Trabajo sobre los oficios. Autor: Falco Publicado: 06/05/2019 | 07:20 pm
Las Tunas.— Siempre que visito una ciudad cubana, caminar por sus calles y admirar sus edificaciones figuran entre mis deleites favoritos. Polariza mi atención, en especial, el empaque aún majestuoso de muchos de sus inmuebles antiguos: sus fachadas, sus enrejados, sus ventanales… ¿Por qué ya no se diseña nada parecido? ¿Es que acaso perdimos para siempre el arte de proyectar desde la perspectiva de lo bello?
Un arquitecto con quien conversé sobre el tema asegura que no se trata de algo exclusivo de nuestro país, sino de una tendencia mundial, surgida al socaire de los procesos de globalización. «Jamás en la historia humana se evidenció una homogeneidad tan grande en la forma de construir —apunta Luis Valdivia—. Por eso hoy casi no se advierten contrastes entre las ciudades en lo tocante a sus nuevas edificaciones».
En efecto, muchas propuestas constructivas actuales parecen clonadas. Se asemejan entre sí y pocas se inspiran en el garbo de modelos residenciales con más de un siglo de vida. El triste colofón de estos «fósiles» lo avizoró la urbanista canadiense Jane Jacobs, cuando dijo que están condenados a convertirse en museos, donde cada edificio será una pieza importante, pero sin relación con los de sus alrededores.
Es innegable que, como ocurre con las modas, las tendencias aparecen y desaparecen luego de gozar de su minuto de gloria. Los inmuebles no constituyen la excepción, y también se identifican más con su época que con su pasado. Empero, si del arte de los oficios se trata, la posmodernidad parece haber apostado por lo funcional sobre lo estético. Eso, con independencia de que la belleza es polisémica. Cada quien la percibe, interpreta y aprecia a su libérrimo albedrío.
¿Y el arte de los albañiles?
Los albañiles empíricos pululan en las poblaciones cubanas. El auge constructivo por esfuerzo propio les asegura mercado. Algunos ciñen su labor solo a batir mezcla, tirar plomadas, poner ladrillos y repellar paredes. Pocos trabajan con yeso (no abunda) o conciben florituras (no saben). El dueño de la casa les dice: «Quiero sala, comedor y cocina a la izquierda, y baño y cuartos a la derecha». ¡El típico cajón! Y con esos datos y con los rudimentos del oficio tienen suficiente.
«Imitar la belleza de algunas viviendas antiguas sería hoy una tarea complicada», afirma Joel Yánez, cubierto de cemento hasta el pelo. La tradición del detalle artístico en nuestro oficio se perdió cuando los maestros albañiles de aquella época murieron. Y, por lo menos a mí, no me consta que hayan dejado muchos herederos. Hoy lo práctico es lo que anima a la gente. La persona que necesita con urgencia una casa quiere que esté rápidamente y no le interesa demasiado la estética».
Sin embargo, algunas casas toman distancia de esos clichés y muestran buen gusto. ¿Será por la sensibilidad de sus dueños, la fantasía del proyectista o el capital de la familia? A todas luces, no todo terminó cuando los albañiles de otrora se llevaron a la tumba su arte. «Uno se lo propone y logra cosas bonitas«, alega Michel, otro albañil. Mire las columnas de mi portal, ¡parecen torneadas! Siempre trato de aplicar ideas nuevas. Cuando no lo haga, me comerá la rutina».
¿Y el de la carpitería qué?
Aníbal Ordóñez lleva incrustada la carpintería en su ADN. Ebanistas fueron su abuelo y su padre, y él mismo echó los dientes entre el aserrín y la estridencia del taller de la familia. En sus más de 50 años de oficio ha hecho muebles de todo tipo: juegos de sala, de cuarto, de comedor, mesas para computadoras, balances, sillitas para niños, en fin…
Sin embargo, y a pesar de su larga experiencia con la madera, confiesa que no se considera capaz de hacer un librero lujoso y refinado de cedro o de caoba «como los de antes», lleno de cortes difíciles de practicar. O un escritorio tipo Luis XV, con ensambladuras y grabados por todas partes. Según él, eso exige del carpintero ebanista sensibilidad artística. Además, debe disponer de herramientas idóneas, que no abundan.
