Salvador, Josué y Floro Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 06:34 pm
SANTIAGO DE CUBA.— El domingo 30 de junio de 1957 vivirá eternamente unido al tronar de los disparos y la impaciencia de la persecución que eternizó en la historia la huella imberbe de Josué País García, Floromiro Bistel Somodevilla y Salvador Pascual Salcedo.
Tres jóvenes en la flor de sus vidas: Josué, nacido el 28 de diciembre de 1937, no había cumplido los 20 años; Floromiro, tenía 23 y Salvador, 22; regaron con su sangre las calles santiagueras, en una acción organizada por el Movimiento 26 de Julio, que reaccionaba contra la imagen de tranquilidad que la tiranía pretendía dar al país, tratando de ignorar la victoria obtenida dos meses antes por el Ejército Rebelde en El Uvero.
Consecuente con estos fines se había anunciado un mitin en el céntrico parque Céspedes. El plan revolucionario era situar una potente bomba en la alcantarilla debajo de la tribuna en la que estarían los senadores Masferrer y Anselmo Alliegro, compinche y cómplice de todas las atrocidades de Fulgencio Batista, además de otros testaferros de la tiranía y numerosos guardaespaldas y esbirros.
La detonación se escucharía por la radio en todo el país. Al producirse el estallido y la desbandada del público, dos comandos en autos, saldrían a disparar al aire por unos cinco minutos en los alrededores. De cumplirse lo planificado, se asestaría un fuerte golpe al poderío castrense y se demostraría la pujanza de la lucha armada.
Ese era el plan cuidadosamente concebido para aquel 30 de junio de 1957, pero, el azar haría cambiar la suerte. Al parecer, al limpiarse la calle el agua dañó el mecanismo del artefacto explosivo, preparado desde temprano en la mañana. Tal situación imprevista provocó el desconcierto entre los grupos revolucionarios que actuarían ese día, pues la señal acordada era precisamente la explosión.
La impaciencia se apoderó entonces del temperamento inquieto de Josué País, hermano menor de Frank, y uno de los jefes de los dos comandos que debían entrar en acción en los alrededores.
Ante la interminable espera, se impuso el sentido del deber y la pasión del joven revolucionario, que acompañado de Floromiro Bistell (Floro), quien había cumplido prisión junto a él por los sucesos del 30 de noviembre, y de Salvador Pascual (Salvita), decidió salir a cumplir la misión asignada.
Mas cuando el auto en que se trasladaban entró en el Paseo Martí fue interceptado por una microonda, que les ordenó detenerse. Al no obedecer los jóvenes, en cuestión de minutos los uniformados abrieron fuego contra el vehículo. Los tres muchachos, como lo habían hecho otras tantas veces, ripostaron al ataque.
Un disparo alcanzó el carro de los revolucionarios, lo cual provocó su impacto contra un poste eléctrico al llegar a la calle Crombet (La Línea), donde otro patrullero los estaba esperando, poniéndolos en medio de dos fuegos.
Cuando el automóvil con una goma averiada finalmente se detuvo, Floro y Salvador estaban muertos pero Josué, herido, continuaba resistiendo. Salió del auto, se protegió tras un muro y siguió defendiéndose a tiros hasta caer abatido, pero con vida. Cuentan testigos que desde adentro del yipi donde los esbirros lo metieron a la fuerza, el joven gritó vivas a Fidel y a la Revolución.
Quizá recordaba en aquella hora aciaga que dos días antes había estado a punto de no participar en aquella misión, pues inconsultamente, junto a otros combatientes había abandonado su refugio en la casa de Gloria de los Angeles Montes de Oca, la Tía, para protagonizar un tiroteo en el propio paseo Martí y otras áreas de la ciudad.
Tal vez saboreaba otra vez la voz enérgica y tierna de su hermano Frank, el Jefe, cuando le dijo a Tin Navarrete que no le aceptara a Josué ninguna otra indisciplina y si era necesario sancionarlo, que lo hiciera.… Puede que volvieran a su mente las imágenes de su enojo inicial y de su comprensión del error y de cómo convenció a Tin, hasta que éste le informó que su grupo, en unión de otros, acabarían con el mitin de Masferrer.
Cuando horas después del hecho La Tía tuvo oportunidad de ver el cuerpo de Josué, el relato fue desgarrador: «Tenía heridas en ambos hombros. Su brazo presentaba muchos impactos de bala. Pero lo que más me impresionó fue un tiro que le habían dado en la sien. Sin dudas, lo habían rematado».
Así se lo harían saber a Frank, quien a pesar del inmenso dolor supo asumir su papel de Jefe del Movimiento 26 de Julio. Unidos más allá de por la sangre y los ideales, por la valentía hasta la temeridad, Frank consideraba a Josué como su niño y se sentía un poco su padre.
Quizá por eso su primera reacción fue llamar a su otro hermano, Agustín, y prohibirle que realizara cualquier acción inconsulta; pues el caído era uno más del Movimiento y no le iba a permitir como jefe que arriesgara la vida de otros compañeros por motivos particulares.
Luego, expresaría su dolor en versos, en aquel cálido poema que tituló «A mi hermano Josué», cuyos versos finales retrataban sus sentimientos: «Cuánto sufro no haber sido/ el que cayera a tu lado /hermano mío. / Qué solo me dejas, rumiando mis penas sordas / llorado tu eterna ausencia».
Josué, Floro y Salvador fueron velados juntos, los féretros iban cubiertos con banderas del 26 de Julio y los santiagueros los acompañaron coreando el Himno Nacional. Cuentan que cuando a doña Rosario, que encabezaba la multitud, le sugirieron cerrar la tapa de la caja mortuoria, su respuesta fue: «Quiero que mi hijo vea al pueblo que lo sigue».
Ese mismo pueblo acogió para siempre el gesto de tres vidas en flor que supieron elevarse a la altura de su tiempo y hoy son savia inspiradora para los nuevos.