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Compromiso y sensibilidad desde la formación

Ejercer la Medicina en Cuba es una perenne responsabilidad con el pueblo. Así le asegura a JR, Frank Miguel Hernández Velázquez, mejor graduado de la promoción de 2025 en la Universidad de Ciencias Médicas de Holguín, justo cuando celebramos hoy el Día de la Medicina Latinoamericana

Autor:

Jorge Fernández Pérez

HOLGUÍN.— Todavía se sorprende cuando alguien le dice doctor. Frank Miguel Hernández Velázquez, recién egresado de la Universidad de Ciencias Médicas de Holguín y reconocido como Mejor Graduado de esa casa de altos estudios, confiesa que aún le «choca un poquito» asumir en voz alta ese título que persiguió, sin pausa, desde el 12mo. grado. 

Pidió Medicina como primera opción, aprobó con buenos resultados las pruebas de ingreso, cumplió un año de Servicio Militar y en 2019 cruzó, por fin, la puerta de la facultad que marcaría sus días y sus desvelos. Más que un trofeo personal, mira el reconocimiento como una deuda. 

Siente que detrás de su índice académico de cinco puntos, los exámenes de premio y los lauros en eventos científicos, hay rostros concretos: su familia, sus profesores, los pacientes que lo miraron a los ojos por primera vez en un cuerpo de guardia. 

No se ve en un pedestal, sino en el comienzo de una ruta mucho más larga, donde el título de doctor, más que una meta, es un punto de partida.

—Mirando hacia atrás, ¿qué momentos o desafíos consideras decisivos en tu formación universitaria?

—El primer sacudón fuerte llegó muy pronto: a los tres meses de empezar la carrera saqué cuatro puntos en una prueba de Histología. Para mí aquello fue el fin del mundo; pensaba: ¿qué médico va a ser un estudiante que saca cuatro en el primer semestre?

«Con el tiempo, entendí que esa crisis me hizo aprender a estudiar de verdad, a organizar mejor el tiempo, a madrugar para repasar con la cabeza fresca.

«La COVID-19 cambió todo, pero no dejó de haber oportunidades: primero fueron muchos eventos virtuales y después vinieron los presenciales en Santiago, Guantánamo, Las Tunas, Camagüey, Pinar del Río… siempre digo que era como un turismo científico».

—Mantuviste un índice académico de cinco puntos y múltiples premios en exámenes y eventos. ¿A qué atribuyes esa constancia y rendimiento?

—No hay fórmula mágica: es disciplina diaria. Desde el inicio tuve claro que no estudiaba por el cinco ni por un título de oro, sino por sentirme bien conmigo mismo y saber hasta dónde podía llegar. Por eso, los exámenes de premio nunca fueron para mí un trámite, sino un reto personal.

«Recuerdo el de Sistema Respiratorio en segundo año. Estudié dos o tres días antes, pero con una profundidad a nivel de especialista. Mientras muchos ya estaban de vacaciones, yo estaba en la casa estudiando para un examen extra, y lo veía como algo normal. Al final obtuve el primer lugar».

—Fuiste alumno ayudante de Medicina Interna y miembro del contingente Educando por Amor. ¿Cómo influyó esa vocación por enseñar en tu manera de comprender la Medicina?

—Siempre me gustó dar clases; desde la Vocacional me pasaba que, explicando a otros, yo mismo entendía mejor. Cuando llegó la ayudantía, en segundo año, me enamoraban las ciencias básicas, pero escogí Medicina Interna, que para mí es la madre de todas las especialidades clínicas.

«Desde entonces empecé a ir a cuerpos de guardia, pases de visita, seminarios… muchas cosas que todavía no había visto en el aula. Hubo días de entrar al hospital a las ocho de la mañana y salir cerca de la medianoche. 

«Como ayudante impartí cursos de reanimación cardiopulmonar a estudiantes de primer año y un curso de electrocardiografía a mis propios compañeros. Era cómico que me dijeran profe. Esa experiencia me hizo ver que la Medicina no solo se aprende, también se enseña, y que el acto de enseñar te obliga a ser más responsable y más riguroso.

«En sexto año, ya como interno, la docencia tomó otra dimensión. Ya no era el último eslabón, sino un mediador entre especialistas, residentes y estudiantes. Los muchachos de tercer o cuarto te preguntan varias dudas; no puedes improvisar. Si algo no lo sabía en ese momento, lo buscaba y volvía sobre el tema, porque la vida de un paciente no admite respuestas al azar».

—En tu caso, el estudio intenso ha convivido con una vida cultural muy activa. ¿Cómo lograste ese equilibrio?

—Desde el principio decidí que la carrera no podía absorber toda mi vida. Nunca dejé de pasear, de salir con mis amigos cuando tenía un tiempo libre, de escuchar música o de tocar instrumentos. El arte ha sido un refugio. Participé en festivales de artistas aficionados, toqué piano en escenarios nacionales e, incluso, un día me dio por aprender violín. No soy profesional, pero siempre he tenido ese bichito del arte.

—¿Qué papel deben desempeñar los jóvenes dentro del futuro de la Medicina en Cuba?

—El mayor desafío es sostener la calidad de la atención en un contexto complejo, sin perder la sensibilidad que ha caracterizado siempre a la medicina cubana. Hay que ser creativos, responsables y muy éticos para sacar el máximo de los recursos disponibles. Mi generación tiene que prepararse no solo en lo científico, sino también en la comunicación con el paciente, en el trabajo comunitario y en la investigación.

«Siento que nos toca defender lo que otros construyeron y, a la vez, aportar frescura e innovación. La investigación, la participación en eventos y el trabajo en la comunidad forman parte de cómo uno se va preparando, más allá del aula y del hospital.

«Los jóvenes médicos tenemos que ser protagonistas, no espectadores. Nos corresponde aportar nuevas ideas, sostener la medicina gratuita y universal, y demostrar, dentro y fuera del país, que el capital humano puede más que cualquier otra cosa. Nuestro papel no está solo en la consulta, también está donde haga falta un médico cubano.

«Creo que debemos mantener la humildad de aprender de los mayores, pero también la valentía de proponer caminos nuevos. La medicina cambia todos los días, y si los jóvenes no empujamos, el sistema se queda estático».

—¿Qué valores humanos crees imprescindibles para ejercer como médico en el contexto actual del país?

—Sin sensibilidad no hay buen médico. Para mí, son imprescindibles la empatía, la honestidad, el respeto absoluto a la dignidad del paciente, la humildad y la capacidad de trabajar en equipo. El paciente no es un caso clínico ni un número de cama; es una persona con miedos, con familia, con historias.

«También es vital la responsabilidad: entender que una indicación mal hecha, una palabra mal dicha o un descuido pueden tener consecuencias enormes. Y no menos importante es saber escuchar. A veces el paciente te da la clave del diagnóstico, pero si no lo escuchas, la pierdes».

—Si pudieras transmitir un mensaje a los estudiantes de Medicina que hoy inician su carrera, ¿cuál sería?

—Les diría que se preparen para seis años de mucho sacrificio, pero también de mucha belleza. Que no se asusten por las dificultades, pues cada examen, cada guardia y cada madrugada de estudio los acerca a una profesión que tiene como centro la vida humana. Que hagan del estudio un hábito, que no dejen todo para última hora y que busquen apoyo en sus profesores y compañeros.

«Y también les diría que no renuncien a sus pasiones: la familia, el arte, el deporte, las amistades. Un buen médico tiene que ser una persona equilibrada y sensible. El título no es un fin, es el comienzo de una etapa de compromiso inquebrantable con la gente que va a confiar en ustedes».

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