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Emergencia en sala de quemados  

Aquellos que piensan que la juventud está perdida no conocen a los residentes de 3er. año de Cirugía Plástica y Caumatología del hospital clínico quirúrgico Comandante Faustino Pérez. Ellos, como nunca antes quizá, tratan de sanar las heridas de los lesionados durante el incendio en Matanzas

Autores:

Yuniel Labacena Romero
Monica Lezcano Lavandera

Ninguno estaba de guardia aquel fatídico viernes en que la base de supertanqueros de Matanzas se incendió, pero su disposición los ubicó entre quienes recibieron a los primeros lesionados de un desastre que ha marcado profundamente sus sentimientos humanistas y puesto a prueba sus dotes como residentes de 3er. año de Cirugía Plástica y Caumatología del hospital clínico quirúrgico Comandante Faustino Pérez.

Todavía están allí, donde nunca habían recibido un número significativo de lesionados en tan breve tiempo, y se sobreponen al dolor y cumplen, como ninguna vez quizá, con el deber de salvar vidas. Según nos cuentan, unos caminaron a pie gran parte desde su casa para llegar al hospital; otros hasta alquilaron motos para trasladarse. Todos querían sanar las heridas de una noche muy gris.

Bien sabe Omar Valdés Díaz, uno de los residentes, lo difícil que es tratar las quemaduras. «Es un proceso largo y complejo, en el que los pronósticos suelen ser reservados, pero aquí estamos luchando con ellos, poniendo en práctica lo que hemos aprendido en años de formación, esos procederes a los que no le falta la sensibilidad que nos ha inculcado la escuela médica de la Revolución», manifiesta.

Y con humildad —porque ya también nos los habían revelado algunos pacientes—, reconoce que la labor de los residentes ha sido fundamental en el proceso de cura de quienes permanecen bajo seguimiento médico y se recuperan de manera satisfactoria. «Las curas pueden ser fuertes y, por eso, los enfermos tienen que tener mucha voluntad y colaborar con el proceder y la rehabilitación».

El equipo de Cirugía Plástica y Caumatología del Faustino Pérez lo integran dos especialistas y diez residentes; un equipo pequeño, pero que supo crecerse y atender a casi la totalidad de los pacientes que llegaron allí con el auxilio de otras especialidades quirúrgicas. Ellos ponen su empeño en sanar a quienes sufren en carne propia las consecuencias de este trágico accidente y, además, a sus familiares, pues también ellos son esenciales en su recuperación.

Nunca pensaron vivir una experiencia así

Otro de los rostros que sobresale es el de Isnel Muñiz Pérez, quien llegó rápidamente aun estando de vacaciones, luego de recibir el llamado de su profesor y doctor Raúl Moreno Peña, al frente del servicio de quemados hace diez años. «Inmediatamente me movilicé y llegué cuando recibían los casos graves iniciales», recuerda el muchacho de 26 años.

Isnel Muñiz Pérez. Foto:Roberto Suárez

«Estuvimos en la sala, luego bajamos a la unidad de cuidados intensivos a recibir otros enfermos para clasificarlos en medio de sus dolores, gritos, que nos llegaban muy adentro. A medida que fue necesario nos movimos para otras salas. Pensé que nunca iba a vivir una experiencia así, tantas personas lesionadas y necesitando atención al mismo tiempo», comenta.

En nuestra conversación recuerda el pedido de la familia aquel día cuando salió de su casa: «Cuídate y nos mantienes al tanto de todo». Por eso, cada vez que lograba tomar un cinco Isnel se comunicaba con ella para darle tranquilidad y supieran también cómo le iba en una especialidad de la cual comenzó a enamorarse en sus constantes prácticas.

Adrián Rodríguez Tabares, igualmente, presenció la estela de humo y supo al instante que debía acudir al servicio. «Vine caminando gran parte de la distancia que separa mi casa del hospital, que no es poca. Al llegar aquí encontré, incluso, otros residentes que se encontraban de licencia por situaciones personales y que vinieron sin ser movilizados».

 

Adrián Rodríguez Tabares. Foto:Roberto Suárez

El joven de 30 años asevera que el servicio de Cirugía Plástica y Caumatología es muy unido y «es en estos momentos donde se aprecia la fortaleza que tenemos. Por nuestros sentimientos y formación sentíamos que debíamos estar aquí, ayudar y cumplir. Qué mayor recompensa para un joven que está aprendiendo los saberes de la especialidad que vivir esta experiencia, aunque complicada».

A la hora que lo llamen...

Eduardo Chávez López pudo ver el comienzo del fuego desde su vivienda en Peñas Altas y se preparó por si recibía el llamado. «Supe por las noticias que no hubo lesionados ante la caída del pararrayo. Después vinieron las explosiones y ya cerca de las cinco de la mañana nos localizaron y vine lo más rápido posible.

Eduardo Chávez López. Foto:Roberto Suárez

«En la carrera siempre se habla de desastres y sucesos de esta magnitud, pero nunca estás completamente preparado para ello. Fue una situación muy compleja y estresante, que nos reta a dar lo máximo de nosotros, porque de ello depende la vida de tantas personas a la vez. Actuar en equipo fue maravilloso y nos permitió ir saliendo poco a poco de cada uno de los pacientes, fundamentalmente el primer día», manifiesta el doctor de 31 años.

—¿No sienten miedo?

—Siempre existe el temor, es algo que está en el ser humano, pero al formarnos como médico aprendemos que todo este tipo de situaciones pueden suceder y nos toca poner la salud de los otros por delante. En momentos como estos trabajamos muy unidos tanto con especialistas del hospital como con directivos de la provincia y del país y eso te da mucha fuerza y confianza.

—¿Momentos difíciles en estos días?

—Hemos interactuado mucho con los familiares. Al inicio me tocó atender a la madre de uno de los desaparecidos y fue muy difícil. Revisamos todos los listados de los pacientes y el muchacho nunca apareció. Fue muy doloroso, muy duro. (Hay lágrimas en sus ojos).

Al habla con el profe

«Nos llamaron cerca de las 11 de la noche. A esa hora atendimos dos casos leves junto a la doctora de guardia. Todo estaba aparentemente en calma y nos retiramos para la casa a descansar, siempre localizables y ya con un buen nivel de preparación y condiciones adecuadas, ante un posible accidente todavía mayor», recuerda el doctor Moreno Peña.

Fue sobre las cinco la mañana que regresó al centro asistencial, tras la segunda explosión, y que movilizó a su equipo, algunos incluso que vivían en Cárdenas. «Los pacientes fueron clasificados según la gravedad de sus quemaduras, aunque la mayoría eran leves y los enviamos al área de consultas externa, donde recibieron las primeras curas y fueron devueltos a sus respectivos hogares.

«Los casos más severos en cuanto a gravedad, con peligro para la vida, fueron evaluados y remitidos de inmediato a centros hospitalarios de La Habana; otros quedaron acá. Todos recibieron la atención médica integral requerida y contamos con los recursos médicos indispensables. Funcionamos como un reloj y a las diez de la mañana teníamos a todos los casos curados, que ya eran más de cien, la mayoría leves.

«Sin perder un segundo nos consagramos a nuestro deber, curarlos para salvarles la vida. Aquí todo se logra con mucha disciplina y respeto mutuo. Este colectivo aguerrido siempre está disponible para lo que haga falta. ¿Los secretos para salir adelante? Trabajo y sacrificio, buen trato, acompañamiento y mucho amor».

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