La doctora Iris Dai Pérez Oliva y la enfermera Mabel Ledesma Rodríguez se enorgullecen de servir a los habitantes de su comunidad, en Jobo Rosado. Autor: Ana María Domínguez Cruz Publicado: 21/09/2017 | 06:51 pm
La doctora Iris Dai Pérez Oliva, también especialista en MGI, no titubeó nunca. «Cuando terminé la Universidad quise trabajar en mi pueblo, en Jobo Rosado, y aprendí mucho durante mi servicio social. Después cursé la especialidad en Meneses y cumplí misión internacionalista en el estado de Bolívar, en Venezuela, pero al regresar, ¿a dónde iba a ir, si esta es mi raíz?».
Iris Dai es la doctora del consultorio 1 del Plan Turquino, localizado en Jobo Rosado, comunidad del municipio de Yaguajay, en Sancti Spíritus. Conoce a los 838 habitantes del lugar porque allí nació, creció y trabaja ahora.
—¿Cuán complejo puede ser para una mujer trabajar en zonas como esta?
—Esta es mi tierra, aquí yo me siento bien y los conozco a todos. Me quieren mucho, me respetan, y yo también los quiero. No es difícil trabajar en lo que te gusta, cuando te rodeas de tu gente en tu lugar de origen.
«Lo difícil es atender a los que residen en Nuevas María, Cedeño, Morales, La bomba y La cuchilla, a cuatro y cinco kilómetros de aquí, adonde casi siempre llego en grilla.
—¿Grilla, eso qué es?
—¿Cómo le dicen en La Habana al carretón con el caballo?
—Lo conozco como araña... ¿es eso?
—Pues sí, eso mismo. En una araña me subo, y a veces me acompaña la enfermera Mabel Ledesma Rodríguez, con la que también trabajé durante mi servicio social. Son caminos tortuosos, de difícil acceso, pero desde allá pueden avisarme de una urgencia y tengo que acudir rápido, o voy para hacer mis visitas de rutina.
—¿Recuerdas algún caso que haya puesto a prueba tus nervios?
—Los médicos no podemos ponernos nerviosos, o al menos no podemos dejarnos llevar por las emociones. Hay que actuar rápido... si no, por ejemplo, el niño Kevin David no estuviera jugando ahora en su casa. Lo salvamos varias veces de crisis de broncoaspiración y pasé sustos con él, por supuesto; pero no podía dejar que el miedo y la indecisión me dominaran.
En Jobo Rosado quise averiguar el origen del nombre del pueblo y si alguna leyenda, de esas que abundan en los campos, se robaba el sueño de los visitantes en las noches. Al parecer fue un árbol frondoso con unas flores de ese color lo que facilitó nombrarlo así, y quizá es cierto que el Generalísimo Máximo Gómez pasó por esos lares y se detuvo con su tropa a tomar agua en el pozo que vi detrás del consultorio.
Los pobladores hablan de una hacienda que, al parecer, se perdió en el tiempo y de la que se han encontrado cubiertos y otros utensilios de cocina cuando se remueven esas tierras..., pero no pude saber más porque la doctora y la enfermera tuvieron que montarse en la grilla y salir hasta La cuchilla para atender a un anciano.
«Así pasa, de vez en cuando, y es parte de mi trabajo. Cómo no voy a sentirme bien haciéndolo, si es por el bien de mi gente, es mi manera de servir a mis raíces», dijo.
Mientras veía la grilla alejarse, yo imaginaba cómo sería la vida de los habitantes de Cacahual, de Jíquima, de Sopimpa, de Jobo Rosado y de otras comunidades intrincadas de la provincia de Sancti Spíritus y de otros territorios del país, si no se hubiera puesto en práctica en la década de los años 80 la idea del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz de acercar la atención médica a las familias.
Sin dudas, este programa de nuestro sistema de salud ha sido una bendición, pues ha permitido que no falten quienes, con bata blanca y ganas de regalar vida, usen los estetoscopios incluso en las montañas más recónditas.