El bailarín en Prólogo para una tragedia. Foto: Nancy Reyes La última vez que vino Maximiliano Guerra a Cuba —ya por entonces una estrella internacional de la danza—, fue como un relámpago. «Vine desde Europa, bailé seis minutos, y volví a tomar el avión en la noche, solo por el cariño que tengo por el Festival Internacional de Ballet de La Habana, y por la necesidad que uno tiene de sentir de nuevo ese amor y ese respeto que siempre obsequia el público cubano», confiesa el bailarín argentino, quien llegó a la capital de la Isla para interpretar, el pasado domingo, Prólogo para una tragedia, de Brian McDonald.
—Esta es su sexta vez en Cuba...
—Así es. ¡Y pensar que la primera fue hace 18 años! Por eso estoy tan contento de estar de vuelta y, sobre todo, porque pude interpretar un ballet como Prólogo para una tragedia, la historia de Otelo. Alicia Alonso quiso que yo lo protagonizara, a lo cual se sumaba que este es un rol que deseaba desde hace tiempo, porque es un personaje fantástico, con un montón de colores, que lo hacen muy interesante a la hora de abordarlo.
—¿Conocía este ballet con anterioridad?
—Sí, lo vi hace muchos años con Andrés Williams, en Buenos Aires, cuando era chiquito, así que no lo tenía muy claro. Lo tuve que aprender de un video que me enviaron y se veía muy poquito, pero después de los ensayos con Yolanda Correa (Desdénoma), Carlos Quenedit (Yago), Taras Domitro (Cassio), Aymara Vasallo (Emilia) y el cuerpo de baile, pude sacarlo adelante.
—El público cubano esperaba que interpretara uno de los grandes clásicos. ¿Por qué no?
—Por falta de tiempo. Mi agenda está muy apretada en Europa a partir del 4 de noviembre. Lamentablemente, por ese compromiso no me puedo quedar más, aunque tengo ganas de estar todo el Festival, de verlo tranquilo, de bailar otras cosas, de tomármelo con un poco más de calma y disfrutar este oxígeno de danza que invade a Cuba.
—¿Cuáles son los vínculos que existen entre Maximiliano y Cuba, además del Festival?
—Pues, mira, con el primer cubano que tuve contacto fue con José Manuel Carreño. Nos conocimos en 1986 en Varna, Bulgaria, y nos hicimos amigotes. Éramos el grupo que hablaba español, y a partir de ahí nos encontramos muchísimo por el mundo en otras competencias, en galas, en los mismos teatros y bailando los mismos ballets, de invitados. Sin embargo, lo que más me une es el cariño que me han entregado los cubanos todas las veces que he venido a bailar, lo mismo cuando hice Don Quijote y Giselle, que cuando interpreté Diana y Acteón. Esta vez no fue la excepción. Con Prólogo... me llenaron también de mucho calor.
—Me hablaba de Varna, donde obtuvo la medalla de oro, pero ha sido un bailarín muy premiado. ¿Qué importancia le concede a los concursos?
—La competencia es importante, pero debe estar siempre enfocada en uno mismo, no con el colega. A qué me refiero: a que no se trata de ganar la medalla de oro porque venciste a un colega, sino porque presentaste todo lo que debías y lo hiciste bien, lo cual te da la certeza o la fuerza para decir: estoy por buen camino, sigamos adelante.
«Pero también es importante para la gente como nosotros en Argentina, que estamos muy lejos del mundo, que estamos muy lejos del contacto con otros bailarines, con otras escuelas de danza».
—¿Qué está sucediendo con su compañía, el Ballet del MERCOSUR, que fundó en 1999?
—El Ballet del MERCOSUR continúa con su mismo propósito: unificar la cultura a través de la danza. Como bien dices, la compañía tiene ya siete años, y la particularidad que tiene es que hace todo tipo de danzas: desde lo clásico hasta el rock and roll, sin olvidar el tango, el folclor argentino... Es una compañía de 15 bailarines, a quienes se les exige ser dúctiles, que sepan interpretar tanto lo clásico y lo neoclásico, como lo contemporáneo.
—¿Qué le ha aportado estar en el English National Ballet, el Ballet de Los Ángeles, el Teatro Alla Scala de Milán o el Ballet del Teatro Bolshoi, de Moscú, por solo mencionar algunos conjuntos?
—Estar en estas compañías me dio un gran apoyo en el principio de mi carrera, en cuanto a tener una organización que me consolidó la disciplina, al tiempo que me ayudó a ubicarme en un lugar destacado. Después quise ser free lance, porque creo que el arte no tiene límites, y cuando estaba en el English, por ejemplo, sabía que no podía bailar Béjart, y yo quería bailar Béjart, Forsythe, Kylian... Esas posibilidades las encontré buscando el lugar más propicio, porque la diversidad es la que nos hace crecer. Cuando dejé Londres y me fui a Berlín como invitado, di un gran paso. En ese momento comenzó el crecimiento.
—Ha estado en muchos festivales. ¿qué distingue al de La Habana?
—El ambiente de arte, que quiere decir que todo esté puesto ahí, encima del escenario y para el público. Y eso es una gran felicidad para el artista. Ese es el ambiente más propicio para poder trabajar, para entregarlo todo sin reservas.