Verónica Lynn ha sido merecedora del Premio Nacional de Teatro en 2003 y el Premio Nacional de Televisión en 2005. Autor: Roberto Suárez Publicado: 23/01/2023 | 04:54 pm
Verónica Lynn no ha tenido una vida fácil. Nadie que haya vivido todos los años que ella carga sobre sus espaldas podría hablar de una vida fácil. La experiencia de la que pueda hacer gala hoy la reconocida intérprete, sin duda, es resultado de mucho trabajo y dedicación a una profesión que demanda todo del cuerpo, la mente y, sobre todo, mucha voluntad para seguir adelante.
La destacada actriz cubana, que este 2023 arribará a sus 92 años de vida, continúa dedicando sus días a la actuación, profesión a la que le ha entregado más de seis décadas de su existencia y que la ha hecho merecedora del cariño del público, el respeto de sus colegas y la admiración de varias generaciones de actores y actrices que se han formado viéndola en los diferentes registros en que se ha probado en la televisión, el cine, la radio y el teatro.
Por esto días Verónica Lynn recibe el reconocimiento de sus compañeros que la honran dedicándole la Jornada Villanueva y las actividades que emanan de la Jornada Ciudad Teatral, del 20 al 25 de enero en la ciudad de Camagüey, donde se incluyen charlas y clases magistrales impartidas por la propia Lynn.
Para quien fuera reconocida en 2003 con el Premio Nacional de Teatro, su obra es recordada por el público con personajes que han calado de manera directa en la sabiduría popular, desde la Doña Teresa de la telenovela Sol de batey, hasta su interpretación de Camila en Santa Camila de La Habana Vieja o Luz Marina en Aire Frío. Memorable también resulta su participación en la cinta La bella del Alhambra, del cubano Enrique Pineda Barnet, o más recientemente Candelaria, del colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza, película que coprotagonizó junto a Alden Knight.
Pero antes de llegar a esos personajes, Verónica no olvida sus inicios en la televisión en los programas de Gaspar Pumarejo en la década de los años 50, así como su debut en el teatro, también por aquellos años, de la mano de Alfonso Silvestre y un grupo aficionado con la obra Amok de Stefan Zweig.
«Por aquellos años no existía todavía un movimiento teatral sólido y los que nos juntábamos era porque nos gustaba y lo hacíamos gratis, pero luego cada uno trabajaba en otros oficios para buscar el sustento. Yo trabajaba de manicurista y por las tardes me reunía con el grupo de teatro. Ese fue mi día a día durante mucho tiempo y también hice algunas colaboraciones en televisión, como extra», comenta la actriz a JR y recuerda que no fue hasta después de 1959 que pudo dar el paso para profesionalizarse en el arte de las tablas.
Conversar con Verónica Lynn es asistir a una auténtica clase de actuación. Su propia vida y sus experiencias en los medios podrían servir de decálogo para el más diletante de los actores, incluso para muchos experimentados intérpretes, quienes han pasado por su tutela.
—¿Hasta qué punto puede volverse difícil el proceso de trabajo con un personaje?
—Siempre es difícil hacer cualquier personaje, aun el que más cerca esté de ti, de tus vivencias, de tu edad, de tu ciudadanía, de tu tiempo. Estás interpretando a otra persona que es fruto de una ficción y no eres tú. Es necesario llevar a cabo las acciones de una forma tan orgánica que parezca que es real. El arte en definitiva es reflejo de la realidad, aunque no es la realidad misma. Ese proceso de trabajo, de entender la obra y llevarlo a tu pensamiento, a tu sangre, tu cuerpo y, a su vez, prestarle todo tu sicofísico, a mí me resulta maravilloso.
«He asumido roles muy fuertes, pero no tanto como para que esos personajes me lastren, como pensaron que había sucedido con Doña Teresa y me había vuelto loca —sonríe—. Por supuesto, Doña Teresa fue un personaje muy fuerte con un conflicto duro, como lo fue Camila, Luz Marina o la Martha de ¿Quién teme a Virginia Woolf?»
