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La vida en el mar es dura, pero hermosa y aventurera

Un abuelo centenario matancero cuenta anécdotas de su vida como marinero de la Marina Mercante de Cuba durante la II Guerra Mundial

Autor:

Hugo García

Matanzas.— El 1ro. de septiembre de 1939 fue uno de los días más felices para Cheo, como se le conoce. Con el folio número 89 la Capitanía del Puerto de Matanzas le otorgaba el carné de mar. Tenía 29 años de edad cuando se adentró completamente en un mundo que amaba desde niño, pero que profesionalmente no conocía. Antes había sido carpintero de ribera o ebanista, chofer; también trabajó en una gasolinera.

A partir de ese momento vendrían días azarosos, tormentas, dichas, aprendizaje de la vida de marinero, el enrolamiento en numerosas embarcaciones mercantes, la separación por meses de su tierra y familia.

«La del marinero es una vida dura», confiesa. «Pero es una profesión hermosa y aventurera», sonríe.

José Julio Puig García es historia viva. Ahora, con 105 años —nació el 16 de abril de 1910— nos impresiona sobremanera por su lucidez para contar pasajes marineros de su vida de motorista con una Harley Davidson, de su familia y amigos... Hay mucho que contar en 38 325 días.

«Uno llega a esta edad, no porque uno quiera, sino porque la naturaleza te dota de ciertas condiciones para tener una buena salud y la suerte también te acompaña para no sufrir accidentes u otros percances».

De mediana estatura, recto de carácter, expresión clara y dominio del idioma, Cheo se levanta de un sillón, sin ayuda, y en la pared de su izquierda nos enseña una fotografía enorme, panorámica, en la que aparece junto a su moto como miembro del Club de motoristas Luis Breto.

«Pero tú viniste a otra cosa, ¡no!», indaga con el tono de quien manda. «Sí, pero nos interesa, además, esa historia de su hobby por las motos clásicas», le hago y saber mientras él nos cuenta:

«La Harley mía la compré nueva de paquete, era una joya. Yo solamente la arreglaba, aunque nunca se averiaba. Claro, no se la prestaba por nada del mundo a nadie, porque no la cuidarían igual y podrían romperla. Fui amigo de los Breto, dueños de la agencia Harley Davidson en La Habana, y en Daytona, Florida, conocí a los hermanos Harley y Davidson.

«La marinería me gustó desde muchacho, hasta que me presenté en la Casa Consignataria para cuando hiciera falta  enrolarse en esos viajes.

«A Matanzas venían muchos barcos de diferentes banderas y a veces alguien de la tripulación por motivo de enfermedad u otra cosa abandonaba el viaje. Un día me sorprendieron al llamarme para si yo estaba dispuesto a ingresar como tripulante de un barco griego; realmente no era experto en nada del mar; sin embargo, me adiestraron como timonel, y en esas faenas pasé largas horas sin ver tierra firme.

«En plena II Guerra Mundial navegábamos con mucho cuidado. La mayoría de las veces la carta de navegación la entregaban en el puerto en un sobre sellado y solo se abría en alta mar. Por fuertes medidas de seguridad no sabíamos adónde nos dirigíamos, pues a cada rato se detectaba algún espía de los nazis.

«Andando la conflagración bélica viajé a muchos países, varias veces a Tampa, Nueva York y otros puertos norteamericanos, y muchas veces atravesé el Canal de Panamá.

«Siempre íbamos varios barcos transportando azúcar cubana  u otras mercancías, pero navegábamos custodiados por guardacostas y embarcaciones de guerra cubanas y norteamericanas.

«Eran tiempos difíciles. Fíjate que cuando uno atracaba en los puertos, lo mismo en las cafeterías que en los   prostíbulos, había letreros que decían: “Una palabra hunde un barco”. Se usaban a las prostitutas para sacar información. En la borrachera de los marineros les sacaban datos sobre adónde se dirigían y qué se iba a hacer. Era una época que todo valía, la guerra es así.

«¿Que si no sentía miedo? ¡Claro que sí! Desde que ponía los pies en la cubierta de una embarcación sabía del peligro que me rodeaba. Imagínate que en ocasiones navegábamos 15 o 20 barcos de diversos calados custodiados por la aviación de Estados Unidos y muchos barcos nos patrullaban. Siempre estábamos bien custodiados.

