Fernando González junto a su esposa Rosa Aurora. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
Primero fueron los abrazos urgentes. El de Rosa Aurora Freijanes, su esposa, el que lo estrechó a su madre, quien lo miró en un instante eterno y creí adivinar que le decía a su Fernando: ¡Al fin, mijo!... Luego, fue abrazado por el Presidente Raúl Castro, por otros miembros del Buró Político, sus familiares más cercanos, los de sus hermanos aún presos y por René. No sé cuántos abrazos habrá recibido Fernando y los que faltan, pero él tenía cosas que decir en medio de la verdadera sensación de libertad.
Las primeras palabras de Fernando González Llort fueron para agradecer, para hablar de felicidad a medias, para elevar a esos hombres, sus hermanos que faltan y que son, según confesó: «fuente de energía constante».
A Gerardo, Ramón y Tony agradeció primero Fernando, con su camisa azul cielo, como si con ella quisiera imitar las transparencias de los ojos de su amada, como si afuera con su llegada, el gris se hubiera iluminado. Habló con la prensa y no dejaba de mover sus manos, blanquísimas, y en cada gesto había mucho de un aplomo extraordinario, de una necesidad de expresar ideas, tan urgentes como los abrazos.
Detrás, como custodiando su presencia, como para estar seguros de que era cierto, los suyos y algunos de los seres queridos de los Cinco, la familia grande que clama por el regreso a casa de todos. Nada más coherente en la línea de pensamiento de estos hombres —que nunca han debido consultarse a pesar de todos los encierros para ser uno solo—, que el estar siempre primero preocupados por los otros.
Por eso, cuando el hombre de la camisa azul, de hablar pausado, menciona a Gerardo, Adriana, la esposa de ese otro grande, baja la cabeza y pareciera que no puede con la emoción, y Elizabeth, la esposa de Ramón, sonríe ante la certeza de la hermandad.
«Cuando todavía no existía movimiento de solidaridad, verlos a ellos y compartir con ellos en los momentos difíciles, fue siempre una fuente de energía para nosotros en la lucha y, por lo tanto, mi primer agradecimiento es para ellos».
Y después de sus hermanos, incluido René, quien estaba allí, el siguiente agradecimiento fue para el pueblo de Cuba «… a todos nuestros compatriotas que durante tantos años nos han acompañado en esta lucha y nos van a seguir acompañando. Estoy seguro de que nos van a seguir acompañando hasta que Gerardo, Ramón y Tony estén de regreso», dijo.
Entre luces, micrófonos y grabadoras, Fernando continuó hablando sereno. Llevaba una delgada línea húmeda a la orilla de los ojos, porque antes seguro alguna lágrima se había escapado. Pero allí, ante lo que debía decir, esa fue otra huella del torrente de emociones que lo recorrían.
«Yo salí de la prisión y me estaban esperando un grupo de personas de inmigración que me retuvieron, me arrestaron; yo no experimenté la salida de la prisión como la salida hacia la libertad, yo experimenté la libertad cuando me bajé de la escalerita del avión, porque incluso hasta ese momento estaba esposado en el avión y las esposas me las quitaron en el momento en que el avión tocó tierra», contó como parte del anecdotario de la vida que fue. El avión estuvo en tierra cubana a las 12:04 p.m. del viernes 28 de febrero de este 2014.
Por la naturaleza misma de estos hijos de Cuba no podían faltar las disculpas. Tantas cartas, escudo protector en las distintas prisiones, y que ellos humanamente no pueden responder, son motivo de orgullo y la causa de que en este primer diálogo, Fernando le pidiera disculpas a tantos que escribieron y no pudieron tener una respuesta personal a su misiva.
«Pero todas esas cartas, en especial las de los niños y jóvenes, fueron siempre un estímulo tremendo, un estímulo para enfrentar cualquier situación», y con esa frase, la certeza de la utilidad de cada línea que llega a las prisiones donde ellos nunca debieron, ni debieran estar.
Fernando también agradeció a las autoridades, a los compañeros y compañeras que han llevado adelante la campaña para el regreso, al Ministerio de Relaciones Exteriores y a la Sección de Intereses de Cuba en Washington, que tanto hicieron porque su regreso fuera «lo más expedito y natural posible». A la prensa, por divulgar la verdad del caso.
«… Hay mucho por hacer todavía, todos lo sabemos y todos están en la mejor disposición de hacerlo, no me cabe la menor duda de eso», fue el reconocimiento y el exhorto.
Cuando quisimos saber del encuentro con Raúl, Fernando, un héroe de estos tiempos, habló de honor y compromiso.
«… Que el compañero General de Ejército Raúl se haya tomado el trabajo de venir hasta acá a recibirme y a saludarme es un gesto que agradezco, que me llena de gratitud, que me compromete a la vez en la lucha por el regreso de mis hermanos», expresó mirando siempre fijo, en una búsqueda constante de los ojos de sus interlocutores, agrupados en un salón de protocolo de la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional José Martí, en La Habana.
Tenía razón Gerardo en su mensaje, Fernando se ve gigante. Tenía razón Magali, la madre, al augurar latidos del corazón a mil, o Rosa Aurora, quien supo desde el principio que no se despegaría de él, y fue hermoso verla de la mano de su esposo. También tenía razón Homero Saker, su amigo, quien dijo que Fernando era de pocas palabras, pero «siempre decía lo que es».
El hombre de la camisa azul cielo, el de la emoción contenida, el que tengo tan cerca que podría tocar, me habla de felicidad y es el sentimiento que más se parece al que recorre las arterias más profundas de esta tierra. Sin embargo, él mismo habla de esencias.
«Es una felicidad que es difícil de describir, estar aquí en Cuba, estar aquí con la familia, es una felicidad que es inmensa y a la vez le falta un pedazo, el pedazo que queda reservado para que en este mismo lugar estén Ramón, Gerardo y Tony, entonces la felicidad completa».
En ese punto, los Cinco no dejan otra opción y habrá que seguir luchando para que la felicidad de quienes ya están aquí —después de haber cumplido íntegramente sus sentencias— sea completa; para que la misma luz de los familiares de Fernando llegue a los hogares que faltan, que siguen a la espera de un instante como este que ha estremecido a Cuba.
«Entonces será la verdadera felicidad». Lo dijo Fernando. Es cierto.