Sheinbaum rechaza los aranceles de Trump y otras acusaciones de la Casa Blanca. Autor: Tomada de Terra Publicado: 11/07/2025 | 02:48 pm
Donald Trump, como Nerón, no se concibe sin la antorcha en la mano, y esta vez dirige su flama a batir el cobre para intentar con viveza y empeño disputarlo, incendiando un mercado estratégico vital para el avance de la economía mundial, y México se defiende.
El mandatario hijo y nieto de migrantes alemanes, anunció que, a partir del 1 de agosto, impondrá un arancel de 50 por ciento a importaciones del metal lo cual afecta a México, aunque en menor medida que a Chile, el mayor productor de ese mineral en el mundo.
El argumento esgrimido por Trump es que el cobre le es necesario a Estados Unidos para fabricar semiconductores, aviones, barcos, municiones, centros de datos, baterías de iones de litio, sistemas de radar y de defensa antimisiles, e incluso armas hipersónicas, de las que estamos construyendo muchas, expuso en su red social.
Tras esa admisión, es incomprensible que voluntariamente se ponga la soga al cuello con tan aberrante decisión pues el mercado del cobre es muy amplio y a sus productores no les costará mucho trabajo colocar el mineral destinado a EE. UU. en otros destinos, como ya ha planteado la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
Claro, actitudes como la de la primera mujer presidenta de una gran nación como la mexicana, depende también de las convicciones de soberanía e independencia de cada gobierno, y en el de Claudia no hay dudas de que esos principios están por encima de toda circunstancia, y ya su ministro de Economía, Marcelo Ebrard, inicia este viernes conversaciones sobre el nuevo arancel aprovechando una reunión pactada anteriormente para tratar tres temas, seguridad, migración y comercio, este último incluye el caso de las tarifas de la Casa Blanca.
Sheinbaum adelantó la posición oficial mexicana ante la nueva amenaza arancelaria, al recordarle a Trump que China es el mayor importador de artículos de cobre producidos en México, donde exporta más que a Estados Unidos, y advertirle que acciones como esas generan la búsqueda de otros esquemas de exportación pues las opciones sobran.
La Presidenta fue muy clara en la interpretación de la pésima decisión de su vecino del norte: «Cuando se ponen estas tarifas para protección de la economía de Estados Unidos y para producción adicional, en realidad una buena parte es porque la necesita la industria y las empresas estadunidenses para su propia economía».
Lo más importante de todo es comprender que esta nueva bravuconada trumpista no es una muestra de poder, sino de debilidad, forma parte de su desesperada política del miedo y la amenaza, la cual ha generado en los últimos días una renovada andanada de agresiones arancelarias que llegan hasta sus aliados más fieles como Corea del Sur, Japón y Europa, sin contar la lanzada contra los 21 países BRICS de imponerles sanciones por el solo hecho de estar en su membresía.
Aunque trate de ocultarlo, la guerra económica, y en particular la arancelaria, acompañada de una reactivación de la guerra en Ucrania y en Oriente Medio, son evidencias de cómo Trump está erosionando el poder global de Estados Unidos contrariamente a los presuntos objetivos del Make America Great Again con el cual trata de hacer creer en una omnipotencia de la cual no dispone, y no es más que una infeliz expresión narcisista de su delirio enfermizo de grandeza.
Ello explica en alguna medida la enorme contradicción que encierra la decisión de gravar un mineral estratégico como el cobre, del cual solamente tiene asegurado lo que produce —menos de la mitad de sus necesidades— y el resto debe conseguirlo en el mercado exterior para cumplir una reindustrialización acelerada muy difícil de lograr en lo inmediato, ya unos precios que afectarán su competitividad y que ya aumentan de forma proporcional a las nuevas tarifas arancelarias que se propone aplicar el 1 de agosto.
No busquemos razones en esa irracional actitud más allá que la declinación general del imperialismo la cual, ya sí es posible definirla como su fase terminal, aunque bastante difícil de pronosticar su tiempo, pero sí afirmar que su espacio se achica de manera irreversible.
Ni Trump, ni el sursuncorda de la magia —o del MAGA— podrán detener el cambio de época que, contradictoriamente, el propio mandatario republicano estimula con su bancarrota moral y la de su clase social, y la infeliz visión del tiempo que tan equivocadamente sustentan.