Cada quien cuida la calidad de su trabajo, porque en los resultados va el futuro propio y de la cooperativa. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 06:08 pm
Cuando la casa de José Delgado Romero aún humeaba, y su esposa lloraba por las pérdidas del incendio, los socios de la Cooperativa No Agropecuaria Reconstructora de Vehículos, en el Cerro capitalino, no lo abandonaron. No hizo falta permiso de instancia superior para ayudarle con un préstamo sin interés, proveniente de las utilidades del colectivo.
José Delgado Romero agradece la preocupación de sus socios.
Cómo no iba Delgado a pagar en tiempo y forma, si después de reconstruida la casa quedó más hermosa. Cómo no cumplir con ellos, si la cooperativa cada vez más se parece a su familia. Y también porque gracias al estimulante anticipo que gana —ya no el magro y rígido salario estatal— pudo saldar la deuda, y hoy exhibe su felicidad doméstica.
La nueva forma de gestión no estatal de la cooperativización está revolucionando allí el sentido de pertenencia, la autogestión, y la democracia que no siempre germinaron bajo los «ordeno y mando» de aquella Unidad Empresarial de Base de Chapistería y Pintura del Ministerio de Transporte, que pasó a mejor vida.
Bien lo sabe Marcelo González, quien fuera director de la UEB durante ocho años, y cuando se decidió convertirla en cooperativa, inducida por el Mitrans, fue elegido presidente por voto directo y secreto de aquellos 46 subordinados que se convirtieron voluntariamente en sus socios desde diciembre de 2013.
Marcelo defiende que la mentalidad cambia cuando se transforma la vida.
Acostarse trabajador o directivo estatal y despertarse cooperativista ha sido un proceso desafiante para los implicados, que ya suman 76. «Estaba gestionando desde la autocracia, confiesa Marcelo, pero cuando me percaté de que era un socio más, supe que las medidas podían ser buenas pero también requerían el consenso. Hoy no se aprueban estrategias ni ingresos sin el acuerdo de los socios».
Marcelo siente que sigue siendo un empresario con negocios y debe sobrevivir a la competencia. Pero ahora su gestión es más democrática. El flamante presidente de la Reconstructora afirma que antes al trabajador, sin sentido de pertenencia y sin empoderamiento, solo le importaba el salario, aun cuando era insuficiente. Hoy son una familia que se sienta a la mesa a proyectar sueños, y empalma los intereses de la sociedad con los de la cooperativa y los individuales. No en balde Lenin vislumbró que las cooperativas eran otra revolución, enfatiza.
Burós por la ventana
¿Por qué la cooperativa es, entre las formas de gestión no estatal, la más socialista?, se preguntan estos reporteros. Y Marcelo, mostrándonos los talleres infatigables, donde cada uno regula y cuida su trabajo, arguye que se accede a las ganancias sin acumular capital ni concentrar riquezas. «Cada quien se responsabiliza con lo que hace y puede sentirse dueño de verdad», considera.
De recorrido por las diversas áreas, no observamos ningún mandamás desde un buró. Los socios saben lo que tienen que hacer y cómo, para que puedan distribuirse las utilidades luego de cumplir con los tributos al patrimonio estatal.
«Yo, que he vivido en los dos modelos, el estatal centralizado y el cooperativo, les aseguro que ahora a estas personas no hay quien les saque nada de los talleres, porque están en juego sus ingresos. Y eso ha costado hasta expulsiones por decisión colectiva».
Quienes no tienen que esperar de arriba órdenes ni directivas burocráticas, son más libres de hacer su vida mejor, y reivindican sus bolsillos. Lo confirma Celestino Garcés González: mientras da el último toque de pintura a un auto ya renovado, revela que de un salario promedio en aquella UEB, entre 300 y 400 CUP, hoy ha llegado a cobrar hasta 500 CUC en un mes, en dependencia de cuánto trabaje.
La familia de la reconstructora decidió crear un fondo de entre 18 y 20 mil CUC para préstamos sin intereses a los socios ante determinadas eventualidades o para premiar a los destacados con vacaciones y viajes de capacitación al exterior, y atender las necesidades de salud. También financia todo en pos de la disciplina y las mejores condiciones para laborar. Ha convenido con boteros que transportan a los socios al trabajo y luego los retornan a sus hogares. Les garantizan meriendas de calidad y destinan dos CUC diarios per cápita para el almuerzo.
¿Podrá mantenerse esta prosperidad cuando el 95 por ciento de los materiales de trabajo son importados, mediante la gestión del Mitrans? ¿La falta de un mercado mayorista no afecta la gestión?
