Ramón Labañino Salazar, uno de los Cinco Héroes, con sus hijas Ailí, Laura y Lisbeth y su esposa Elizabeth Palmeiro. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
Él volverá a cumplir 25. Aunque el pasado 9 de junio fue el cumpleaños 50 de Ramón Labañino, hace varios aniversarios que renunció a tener un año más hasta regresar a Cuba. Entonces vivirá toda esa juventud acumulada con la intensidad que los suyos decidan. Subirá el Pico Turquino con René y las niñas (no tan niñas). Irá al Coppelia y se cuidará de no aumentar más el volumen de su cuerpo, para no dejar de presumir que solo está «fuerte», como le dicen sus hijas «tratando de no mortificar su orgullo de hombre».
Hoy se impone pensar que este es el último año, como siempre dice a los suyos. «Hay veces que la familia se pone susceptible o pesimista y piensa cuánto más estaremos en esta batalla. Entonces son ellos quienes nos dicen que falta menos que al inicio y que siguen estando fuertes», comenta la hija mayor de Ramón, Ailí, fruto de su primer matrimonio.
«Las tres hijas de mi papá hemos cumplido los 15 años. Eso da la medida de que ha pasado el tiempo: éramos muy niñas y ya estamos en la adolescencia y juventud. Hay muchos momentos que no podremos vivir, pero nos quedan otros. Tenemos proyectos y el propósito de ser optimistas como ellos lo son. Pensamos cada año que ese es el del triunfo y si llegamos al 31 de diciembre y no ha pasado es porque será el próximo».
Un abrazo de cuatro
«Físicamente aparenta una cosa y después sentimentalmente te das cuenta de que es otra. Cuando lo ves, te impactas, porque es muy alto y corpulento. Además, tiene un optimismo y juventud interna tan grandes que nos los transmite.
«Durante las visitas siempre jugamos, conversamos, hacemos chistes y tratamos de armonizarnos, porque nos pone tensos estar en un lugar rodeados de personas que cometieron crímenes reales. Mi papá nos saca de esas ideas y nos dice que imaginemos que estamos en la sala de la casa y hagamos planes», cuenta Ailí, graduada en Ciencias Informáticas.
Y aunque siempre llega el instante del dolor mayor, Ramón parece tener una receta mágica para todo.
«El momento más duro de cada encuentro es el último, porque nos despedimos sin saber cuándo volveremos a tener la visa, si iremos allá o finalmente ellos volverán a Cuba, o si le puede pasar algo a alguien y no nos podremos ver más. Nos queda esa incertidumbre en la despedida.
«Sin embargo, él tiene un lema: “Esta no es la última visita, esta es la primera vez que nos estamos viendo de la siguiente. La próxima será en Cuba”. Nos dice así y deja ese sabor a continuar, esa inyección de que falta poco. Cada ocasión en que nos vemos parece que la última fue ayer porque todo es una continuación», expresa con el sentimiento propio de quien aprende las lecciones de confianza que salvan vidas.
«Es muy cariñoso, especial y siempre está riéndose. Cuando éramos chiquitas le decíamos osito de peluche. Siempre está optimista; ni siquiera el día de la despedida lo ves con tristeza en los ojos. Trata de que tampoco esté en los nuestros y nos dice: “No me dejen con esa última imagen de ustedes tristes, les quiero ver sonrientes para tener ese recuerdo en mí cuando esté en la celda”. Y así tratamos de hacerlo», dice Ailí.
Sobre la forma en que las hijas tienen a su padre, aun detrás de las rejas, ella reflexiona:
«Ha tratado de educarnos en la distancia, de usar las cartas para transmitirnos sus experiencias, para que no nos equivoquemos, para que seamos mejores personas. No nos impone nunca nada: nos propone. Nos dice: “Creo que si vas por este camino, te puede ocurrir esto; por el otro te puede ocurrir lo contrario: tú decides”.
«No solamente tenemos un padre, también contamos con un amigo. Él es el tipo de persona al que podemos acercarnos para contarle lo bueno que uno cree que pudo haber hecho e incluso lo malo. No vas a recibir un regaño hiriente, sino una recomendación. Eso nos abre a la confianza.
«Lo que nos duele mucho es que dependemos del momento en que podamos ir a visitarlo, nunca más de dos veces al año, y allí estamos rodeados de personas y hay muchos temas que no podemos conversar», explica.