«A veces tenemos que inventar nuestros propios instrumentos de trabajo, porque algunos no aparecen ni siquiera en las tiendas en divisas —agrega Aníbal—. Y cuando los encuentras, además de tener mala calidad, son carísimos. Un taladro con su juego de barrenas, por ejemplo, vale una fortuna. Y ni hablar de un torno o de un sinfín. Sí, la carpintería es un arte, pero requiere de “hierros” de primera. Lo otro es que la madera buena no es barata. Todos no pueden pagarla».
Sin embargo, hay carpinteros que insisten en hacer arte con los recursos técnicos de los que disponen. Lo manifiestan en las puertas de algunas construcciones estatales e inmuebles privados de cualquier ciudad cubana. Muchas no tendrían nada que envidiarle a un portón colonial de la mejor hechura. A juzgar por su excelencia, fueron repujadas con amor, un componente indispensable para producir arte auténtico. Sí, la redención de lo tradicional en el oficio parece posible.
Arte enrejado
La utilización de rejas metálicas como elementos decorativos tuvo su premiere criolla en los ya distantes tiempos de la Colonia. Solían colocarse, por lo común, en las amplias puertas y ventanas de las casonas de la época. Exhibían variados diseños, nacidos de la originalidad de los herreros o de las preferencias de quienes las encargaban. Su contribución a la estética inmobiliaria fue admirable.
Aunque sería aventurado afirmar que la herrería artística es en la actualidad una suerte de rara avis en el contexto habitacional de nuestro país, sí parece indiscutible su paulatina pérdida de connotación ante los apremios de los nuevos tiempos. La seguridad que garantiza un enrejado fuerte se ha impuesto a la elegancia que su inclusión tributa. Sin embargo, seguridad y elegancia no tienen necesariamente que excluirse. Pueden coexistir sin menoscabo de una u otra.
La originalidad es la gran ausente en la concepción de estos elementos decorativos. A imagen y semejanza de albañiles y carpinteros, los herreros hacen su agosto entre quienes les encomiendan rejas seguras, no importa el diseño. «Sé de uno que hizo un catálogo para ayudar a los clientes a elegir el modelo de su gusto», acota Josué, uno del oficio. Pero, según él, siempre priorizan la solidez sobre la belleza. Por eso es que uno se va volviendo más comerciante que artista».
Pero si a muchos dueños de vivienda no les entusiasman los enrejados de visos artísticos —ya por sus altos costos, ya por creerlos innecesarios, ya por la poca disponibilidad de acero…—, las construcciones estatales podrían rescatarlos en aras de preservar su tradición ornamental. Si los herreros no manifiestan el interés o el talento de antaño, las escuelas de oficios y los politécnicos deberían formarlos con la colaboración de los más avezados en este antiguo oficio.
Cómo se enseña un oficio
La Escuela de Oficios Israel Marrero, de Las Tunas, tiene su perfil educacional bien definido. No es un politécnico ni un centro especial. Es, sencillamente, distinta. Sus programas acogen a quienes han abandonado los estudios secundarios o no han mostrado aplicación para aprobarlos. De sus instalaciones salen preparados para iniciar la vida laboral cuando cumplan 17 años de edad, la edad requerida en Cuba para eso.
La institución educativa cuenta con talleres polivalentes donde los alumnos se ejercitan en oficios como albañilería y carpintería. Sus profesores no pretenden convertirlos en artistas de la cuchara y el serrucho —¡ojalá que así fuera!—, sino enseñarles lo indispensable para ganarse la vida.
«Aquí empezamos adiestrándolos en las actividades más comunes de la carpintería, como medir, hilar y trazar», dice Pedro Barbán, profesor con más de 30 años en la ebanistería. Luego el programa se va complejizando y llegan a hacer muebles sencillos y hasta algunos más complicados. Trato de que aprendan al máximo, pero no hay tiempo para el detalle».
Según Barbán, la carpintería artística no se enseña, sino que se aprende al lado de los buenos carpinteros. Hoy pocos de sus colegas hacen tallas de madera o torneados de fantasía. «La vorágine de la vida convierte a la gente en utilitaria, y no somos la excepción», admite en medio de su clase.
El arte nunca morirá
¿Cambió la sensibilidad de los cubanos ante la belleza? ¿Desaparecieron definitivamente los artífices del cemento, el acero y la madera? ¿Debemos resignarnos a convivir con lo homogeneidad? ¿Por qué se disfruta más recorrer el centro histórico de una ciudad que un flamante reparto? Cada quien tendrá a mano sus respuestas. Pero, a pesar de la modernidad y de los convencionalismos, el arte nunca desaparecerá. Porque artista será siempre todo aquel que sepa dignificar su oficio.