Marcelo reconoce que, a diferencia de lo que ocurre en otras cooperativas, deficitarias de insumos y huérfanas de apoyo, el Mitrans hace esfuerzos por venderles materiales planificadamente. Pero no siempre están disponibles. Y aunque tienen potestad de comprar en comercializadoras y tiendas minoristas, a veces no aparece lo que necesitan.
Tal incertidumbre la confirma Yairis López Ananías, jefa de la brigada de tapicería. Allí se tensa el problema de los suministros, pues las telas y materiales se agotaban por esos días en que los visitamos y no estaban a mano en las ofertas comercializadoras disponibles.
Pensar como socios
En el despertar cooperativista, uno de los frenos mayores es la falta de cultura en torno a esta forma de gestión ágil y emprendedora. Por eso necesita una capacitación que entrene los sentidos para el negocio. Hay entidades estatales que se convierten en cooperativas, señala Marcelo, sin preparar a los sujetos del cambio: un peligro para la supervivencia de esta modalidad económica.
El Consejo de Administración de la Reconstructora (que incluye a la junta y los jefes de brigadas) recibió un curso al respecto y luego el resto de los socios, afirma. Todos ya pasaron una vez y ahora vamos para la segunda, con tal de aprender a transformarnos «de asalariados en asociados libres, de dirigidos en autogestionados».
El sentido democrático de la gestión se asienta en las estructuras de control y fiscalización elegidas libremente por los asociados, sin reproducir estructuras impuestas desde arriba. La Comisión de Fiscalización rinde cuentas de la vida económica y contrata auditores si lo entiende; la de Arbitraje y Atención media ante cualquier conflicto interno y la de Educación garantiza el aprendizaje.
Pero la conciencia de cuánto puede aportar una cooperativa a la sociedad requiere más que capacitación, pues aún existen prejuicios desde ciertas estructuras estatales. Marcelo intuye la necesidad de una entidad nacional que asesore y apoye el incipiente proceso de cooperativización. Y considera que falta claridad de cuánto puede ayudar al país esta forma de gestión, en la que se logra balancear lo económico, lo gerencial y lo social.
El amplio mercado con el que surge esta cooperativa inducida como ventaja, se ha triplicado después del cambio de gestión, e incluye como clientes a personas naturales y entidades estatales como Copextel, Rex, de Cubataxi, y Etecsa. Esta última en 2014 recuperó 340 vehículos de operaciones y pudo atender 57 000 quejas más que en 2013 gracias al trabajo de la Reconstructora. Los precios son de oferta y demanda, sobre la base de una ficha de costo.
Al gestionarlo lo empezamos a hacer mejor, revela el Presidente, pues nos han puesto la unidad en la mano, y agregamos servicios que antes no podíamos dar.
Para validar el principio cooperativista del aporte social, atienden con precios moderados a los socios y personalidades de distintas esferas dueñas de autos, jubiladas o no, que no poseen la capacidad adquisitiva para contratar esos servicios. También apadrinan el asilo Juan Lefont con reparaciones de neveras, camas o cualquier problema. La contribución al gobierno del Cerro frisó los 20 millones de pesos en el 2014, año en que la Reconstructora dejó de ingresar 57 000 CUC por el aporte a la comunidad.
Es tal el impacto de la cooperativa en los socios y sus familias, no solo en lo económico sino también en la forma de diseñar la vida, que muchos hijos quisieran seguir a sus padres e integrarse a esa entidad solidaria. Cada fin de año, las familias de los socios se reúnen como una sola.
Marcelo sabe que este modelo de gestión no puede darse el lujo de fracasar en el socialismo cubano. Por eso piensa que deberían fomentarse foros para pasar balance al camino recorrido en el cooperativismo, focalizar los problemas que impiden su auge e intercambiar experiencias.
Quizá la mejor defensa de las cooperativas es la del pintor Merquiades Pavier Soria, quien puede dar fe del gran cambio porque lleva en la unidad más de 18 años, y en los últimos tiempos tiene mucho que agradecer. «Ahora somos socios, en todo el sentido de la palabra. Que estemos tan bien, hace que hasta los sentimientos sean mejores. Lo principal de esta experiencia es difundir las ventajas de las cooperativas para el socialismo». Lo afianza el brillo en sus ojos: la vida le ha cambiado. Y todo ha sido dentro de una fórmula de cooperación que camina por sí misma, porque no cree en trabas.