bailarines cubanos son muy fuertes técnicamente, pero creo que la expresividad es lo principal.

—¿Qué significó para ti haber obtenido Diploma de Honor en el prestigioso Concurso Internacional de Varna y luego dos medallas de oro en Estados Unidos?

—Indiscutiblemente representan un punto de giro. Porque en esos concursos te están observando directores, empresarios, profesores, bailarines, periodistas, críticos... Y eso te puede cambiar la vida, como me sucedió a mí. Después que gané el Grand Prix en el concurso de Jackson, Mississippi, en 1990, llegaron no pocas ofertas a mis manos. Estoy seguro de que sin ese certamen sería el mismo que soy hoy, mas es evidente que propició que otras personas se fijaran en mí. En la vida, además de trabajo y dedicación, se necesita un «poquitico» de suerte.

—¿Qué te aportaron los cuatro años en el Ballet Nacional de Cuba (BNC)?

—Fue una etapa estupenda. Después de 20 años de carrera, te puedo asegurar que en ningún momento uno deja de aprender. Cada función es una clase, sin embargo, esos cuatro años fueron muy productivos, muy especiales, pues en ese período José Manuel se estrenó en casi todos los clásicos: El lago de los cisnes, Giselle, Coppelia, La fille mal gardée, y tuvo la dicha de trabajar con todas aquellas grandes figuras.

«¿Te imaginas haber compartido y aprendido de Jorge Esquivel, Lázaro Carreño, Andrés Williams...? ¿Puedes concebir una felicidad mayor que ser partenaire de Alicia, Josefina y Loipa, o de haber recibido las enseñanzas de Aurora y Mirta? Para mí ese tiempo fue como un cofre lleno de joyas preciosas, que guardo celosamente aquí (coloca su mano primero en el pecho y luego en la sien). Es un enriquecimiento que nadie te puede quitar».

José Manuel Carreño junto al cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba en Giselle. Foto: Nancy Reyes

—¿Fue después de esa etapa que te hicieron un contrato en Inglaterra?

—Efectivamente, otros cuatro años, en los que estuve en dos compañías: English National Ballet (ENB) y Royal Ballet. Recuerdo que en 1993 hice una gira con el Royal por Estados Unidos. Fue cuando conocí al director del American Ballet Theatre (ABT), Kevin McKenzie, quien fue a ver la función, y me convidó a que ingresara en su compañía. Todo fue como una cadena, y ya llevo 12 años con el American, que destaca por su repertorio, su versatilidad, y que además ha sido muy flexible conmigo, pues me ha dejado ir y venir.

«Ahora se están haciendo funciones en Nueva York, y yo estoy en el 20 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Por ello he podido bailar en el Bolshoi, en el Kirov, en la Scala de Milán, en la Ópera de Roma, en los ballets nacionales de Canadá y Holanda, en el Asami Maki Ballet del Japón... He tenido esa libertad».

—¿Cuáles han sido los momentos más gratificantes y los más tristes en estas dos décadas?

—Los más gratificantes se relacionan con el trabajo. Indiscutiblemente situaría, en primer lugar, haber llegado a ser una primera figura en cada una de estas compañías. Y lo más difícil fue, y continúa siendo, tratar de mantener ese nivel técnico y artístico que he logrado. Y es un reto constante, porque el público que te va a ver espera lo máximo de ti.

«Claro, también hay algo que no puedo dejar de decirte y es que siempre extraño a Cuba, a mis profesores, a mis raíces. No te niego que estoy en una compañía como la que todo el mundo sueña, pero añoro esta tierra, el olor de mi Habana, a mi gente. Cada vez que vengo a Cuba me cargo las baterías, y esa energía vital me da para poder aguantar».

—En una entrevista afirmaste que hay bailarines de las nuevas generaciones muy bien preparados y muy competitivos. ¿Temes que en algún momento te desplacen?

—En lo absoluto, es parte de la vida. Yo fui estudiante, hoy soy profesional y pienso que mañana seré maestro o coreógrafo. No sé. Nuestra existencia es una serie de escalones, solo hay que saberlos subir y saber pisar fuerte, con seguridad, sin miedos, para que un paso en falso no te envíe hacia el barranco. Cuando me toque dejar de ser un bailarín profesional, lo aceptaré con mucho gusto. Es más, me he ido preparando, porque imparto clases en diversas partes del mundo, algo que me satisface muchísimo.

«Con todo lo que he aprendido, tengo mucho para entregar. Cuando vengo a Cuba y veo el desarrollo impresionante que muestra la ECB, no me angustio; por el contrario, me lleno de orgullo. Así que, llegado el momento, estaré esperándolo con regocijo por la obra realizada, y con la suficiente dignidad como para tomar a los nuevos de la mano y guiarlos».

—¿Has sentido envidia profesional?

