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Diario de una Rosa

Juventud Rebelde comparte con sus lectores este texto de la poetisa y destacada pedagoga cubana Rafaela Chacón Nardi dedicado a Camilo Cienfuegos Gorriarán

Autor:

Juventud Rebelde

 

24 de octubre

Ayer me asomé por primera vez al mundo… Y supe del frescor del rocío, del fuego del sol y del frío de la luna.

El aire me trajo el canto de los pájaros y el perfume de cientos de rosas que crecen, como yo, en los terrenos de la Escuela de Floricultura.

Ayer me asomé por primera vez al mundo y me pareció de veras muy hermoso.

 

25 de octubre

¡Cuánto se preocupan por nosotras! La buena tierra en que nos han sembrado fue antes cuidadosamente removida y abonada. No se permite que las malas hierbas nos molesten ni que el calor nos marchite. Hoy conocí los placeres del riego. Hilos finísimos de agua cayeron sobre mi corola para hacerla suave, tersa, cuajada de pequeñas gotas que relumbran al sol.

 

26 de octubre

Voy ganando fama de agradecida porque cuanto más me cuidan, más brillante se vuelve el color de mis pétalos y más delicado resulta mi aroma.

Esta mañana, al pasar por mi lado, alguien dijo que parezco tallada en vivo fuego y que me inclino con mucha gracia cuando llega la brisa o vienen a saludarme las mariposas.

 

27 de octubre

Hoy, al amanecer, nos despertaron las alegres voces de unas muchachas que trían grandes tijeras y cestas de paja…

¡Tris! ¡Tras! ¡Tris! ¡Tras! En menos de lo que esperábamos ya nos habían colado en las cestas húmedas de rocío.

Nos llevaron en una camioneta y llegamos en pocos minutos a una elegante florería.

Otras muchachas nos sacaron de las cestas y nos fueron agrupando en mesas de mármol. Allí las rosas blancas; acá, las amarillas; allá, las encarnadas; y aquí, en un montón que parecía una llamarada, las rojas como yo…

Luego trajeron una cartulina con finos dibujos. Habían diseñado, con zonas de colores idénticos a los nuestros, una gran corona.

Después les resultó fácil (siguiendo las líneas del diseño y valiéndose de un atril o caballete, cartón, papel, hojas de areca, alambres y alfileres) fijarnos una a una, hasta formar como una enorme corola multicolor.

Y así nos convertimos en corona. Nos ataron una cinta de tafetán morado con letras de color oro viejo que decía:

«A Camilo Cienfuegos, de los niños cubanos».

 

28 de octubre

Vinieron a buscarnos unos escolares que desfilaron con nosotras hasta el Malecón. Y allí: ¡A la una! ¡A las dos!

¡A las tres!... Los niños columpiaron la corona en el aire y ¡zas!, nos lanzaron al mar. Caímos exactamente en medio de una ola verdiazul. Y sin quererlo, quebramos su cresta deslumbrante de sol y fresquísima de espuma.

De espaldas, sobre el dorso del agua, flotábamos… Arriba, en el cielo, las nubes parecían de claro algodón… El mar nos empujaba hasta la línea del horizonte. Pero aún veíamos las manos de los niños agitándose como pañuelos. El viento del litoral nos entregaba —en sus voces clarísimas— los himnos de la Revolución.

Fue cayendo la noche. Navegábamos como peces por entre el agua oscura: que nos hacía temblar de frío y de fatiga…

Con la luna, llegó muy dulcemente el sueño. Y con el sueño, lo último que recuerdo, la imagen del valeroso Comandante que vive para siempre en el corazón de su pueblo.

El oleaje se tornó violento… El mar, golpe tras golpe, fue deshaciendo la corona, separando a cada una de nosotras de su compañera, y hasta a algunas corolas de su cáliz…

Pero no nos desalentamos por ello, estábamos seguras de ser un hermoso símbolo y felices de terminar así nuestras breves vidas.

El cariño del pueblo se prolongó en nosotras. Por eso, en un día como este, nuestro sitio de honor no era ni un búcaro de plata ni la negra cabellera de una niña, sino este mar bravío en que cayó Camilo.

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