¿Envenenaron al Apóstol? Autor: Adán Iglesias Publicado: 10/02/2025 | 09:06 pm
José Julián Martí Pérez no debe verse como un ser divino, perfecto o impoluto. Era una persona de carne y hueso, alguien del que deberíamos aprender sin endiosarlo.
A sus dramas, contradicciones, problemas, episodios curiosos o llamativos, que lo hacen verdaderamente humano, va dedicada esta sección semanal, nacida hasta mayo, mes en que se conmemorarán 130 años de la caída gloriosa del Maestro en los campos de Dos Ríos.
Esta vez escribiremos sobre la ocasión en que intentaron matar a Martí por la vía del envenenamiento. Ocurrió en Tampa, en diciembre de 1892, y los autores del atentado fueron dos ciudadanos de origen cubano.
No murió entonces porque ingirió un solo trago de la toxina (ligada con vino de Mariani) y porque el médico Miguel Barbarrosa lo hizo vomitar para luego practicarle un lavado de estómago.
El 19 de enero de 1893 el Hombre de La Edad de Oro le escribió al general Serafín Sánchez sobre el incidente: «A usted puedo decirle que mi enfermedad de Tampa no fue natural —que el aviso que recibí de antemano sobre el lugar, y casi sobre la persona, fue cierto— y que padezco aún las de una maldad que se pudo detener a tiempo. Sofoqué el escándalo, y aquí lo he desviado. Pero he padecido mucho, Serafín. Aún no puedo sostener la pluma, mi estómago no soporta aún alimento, después de un mes».
Lo admirable en esta historia es que Martí volvió a ver al menos a uno de aquellos dos sujetos, quienes se habían convertido en sus ayudantes circunstanciales por insistencia de ellos. Y él, en lugar de recriminar el acto abominable, supo echarle el brazo sobre el hombro y hablarle durante unas dos horas sobre la Patria, la ética y el deber. El envenenador —contado está— salió llorando de ese encuentro.
Impresiona todavía más saber que aquel hombre, nombrado Valentín Castro Córdova, casi tres años después del envenenamiento, desembarcó por nuestras costas deseoso de dar su sangre por la independencia. Llegó al grado de comandante del Ejército Libertador y no resulta difícil adivinar la carga de tristeza que sintió cuando supo de la muerte del que sería nuestro Héroe Nacional en los campos de Dos Ríos.
«¡Qué inmenso era Martí!». No cabe otra cosa que escribir. Sí, porque de seguro aquella charla con Valentín fue extraodinaria, en la que probablemente le habló de los antídotos contra el veneno del odio y la traición.
Al final los dos autores del atentado no lograron envenenar el cuerpo de Martí, mucho menos su alma. Y eso estremece. Como también estremece doblemente saber que tenía mil problemas en su cabeza, pero su corazón estaba presto al perdón, a la segunda oportunidad y sobre todo a sumar para la patria amada.