—¿Cómo lidia con la autoexigencia y el rigor?
—Es una cuestión de tener voluntad y eso es una condición que debe tener todo artista. Hay días que tú no tienes ganas de hacerlo, porque te sientes mal, con la energía más baja, otro ritmo, por razones que sean. Hay tal vez programas o personajes que crees que son simples, no tienen tantos conflictos, pero siempre tienes que pensar que no eres tú y tienes que cogerlo con el interés que lleva.
«Si yo sé todos mis pasos, lo que yo tengo que hacer, las preguntas que tengo que hacerle a este personaje, tengo que responderle y no ir al oficio. Si vas al oficio, ten cuidado, porque te acomodas y puedes fallar. Si ya preconcibes la cara de la nostalgia, la de estar brava, la irónica, estás perdido. No se trata de imitar, sino de sentir. No es representar, es interpretar».
—¿Cómo ve el teatro cubano hoy?
—Creo que lo que se está haciendo parece bastante bueno o, por lo menos, no es simplón. Es cierto que hubo una etapa antes de la pandemia que el teatro iba por caminos sinuosos, siempre con excepciones porque creadores como Carlos Celdrán, Carlos Díaz, siempre han mantenido una dignidad con sus puestas.
«Hubo un momento en que, además, el teatro y la televisión estaban muy dispersos, con novelas trilladas y en el teatro encontrabas lo mismo, la grosería, la mala palabra. ¿Esa es la realidad nuestra? Puede ser. Toda esa grosería existe, pero el teatro no es la realidad, solo un reflejo. Entonces, si sobre las tablas veo lo mismo que veo desde mi balcón en la esquina, es preferible quedarme en mi balcón observando. Pero pienso que la pandemia ayudó, al menos, a reflexionar y sacar otras ideas del tintero y ya se ven brotes verdes.
«Las nuevas generaciones de actrices y actores son hombres y mujeres sobre cuyos hombros está la televisión, el cine, la radio y el teatro, pero siento que están carentes de referentes. Yo tuve referentes directos, soy de una generación que tuvo mucho hacia dónde mirar. Yo tenía una Raquel Revuelta, Minín Bujones, Violeta Jiménez, Margarita Balboa, Maritza Rosales, Aurora Pita, Fela Jar, y podía sentarme en un rincón a verlas cómo solucionaban sus escenas. Eso era exquisito».
—¿Qué ha significado para usted el grupo Trotamundos?
—Trotamundos es el sueño dorado de mi marido Pedro Álvarez. Él siempre soñó con tener un grupo de teatro y de alguna forma siempre tuvimos un grupo de teatro, pero al margen, donde actores que hacían televisión, hacíamos ese tipo de teatro llevándolo a la comunidad. Nosotros
estuvimos años llevando ese teatro que montábamos en nuestras horas libres con Luis Alberto Ramírez, Cristina Palomino, Ofelita Núñez, Erick Romay y unos cuantos actores más.
«Los frijoles colorados es una obra que estamos preparando hace algún tiempo y esperamos estrenar en abril de este año. Veremos si al fin los frijoles se ablandan y podemos divertir un rato a la gente con este absurdo. Ahora me estoy preparando para participar en la próxima telenovela de Alberto Luberta y Ernesto Fiallo, El derecho de soñar. Me siento privilegiada de poder seguir mostrando mi arte al público.
«Pero la fortuna de mi vida, y esto es algo que he dicho en otras ocasiones, ha estado en poder tener una pequeña participación en hechos importantes de nuestra cultura: en una novela que creó tanto impacto como Sol de batey, en Santa Camila de La Habana Vieja y Aire Frío, dos puntos de giro en nuestro teatro, así como en el cine con La Bella del Alhambra, una película que amo. Pero sobre todo eso, mi suerte ha estado en haber nacido en Cuba.