GUANTÁNAMO.— La frase se hizo recurrente. Primero la dijo el desconocido a quien di un aventón para llegar a la plaza Mariana Grajales. Luego la repitió un fotógrafo, lente en manos, impresionado por la marea humana que colmaba el 11 Norte, hasta la mirada de la madre de los Maceos en el centro de ese escenario de la Revolución.
Más tarde, la idea se volvió algarabía entre risas, sudores y tragos de un colectivo laboral que, efusivo, desbordaba la celebración de la efeméride de los trabajadores del mundo.
Vinieron por ver alzar a las máximas autoridades del Partido en la provincia la pequeña bolsa de azúcar que simboliza la meta de 26 196 toneladas del grano que prometieron y cumplieron los azucareros de aquí. Asistieron para demostrar que, pese a las dificultades y obstáculos de todo tipo, los trabajadores van por más eficiencia en todas sus encomiendas.
Y hubo muchos vítores a nuestros médicos a su paso por el estrado; por las vidas que salvan, por las montañas de afectos que levantan, por su ejemplo. De ahí la justeza del reconocimiento en el pecho del doctor Ángel Piri, uno de los más eminentes miembros de ese ejército de batas blancas, que mereció el sello Conmemorativo de la CTC por sus resultados en el ejercicio de la Medicina y la investigación científica.
Todo el que pudo vino, incluso caminando, desde sitios distantes de la urbe para asistir a una tradición que vigoriza la patria. Participaron, —encabezados por el General de División y Héroe de la República de Cuba Antonio Enrique Lussón, vicepresidente del Consejo de Ministros, y otros dirigentes políticos, gubernamentales y sindicales—, animados por convicciones revolucionarias muy sólidas, de esas que siempre moverán millones para salvar la obra.