De Camilo se recuerda el ímpetu y la afabilidad, que supo llevar de manera paralela, por lo que se hizo una figura entrañable por su naturaleza jaranera y alegre. Autor: Perfecto Romero Publicado: 27/10/2018 | 08:59 pm
Sancti Spíritus.— El río Salado, en su cruce por la actual provincia de Granma, le exprimió todas las energías a las columnas invasoras No. 2 Antonio Maceo y No.8 Ciro Redondo, que buscaban el centro de la Isla. El descanso fue obligado. La fatiga convidó al sueño profundo.
Elgin Fontaine Ortiz, coronel retirado, tiene aún tatuado en sus pies el pesado dolor de tantas horas de camino. Con emoción nos evoca una anéctota inolvidable de aquellos días de hace seis décadas.
«Eran las diez de la mañana y nadie podía ni con su alma. Nos habíamos pasado toda la noche caminando. Llegó entonces Camilo con esa prisa que siempre traía y puso aquello patas arriba. “¿Dónde está el Che?”, preguntó con su eterna mirada de picardía. “Durmiendo”, le susurraron de algún lugar.
«Cogió el caballo y en un abrir y cerrar de ojos se lo tiró encima de la hamaca. El comandante Guevara se levantó asustado, perdido por el susto. “Ya sabía yo que esto era una camilada. ¡Me la vas a pagar!”, acotó como una sentencia. Pero ambos se miraron en un pacto de hermandad», dice Fontaine mientras toma aire y vuelve sobre las múltiples vivencias junto al Señor de la Vanguardia.
«Camilo era el único que podía hacer esas cosas. Mortificaba al Che, pero en cuestiones que no tenían nada que ver con el mando, porque en eso el guerrillero de Lawton siempre dijo que el luchador cubano-argentino era su maestro. Era interesante ver cómo dos caracteres distintos podían coexistir y congeniar tan bien. Uno, jaranero hasta la médula, y el otro serio pero amante del buen humor. Así fundaron una de las más grandes amistades que se vivió, tanto en la Sierra Maestra, como cuando dirigieron la invasión a Las Villas y durante los primeros meses después del triunfo revolucionario», asegura.
Elgin Fontaine Ortiz expresa el respeto que profesa por el Señor de la Vanguardia.
Fontaine Ortiz siente profunda admiración por el héroe del sombrero alón. «La firmeza, la valentía y el compañerismo de Camilo lo hicieron merecedor del cariño de todos sus compañeros. Puedo asegurar que fue uno de los líderes rebeldes a los que más respeto se le profesó», comenta.
«Era exigente como jefe, pero uno sentía constantemente también su afabilidad. Por eso uno lo quería como a un hermano, como a un amigo. Andaba siempre alegre. Y así se proyectaba con el pueblo.
«Cuando tomábamos un poblado se sentaba en los guardafangos del jeep y saludaba con una espontaneidad natural a la gente que pasaba por aquel lugar. Les tiraba caramelos a los niños. Regalaba tabacos.
«Jugaba pelota, boxeaba y se bañaba en el río con los miembros de la tropa. Pero cuando alguien cometía una indisciplina al momento cambiaba su carácter y dictaba un castigo que servía de escarmiento para todos. Se distinguió por la justicia de sus órdenes, que eran muy respetadas», agrega.
«Recuerdo que siempre se mantenía en vela cuando acampábamos. Decía que los soldados se sacrificaban más que él porque cuando ellos tenían que explorar, él podía sentarse y coger un filito. Jamás dejó de ir a un combate con su tropa. Marcaba el inicio del fuego. Eso sí era una orden entre sus hombres. Por eso, quienes luchamos bajo sus ordenanzas decimos que brilló en mando, inteligencia y valentía», evoca quien pertenece a la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana.
«Era una leyenda, una figura entrañable. Por eso a muchos de los que lo conocimos nos dolió tanto creer lo sucedido en octubre de 1959. Todavía me acuerdo de aquellos días y siento una conmoción estremecedora. Pero la mejor manera de honrarlo es recordarlo vivo, alegre. Y quienes tuvimos el privilegio de estar a su lado tenemos que compartir con las nuevas generaciones su legado para que se mantenga vivo, más allá de llevarle flores al mar», concluye.
Guerrillero de leyenda
Fragmentos del discurso ofrecido por el Che, en ocasión del 5to. aniversario de la desaparición física del Héroe de Yaguajay
- «Desde el primer momento salimos juntos. Desde el Granma, desde la derrota de Alegría de Pío estábamos juntos, sin embargo, éramos dos caracteres muy diferentes. Y fue meses después que llegamos a intimar, extraordinariamente (...)Al llegar la noche, con toda naturalidad cada uno se aprestaba a comer la pequeñísima ración que tenía, y Camilo, viendo que yo no tenía nada que comer, ya que la frazada no era un buen alimento, compartió conmigo la única lata de leche que tenía; y desde aquel momento yo creo que nació o se profundizó nuestra amistad».
- «Lo que a nosotros, los que recordamos a Camilo como un ser vivo, siempre nos atrajo más, fue, lo que también a todo el pueblo de Cuba atrajo, su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza, su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, a pasar los peligros más grandes con una naturalidad total, con una sencillez completa, sin el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo el compañero de todos, a pesar de que ya al terminar la guerra, era, indiscutiblemente, el más brillante de todos los guerrilleros».
- «Aun cuando después hiciera una serie de hazañas que han dejado su nombre en la leyenda, me cabe el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero. Y empezó a tejer esa urdimbre de su leyenda de hoy, en la columna que me había asignado Fidel, mandando el Pelotón de Vanguardia».