Entre tanto verde, está por siempre Felo, el hombre de machete en la cintura y voluntad probada, que aceptó incluso que lo tildaran de loco cuando intentaba desde un inicio borrar las huellas de aquel basurero, y que a fuerza de amor a Martí, con el presupuesto de la solidaridad, ha logrado consolidar un espacio bello que crece cada día y ha logrado multiplicarse en otros espacios de Cuba. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 18/05/2024 | 05:43 pm
El 19 de mayo marca una fecha lúgubre en el calendario cubano y universal. Ese día, en 1895, Dos Ríos era testigo de la muerte de José Martí, un hijo de esta tierra que supo echar su suerte del lado de los pobres, y que con su verbo y pluma vindicó una Cuba que no debía jamás ser esclava.
Desde entonces Martí comenzó a renacer cada día, en cada idea, y 129 años después de su muerte puede sentirse su impronta en cualquier espacio, incluso en uno tan natural como el Bosque Martiano del Ariguanabo, en San Antonio de los Baños, Artemisa, inaugurado precisamente hace ya tres décadas, el 19 de mayo de 1994.
De sus inicios bien vale la pena hablar, porque cuentan del sacrificio de su creador, y de la solidaridad que inspira solo mencionar el nombre del más universal de los cubanos. Sí, porque fue el nombre de Martí el que unió manos y aunó voluntades para que Rafael Rodríguez Ortiz, Felo como le conocen todos, transformara un basurero en fértil bosque, refugio seguro para las plantas que menciona Martí en su Diario de Campaña De Cabo Haitiano a Dos Ríos.
Allí cada árbol, cada piedra, cuenta una historia, de ahí que sea hoy un museo al aire libre, una suerte de aula abierta a todos donde su anfitrión de siempre, el gran martiano creador que es Felo, recibe al visitante y lo guía en un recorrido entre ejemplares de jigüe, najesí, ébano, ceiba, copey, majagua, y otros tantos que han llegado de los más recónditos lugares de Cuba para recordarnos también la sensibilidad del Apóstol con la naturaleza.
De la Sierra Maestra, Granma, Villa Clara, del lugar de Cuba que haya sido preciso, han llegado estos árboles que aquí se cuidan con esmero y sirven de refugio a los animales. Es una suerte de paraíso que por tradición visitan los pioneros de lugares cercanos, acoge a jóvenes martianos, a estudiantes, profesores, extranjeros, y a quien decida llegar hasta allí para conocer la singular historia del bosque, un lugar lleno de vida donde también los visitantes dejan huellas, sembrando sus propias plantas.
No hay nada comparable con el momento en que Felo enseña a un grupo de niños a sembrar una planta, con la tierra entre sus manos, y luego agua para regarlas. Es una clase de amor a la naturaleza que no puede escribirse igual en ningún libro.
El recorrido por el bosque tiene de todo, de historia, de geografía, de amor, por eso emociona lo mismo cuando habla de la mujer frente al monumento que él mismo ideó, con una piedra que asemeja a una fémina dando de mamar a su hijo que cuando toca la campana, una réplica de la ubicada en La Demajagua, donada por Eusebio Leal.
Hay entre los árboles un Monumento a América, en tanto grandes piedras exhiben versos del Indio Naborí, de José Martí, y el tan preclaro concepto de Revolución que ha de guiar nuestros pasos cada día. Otra de grandes dimensiones recrea la caída de Martí sobre su caballo en Dos Ríos, en tanto siete árboles y 82 pequeñas piedras componen una singular réplica a tamaño real del Yate Granma. Se trata de las siete especies con cuya madera se confeccionó el yate, y las piedras representan la cantidad de expedicionarios.
Aledaño al bosque, una Laguna de Oxidación, otrora testigo de indisciplinas y vertimientos residuales, se transforma en espacio de vida y limpieza, en tanto las hojas secas fertilizan el suelo y las plantas perfuman el lugar.
Entre tanto verde, está por siempre Felo, el hombre de machete en la cintura y voluntad probada, que aceptó incluso que lo tildaran de loco cuando intentaba desde un inicio borrar las huellas de aquel basurero, y que a fuerza de amor a Martí, con el presupuesto de la solidaridad, ha logrado consolidar un espacio bello que crece cada día y ha logrado multiplicarse en otros espacios de Cuba.