—Quizá una sana envidia profesional. He tenido la suerte de interpretar la obra de muchos coreógrafos contemporáneos renombrados —ahora mi favorito es Jiri Kilian—, sin embargo, me hubiese gustado haber vivido esa época de oro que pudieron disfrutar Alicia Alonso, Margot Fonteyn, Nureyev, Baryshnikov... Ellos tuvieron el privilegio de trabajar con grandes creadores como George Balanchine, Jerome Robbins, Frederick Ashton, Kenneth McMillan, Fokine... Por suerte, en el ABT se representan con frecuencia sus piezas, pero no es como compartir con los coreógrafos, porque ese contacto directo da otra sensación, es otro el enriquecimiento. Hoy por hoy me gustaría trabajar, y espero tener esa experiencia antes de retirarme, con dos que residen en Europa: Maurice Béjart y Roland Petit, pero no he podido coincidir con ellos.

—En el 2004 te entregaron uno de los premios más codiciados: el Dance Magazine. ¿Cómo viviste ese momento?

—Con un doble orgullo, porque fui el segundo cubano después de Alicia que logró estar en el ABT, y con este premio sucedió lo mismo: primero a Alicia y luego a mí. ¿Te imaginas? Es como si estuviera siguiendo los pasos de alguien que ha sido lo más grande que ha dado Cuba y Latinoamérica en el mundo de la danza, y una de las figuras cimeras de este arte en el planeta.

—Algunos suponen que tu vida es pura felicidad. ¿Es verdaderamente así?

—Mi vida es muy linda, pero muy sacrificada, porque sigo siendo un cubano que trabaja fuera de su país, que lleva una carrera que le absorbe completamente, que lo aleja constantemente de sus dos hijas, de su esposa. Esta es una profesión que te esclaviza. Tienes que amarla para poder enfrentarlo, de lo contrario no podrías. Hay invitaciones que no puedes rechazar, porque pondrías freno a una carrera que, por principio, es muy corta, no es como un músico o un cantante de ópera, sino como un deportista, cuya disciplina es puro sentimiento. Lo que no haga ahora no lo haré jamás. Trato de entregar lo mejor que tengo.

—En este 20 Festival muchos esperaban que protagonizaras Giselle con una primera bailarina, pero te decidiste por la bailarina principal Sadaise Arencibia. ¿No fue demasiado arriesgado?

—Pues sí, fue arriesgado, pero muy estimulante. Fue una decisión que tomé porque la vida está llena de riesgos. Es verdad que en el BNC hay primeras bailarinas increíbles, pero me dije: por qué no darle la oportunidad a una bailarina con tanto talento, como muchas otras dentro de la Compañía. A Sadaise la veo como una gran promesa del BNC. Es una bailarina súperbella, con una línea envidiable, una muchacha que va a dar mucho de qué hablar. Lo es por naturaleza.

«La gente la mira y dice: “Parece una bailarina de afuera”. Y es que es una bailarina de afuera, de al lado, de arriba y de todas partes. Enseguida pensé en ella cuando decidí hacer Giselle, pues imaginaba que podía dar una Giselle preciosa, muy natural, fresca, muy como es ella».

Memorable el Giselle protagonizado por Sadaise Arencibia y José Manuel Carreño en el Teatro Nacional. Foto: Nancy Reyes

—El público los ovacionó largamente en la Avellaneda, pero ¿cómo quedaste tú?

—Muy complacido, y después del espectáculo la besé y le dije que me había sorprendido. Sabía que lo haría bien, pero no de esa manera, porque cuando llega una función (y más si es un debut), te tiemblan las piernas, no te salen las cosas... Sadaise desde el primer acto estuvo formidable. Ensayé con ella en dos o tres ocasiones, pero en el escenario la sentí mucho más.

—Supongo que ya no te deben quedar sueños por materializar...

—¿Sueños? Sí, estoy en una etapa en que me gustaría hacer algo en el cine, por ejemplo. Me han propuesto muchas cosas en Broadway, pero todavía no me siento listo para abandonar los clásicos, en el sentido de que estoy en forma para encararlos con exigencia. Con Broadway tendría que dejar la compañía por un año, y no quisiera.

—Estás en un momento de esplendor, pero ¿has pensado en el retiro prematuro?

—Por ahora no. Me siento muy bien y soy dueño de una experiencia para nada despreciable. Creo que aún me quedan cuatro o cinco años más como bailarín activo, y después veremos qué me depara el destino.

—Te comparan con Nureyev y Baryshnikov...

—Solo te puedo decir que es un privilegio que me comparen con esos dos monstruos de la danza, porque fueron mis ídolos desde pequeño, se convirtieron en mis patrones. Por tanto, eso indica que no voy por muy mal camino. Nunca pensé que podría llegar a la cima. No obstante, no soy Nureyev, ni Baryshnikov, soy, sencillamente, José Manuel Carreño.

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