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El encanto del talento

No existen mejores maestros que los niños. En su peculiar manera de enseñar dominan a su antojo la gramática de la vida. Esta esencia la revela una alegre tunera, estudiante de séptimo grado y con proverbial aptitud para entender las complejidades de las matemáticas

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Cuentan que cierta vez alguien le preguntó al escritor Mariano José de Larra acerca de la utilidad práctica del talento. La respuesta del gran costumbrista español llegó envuelta en un agudo juego de palabras: «No ha de servir para saberlo y decirlo todo, sino para saber lo que se ha de decir de lo que se sabe».

Eso fue lo que me cautivó de Elizabeth Pérez Velázquez. En apenas unos minutos de conversación me confirmó cuánto puede haber de precisión y elocuencia en el verbo de una chica de solo 12 primaveras. Nada de pavoneo académico ni de hipócrita modestia. «Sí, ando bien en la escuela. Pero hay otras como yo», me espetó como para neutralizar cualquier intentona mía de enaltecerla.

—A ver, Elizabeth, cuéntame cómo fueron tus primeros años...

—Comencé en el círculo infantil Amiguitos del Minint. Meses después, y por padecer de miopía, mis padres me trasladaron para la escuela especial Ramón Téllez, especializada en rehabilitación visual. Decían que allí me adaptaría más rápido a mis lentes de contacto. Lo logré tan rápido que pude iniciar el primer grado en el seminternado República de Chile, una escuela muy popular en la ciudad. Allí comencé y terminé toda la enseñanza primaria

—¿Qué recuerdas con más cariño de aquellos primeros cursos?

—Mucho. Los juegos con aros, saltar suiza... Pero, sobre todo, haber aprendido a leer y a escribir con mi maestra Bertica. Con ella comenzó mi gusto por la Matemática. Desde el primer día la hallé fácil y me atrapó. En Historia pasaba trabajo con los órdenes cronológicos y las fechas importantes. Sin embargo, los números se me pegaban enseguida y hasta me divertía con ellos.

—¿Traías ya algún conocimiento de la casa sobre esa materia?

—Casi me sabía de memoria las tablas de multiplicar. Las aprendí de tanto ver un animado que las musicalizaba. También me habían leído un libro titulado Malditas Matemáticas: Alicia en el país de los números. Cuenta la historia de Alicia, una niña de 11 años de edad a quien no le agradaba esa asignatura. Hasta que un día conoció a un matemático que la hizo interesarse en el juego de contar y entonces cambió radicalmente de opinión.

—Pero me han dicho que las libretas de tu hermano ayudaron...

—¡Sííí! Como él estaba en un nivel superior al mío, en la casa cogía en secreto sus libretas e intentaba comprender lo que le impartían. Revisaba sus tareas, los ejercicios de las clases... Mi hermano es «un filtro» en Matemática. Fíjese que cuando estaba en sexto grado obtuvo medalla de oro en un concurso nacional.

—De todo lo aprendido, ¿qué disfrutas más de la Matemática?

—Me gustan todos sus contenidos. Pero en especial los que tienen que ver con las multiplicaciones, las divisiones, la geometría, la numeración, las fracciones... Hay algo interesante: la Matemática también permite crear. Yo he solucionado problemas con fórmulas inventadas por mí. Es decir, mientras el resultado sea correcto, pueden buscarse vías diferentes para resolverlos.

—¿Tus maestros han influenciado mucho en ti en ese gusto?

—Sí, en especial Bertica y Wandy. Ellas se percataron rápido de mi simpatía por la Matemática. Y no solo me ayudaron. También me convencieron de que esa ciencia está presente en todas partes. «Si la dominas, sabes de otras materias, porque practicas la letra, los números, la ortografía, la historia...», me repetían. Los números y sus secretos nunca dejarán de asombrarme.

—A veces se dice que la Matemática quita el gusto por la lectura...

—No me ocurre. El libro de lectura me encanta. Además, visito periódicamente la biblioteca de mi escuela y también la provincial, a cuya sala infantil pertenezco. Siempre persigo los libros de Dora Alonso. Además ando detrás de las revistas Zunzún, Pionero, Somos Jóvenes, porque sus materiales nos tocan de cerca y nos aconsejan. Martí me fascina, y no solamente por La Edad de Oro, que es su clásico. Los Cuadernos Martianos son textos que los maestros nos enseñan mucho. También participé en el concurso Sabe más quien lee más, donde debíamos escribir y debatir sobre la obra literaria de un autor en específico.

—Tienes fama de ser tremenda «mechada». ¿Es eso cierto?