«En las noches era muy difícil navegar. Lo hacíamos a oscuras o a media luz en ocasiones para evitar ser avistados. Nadie podía fumar en la cubierta. Era difícil la vida de marinero porque la mayoría de las veces en todo el viaje no podían salir a cubierta, cada uno en su puesto de trabajo. Por eso digo que si no te gusta la vida en el mar todo es difícil.

«Sabíamos que los submarinos alemanes navegaban cerca de Cuba, estaban por todas partes y eran audaces en sus maniobras. En esos años de guerra la información era poca, por telegrafía, y muchas veces los marineros nunca se enteraban de lo que pasaba, porque se podría crear caos y abandonar el trabajo.

«Nos enteramos de que habían hundido varios barcos mercantes cubanos o con mercancías cubanas, y que un barco nuestro había hundido un submarino enorme de los alemanes».

Cheo, increíblemente, anda por toda la enorme casona del consejo popular Pueblo Nuevo, en la ciudad de Matanzas, auxiliado solo por un andador o bastón. Lee perfectamente y recuerda sus andanzas como marinero y motorista con la picardía cubana.

«Para tener 105 años de edad me siento en perfecto estado de salud y en buenas condiciones mentales».

—¿A estas alturas de su vida, qué le preocupa a Cheo?

—Que nunca se me haya reconocido, por la instancia correspondiente, mi condición de Veterano de la Segunda Guerra Mundial, porque a pesar de las siete décadas de concluida la guerra nadie me ha reconocido mi estatus.

«Al estallar la II Guerra Mundial y declararle el gobierno de los Estados Unidos la guerra a Alemania, lo hizo de igual forma el gobierno de Cuba de aquella época, integrándose este último a la alianza que, por tal motivo, se creó contra el fascismo. Fuimos trasladados a los Estados Unidos y de inmediato nos subordinamos bajo las órdenes de la alianza, que estaba liderada en América por Estados Unidos.

«Navegué trasportando mercancías de toda índole a favor de la causa antinazi que defendíamos, siendo frecuentemente asediados por unidades de la marina alemana».

Su condición de marinero de la Marina Mercante de Cuba lo acredita un grupo de documentos originales bien conservados como el Carné de mar, el de la Marina de Guerra de Cuba, de su residencia temporal en los Estados Unidos por causa de la labor que desempeñaba, y comprobantes de barcos en los que navegó desde el 1ro de junio de 1942 hasta el 31 de mayo de 1945, durante la guerra contra los Imperios de Japón e Italia y el Reich Alemán.

Cheo mira la antigua lámpara de bronce que cuelga en el centro de la sala del altísimo techo, y evoca el cariño de su familia y amigos, y navega no se sabe por cuál de los mares, razón sin las cual no pudiera aferrarse tanto a la vida. Cheo suelta de súbito: «No se por qué he vivido tanto».

Marinos cubanos

Cuba le declaró la guerra a los aliados el 11 de diciembre de 1941 y según el historiador de la Marina de los Estados Unidos, Almirante Samuel Elliott Morrison, con la excepción de Canadá, el aliado más valioso en las Américas fue Cuba.

«Conocida, aunque muy poco divulgada, es la historia de las acciones combativas que tuvieron lugar en las aguas cercanas a Cuba durante la Segunda Guerra Mundial», señala en un artículo el Doctor en Ciencias Históricas Gustavo Placer Cervera.

El también Capitán de Fragata (R) de la Marina de Guerra Revolucionaria de Cuba, explica que la República de Cuba, al igual que otros países latinoamericanos, declaró la guerra a las denominadas potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) a comienzos de diciembre de 1941, después del sorpresivo ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbor, en Hawai, el día 7 de ese mes, y la consiguiente entrada de los Estados Unidos en la contienda.

«Poco tiempo después, y a lo largo de los años que duró el conflicto, las aguas adyacentes al archipiélago cubano, al igual que toda región del Caribe, se convirtieron en escenario de acciones navales y los marinos cubanos, tanto de guerra como mercantes, tendrían una participación modesta, pero significativa, en la contienda bélica mundial», asegura el miembro de Número de la Academia de la Historia de Cuba.

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