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Nostalgia por el musical

La obra de teatro El tío Francisco y las Leandras nos recuerda cuán enraizado está el musical en la sensibilidad del cubano

Autor:

Osvaldo Cano

Las Leandras.Foto: Pepe Murrieta Todo un suceso de público constituyó el estreno, en 1991, de El tío Francisco y las Leandras. El espectáculo, dirigido por Berta Martínez, ha vuelto a las tablas de la sala Hubert de Blanck. Como en aquella ocasión el diálogo con los espectadores es una de sus mejores cartas de triunfo. Porque, a pesar de la conocida procedencia hispana tanto de la música como del libreto, lo que ha animado a sus hacedores es la necesidad de concebir un musical a la cubana.

El tío Francisco... tiene como punto de partida el libreto de Emilio González del Castillo y José Muñoz, quienes siguieron el rumbo de la comedia de enredos donde el cambio de identidades es la clave. Una joven actriz y su novio tratan de evitar que un tío «rico» conozca la verdadera profesión de la heredera. En su intento convierten una antigua casa de citas en un supuesto internado para señoritas. Esto provoca sucesivos equívocos que acentúan el carácter humorístico de la trama.

Lo primero que llama la atención en la versión es que Berta Martínez ha reescrito el original en función tanto de sus actores como de la realidad en que está insertada. La directora bombardea a Las Leandras con comentarios respecto a la precariedad reinante durante los años más difíciles del período especial, discusiones o tendencias propias del mundillo teatral, arquetipos y hasta escenas de nuestra sabrosa tradición vernácula o fragmentos antológicos de otros musicales.

El montaje deviene homenaje tanto al musical español como a figuras y tipos que animaron nuestro teatro popular. Esa es la razón de su eclecticismo, de sus deliberados anacronismos y la convivencia del choteo y el doble sentido con una trama elaborada a partir de constantes e ingenuos equívocos. Nostalgia y respeto por un género que resulta uno de los grandes ausentes de nuestras tablas son también rasgos distintivos de El tío Francisco...

La puesta en escena es dinámica, divertida e imaginativa. Martínez vuelve a apostar por las composiciones y la utilización de un mínimo de elementos escenográficos. Los cuerpos de los actores y los movimientos coreografiados contribuyen a conformar una imagen sugestiva y evocadora de una época y un modo de asumir un tipo de espectáculo que ha trascendido a la esfera de la leyenda. Otro de sus puntos fuertes estriba en el hecho de que son actores mucho más acostumbrados al drama o la comedia quienes encaran este musical.

Los colaboradores de la directora son de excelencia, y los arreglos musicales de Juan Piñera están pensados para favorecer a los intérpretes. El arreglista concibió una sonoridad mucho más contemporánea y cercana a los timbres propios. Las coreografías de Iraida Malberti contribuyen notablemente a crear imágenes, definir espacios y cultivar ese regusto por grandes momentos del teatro del pasado que signa al montaje. El diseño de luces de Saskia Cruz, rescatado especialmente por la directora, es preciso y evocador, en tanto que los vestuarios y la escenografía (ambos de Berta Martínez) recurren a la sencillez y la sugerencia para paliar carencias y atizar la imaginación del auditorio.

Resulta imposible detenerse a valorar la totalidad del elenco debido a su amplitud. En cambio, vale la pena destacar que los actores asumen el difícil reto de cantar «en vivo» con afinación y sentimiento. En este sentido desempeñó un rol importante la dirección musical de María Elena Soteras, quien supo adecuar a la tesitura de los intérpretes los diferentes números musicales.

Es precisamente Soteras quien asume el papel de la protagonista con una mezcla de naturalidad y oficio. Amada Morado nos hace disfrutar con su dinamismo y desenfado. La actriz juega con la imagen caricaturesca y el sorpresivo comportamiento de una criatura que va de la franqueza al desparpajo. Roberto Gacio labora con sinceridad y dota a Porras de un aire ingenuo muy a tono con la situación. Kelvis Sorita lleva adelante una faena signada por la corrección. Sus mejores momentos están vinculados con los gags que le confieren un toque humorístico al inveterado celoso y cascarrabias que interpreta. Ilsi Pérez causa muy buena impresión con una mulata extrovertida y zalamera, mientras que Pedro Regüeferos evoca la imagen melancólica de un mundo que se despide. Su personaje es todo un símbolo que nos remite a la añoranza por un teatro espléndido ayer y olvidado en estos tiempos.

Con El tío Francisco y las Leandras Berta Martínez nos recuerda cuán enraizado está el musical en la sensibilidad del cubano. La pátina de nostalgia que lo envuelve resulta una advertencia, un llamado al orden, a reparar en lo importante que es rescatar esta zona tan gustada de nuestra escena.

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