—Son exageraciones. Lo que sí soy es aplicada. Jamás dejo de hacer mis tareas y nunca falto a clases. Incluso cuando tengo consulta médica por mi problema visual, recupero enseguida las clases perdidas para no atrasarme. Me gusta tener mis libretas forradas y atender a los profesores. Por lo demás, todo normal. Incluso me gano a veces algún regañito por conversar demasiado.

—Coméntame sobre tu participación en los concursos de Matemática.

—Comencé a tomar parte en quinto grado. Primero eran a nivel de escuela, luego de municipio y finalmente de provincia. Siempre obtuve buenos resultados gracias a la preparación que recibía de mis maestras. En sexto grado, después de vencer las instancias, clasifiqué para el concurso nacional. El examen fue difícil, pero logré resolverlo bien. Obtuve una mención y fui premiada con una estancia en Cayo Saetía, en Holguín, un lugar bellísimo, con muchas variedades de plantas y de animales.

—Además de la Matemática, ¿qué otras manifestaciones disfrutas?

—Me encanta la poesía, quizá por influencia de mis abuelos, quienes escribían décimas para que mi hermano y yo las recitáramos en los matutinos de la escuela. También me divierte mucho el baile. Pertenecí al elenco de La Colmenita tunera y a una danza que tomó parte en la última Jornada Cucalambeana Nacional. Además, fui la batutera de la banda de mi seminternado y competí en torneos de ajedrez a diferentes niveles. En fin...

—Ahora dime qué haces en la casa. ¿Ayudas en algo por allá?

—¡Pues claro! Soy muy organizada. Mi mamá me enseñó a serlo. Tengo un lugar para mis libros, acomodo mi uniforme, tiendo mi cama, voy a mandados, ayudo a limpiar y a fregar... Y no es todo: también hago algo en la cocina. Sé arreglar las especias para el sofrito y puedo cocinar arroz blanco. Parece que no me queda demasiado mal, porque nadie de mi familia ha protestado.

—¿Te interesa la historia de tu localidad o te es indiferente?

—¡Me interesa mucho! Así sé de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos. Las Tunas tiene una historia muy bella, en especial la vida del mayor general Vicente García. Comenzó por su propia casa cuando incendió la ciudad el 23 de septiembre de 1876. Dijo que prefería verla quemada antes que esclava.

—¿Cuáles consideras que han sido tus mejores resultados?

—Me seleccionaron alumna integral en todos los años de la enseñanza primaria. Es que yo estaba en todas las actividades: bailaba, declamaba, integraba la banda, practicaba deportes, presentaba un programa infantil en la emisora provincial Radio Victoria, era locutora en los actos políticos, jefa de destacamento, responsable de emulación… La integralidad fue un reconocimiento de mis maestras y mis compañeros de aula. Al terminar el sexto grado me dieron otro premio importante: fui la mejor graduada, con 99,75 puntos de acumulado final. Ahora, en séptimo grado, formo parte de las candidaturas pioneriles.

—Los niños actuales tienen una adicción por las computadoras...

—En mi casa tenemos una. Mis padres la necesitan para su trabajo profesional. Yo también la utilizo cada vez que puedo. Además de resolver ejercicios de la escuela, me sirve para ver novelas, series, películas… Ah, y para escuchar música. ¿Cuál es mi música preferida? Creo que ninguna en particular. Reconozco que hay reguetones bonitos. Pero otros géneros también lo son.

—¿Tienes idea de qué te gustará estudiar?

—Si piensa que le voy a decir que me gustaría estudiar Matemática, se equivoca. Mi intención, por ahora, es la Medicina, y en particular la Pediatría, para curar y salvar niños. Y mire usted, también me agrada el magisterio. Siempre fui monitora de Matemática y hasta di clases cuando la maestra faltaba. Pero no sé, por ahora mis simpatías mayores son por la Medicina.

—¿Qué rol ha desempeñado tu familia en todo tu recorrido?

—Procedo de una familia de profesionales. Mi mamá es licenciada en Biología y trabaja en la Universidad de Ciencias Médicas Doctor Zoilo Marinello, aquí en Las Tunas; mi papá es médico, especialista en Medicina General Integral y director de un policlínico. Los dos me han ayudado mucho. Y lo mejor, han confiado siempre en mí, sin presionarme jamás. Sin su apoyo no hubiera logrado nada en los estudios, en especial en Matemática. «Mis abuelos también han hecho lo suyo. Y mi hermano, ni hablar. Vivo orgullosa de todos ellos. Son mi mayor felicidad».

El diálogo con Elizabeth Pérez Velázquez me confirmó que, definitivamente, no existen mejores maestros que los niños. En su peculiar manera de enseñar dominan a su antojo la gramática de la vida: nos admiran, nos interrogan, nos ponen puntos suspensivos y no pocas veces nos colocan el punto final. De ellos dijo Martí en La Edad de Oro: «Saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas escribirían».

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