Aun cuando no lo preguntemos ella lo dice. Quizá por la cantidad de veces que lo ha respondido. Quizá por la cantidad de noches en que lo ha soñado.
«Ya no sé cómo imaginarme el regreso de mi papá. Lo he soñado de tantas formas que no tengo la menor idea de cómo será. Ya prefiero no imaginarlo, no soñarlo y que venga ese momento. Quiero que Laura, Lizbeth y yo también podamos abrazar a nuestro padre aquí en Cuba», suelta en una frase anhelante.
Madre, padre y esposa
Elizabeth Palmeiro lleva 15 años al frente de su hogar. Su aspecto de mujer severa puede cubrir en ocasiones el dolor que ha sabido cargar durante tanto tiempo. Ser madre y padre de dos hijas y a la vez esposa que espera no es tarea para débiles. Ella no lo es. Pero no deja de tener a Ramón «como un fantasma dentro de la casa».
¿Qué hubiera sido distinto con Ramón en su hogar? «Mi vida fuera totalmente diferente: hubiera logrado convertirme en una buena profesional sin tener que dedicarme a algo tan duro como denunciar la injusticia contra Ramón, y vivir tanto tiempo sola y criando a mis hijas sin su compañía», confiesa.
«Quizá no hubiese llorado todos estos años. Aunque muchas personas dicen que soy fuerte y me admiran y respetan por ello, esa es la apariencia que uno da cuando está frente a todos. Siempre tengo mis momentos de debilidad, aunque trato de que no sean públicos.
«Si Ramón estuviera aquí, tal vez mis hijas hubiesen sido más alegres, a pesar de que trato de que sean normales, pero ellas han vivido sin su papá toda la vida. Una lo conoció en las visitas a la prisión y la otra cuando venía a la casa de vacaciones.
«Él nunca estuvo en mis embarazos ni en los partos. Es duro pasar esos procesos sin el apoyo de un esposo. Son cosas tan profundas, que a veces prefiero no hablar de ellas».
Calla. Pero vuelve a hablar para reconocer las recompensas. Elizabeth no puede olvidar, como ninguno de los familiares de los Cinco, las profundas muestras de solidaridad desde todos los pueblos con aquellos que sacrificaron su familia pequeña por la más grande: la de la Patria.
Y si de familia se trata, ella disfruta recordar la importancia que tiene esta para su esposo.
«Ramón es muy familiar, a pesar de haber escogido una vida que lo iba a alejar de casa. De no ser por esta situación hubiera pasado momentos muy lindos en familia. Cuando venía de sus vacaciones, disfrutaba mucho estar en la casa con las niñas», recuerda y sigue hablándonos de él.
«La vida lo ha puesto en situaciones y posturas extremas, de las cuales ha sabido salir adelante. Es una persona excepcional, noble y buena en todos los sentidos. Inteligente, cariñoso, muy buen padre y esposo, a pesar de la distancia. Así mismo fue con su mamá.
«Sus defectos resultan virtudes, porque si es muy controlador con las muchachas se debe a la lejanía. Si estuviera aquí lo daría todo y estuviera más tranquilo. Es celoso y quiere estar al tanto de todas las cosas de las niñas: si tienen un amiguito, algún novio rondando... No se ha dado cuenta de que se están convirtiendo en mujeres y están en la etapa de enamorados y paseos», comenta.
«Le gusta mucho leer. Es un gusto, pero también una necesidad en sus circunstancias, porque la lectura se ha convertido en una manera de que no se le “duerman” las neuronas.
Mientras Elizabeth habla de su esposo, recordamos aquel tema de Silvio que una vez le obsequió: Tu fantasma. Y ese fragmento que tanto nos hace pensar en ellos: (…) No exagero si te cuento que le hablo a tu fantasma/ que le solicito agua y hasta el buche de café./ En días graves le he pedido masajes para mi espalda./ Los peores ni te cuento porque no vas a creer...
«No soy feliz. Mi felicidad será cuando Ramón esté a mi lado, en la casa. Mientras tanto lo que hago es vivir, luchar y seguir adelante», confiesa.
Algo que Elizabeth Palmeiro y Ailí Labañino no hacen solas. Ni lo harán mientras queden personas dignas que no puedan estar tranquilas sabiendo que a esos cubanos se les secuestra la vida. Nadie puede quedar tranquilo ante lo que ocurre. Cada 9 de junio es el cumpleaños de un buen hombre que sufrirá ausencias que no merece. Pero con su fuerza pensamos: este es el año.