Un intelectual que no comprenda lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:34 pm
Cuando se pretende establecer a quién colocarle el rótulo de «intelectual», la mayoría de las personas piensa, maquinalmente, en un escritor, quizá porque el término alcanzó su mayor notoriedad en predios de la cultura.
En realidad se trata de una verdad a medias, pues, a juzgar por la entrada correspondiente en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, como intelectual se define tanto a quienes cultivan las letras como las ciencias.
Pero ni siquiera se trata de eso. En la práctica contemporánea, endilgar el término «intelectual» solo a letrados y a científicos está en desuso. Hoy se clasifica así también a arquitectos, médicos, ingenieros... A escala social, se reconoce como tal a toda autoridad avalada por sus aportes en las más disímiles ramas del saber.
Eso sí, para resultar acreedor del excelso calificativo se precisa de una larga y fecunda trayectoria, que bien puede comenzar a manifestarse desde las aulas universitarias.
Entonces la cuestión es esta: ¿existe o no una intelectualidad en las universidades cubanas? ¿Es la academia buen caldo de cultivo para formar intelectuales? Por sus aportes en lo investigativo, muchos profesores sí lo son. Pero, ¿ocurre igual con los estudiantes? Veamos…
La fuerza de la palabra
Jorge Luis Domínguez Herrera cursa el tercer año de Medicina en la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara. Tiene la certeza de que en las universidades sí hay estudiantes con visos de intelectuales, porque, además de talento, marcan diferencia con respecto a sus compañeros.
«Generalmente son conocidos, reconocidos y admirados por todos sus condiscípulos. ¿Razones? Se destacan sobre los otros en las distintas manifestaciones del saber. Sus conocimientos van mucho más allá de lo que compete al currículo académico. Por eso son intelectuales», dice.
Acerca del asunto, Denis Rodríguez, estudiante de Psicología de la misma provincia, acota que suele ser determinante la influencia de los profesores, quienes ayudan a fomentar el intelecto de sus alumnos aventajados a partir de sus enseñanzas, tanto en el aula como fuera de esta.
Carlos Alejandro Rodríguez cursa el tercer año de la carrera de Periodismo en la Universidad Central. Dice: «Sí, aquí hay jóvenes con inquietudes intelectuales. El ambiente académico, con su heterogeneidad de especialidades, propicia el intercambio, el conocimiento, el debate…».
Y agrega que muchos de esos estudiantes tienen tal afinidad intelectual que se buscan para intercambiar criterios y discutir asuntos de interés. «La Universidad es un excelente contexto para que existan esos espacios, donde nunca faltan la polémica y la teorización», asegura.
Collage de opiniones
Entre los encuestados algo no queda suficientemente claro: ¿qué es un intelectual? Algunos, como el tunero José Luis Peña, lo definen como «aquel que conoce mucho de todo». Le riposto: «Eso es tener cultura general». Y Lisa Almaguer, también tunera, dice: «El que es bueno haciendo razonamientos». Le replico: «Tú razonas bien y no eres una intelectual».
Yoelaxis de la Peña, estudiante de Marxismo e Historia en la Universidad de Ciencias Pedagógicas de Las Tunas, piensa diferente. «La academia forma profesionales de alto nivel. Pero no extiende títulos de intelectual. Eso lo consiguen unos pocos con el paso del tiempo. Exige trabajo, voluntad, debate, lecturas, investigaciones, teorización… El aula no puede garantizar eso en los cinco cursos que dura una carrera. El intelectual tiene mucho de autodidacta».
Yoan Zamora, trovador avileño, integrante de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), sustenta criterios parecidos. Afirma que hoy en Cuba existe cierta confusión acerca de lo que entrañan las inquietudes culturales y las intelectuales.
«Ser graduado universitario no implica ser un intelectual. La academia te da un abc profesional. Pero la condición de intelectual es otra cosa. Quienes la poseen ejercen la opinión y acumulan gran cultura y saber. Además, sus intereses se mueven más allá del marco de su profesión.
Zamora cree que la AHS y la Uneac deben desempeñar un rol más activo en el tema. No entiende que se pueda ser miembro de esas organizaciones, donde radica lo mejor del pensamiento cubano contemporáneo, y no actuar en consecuencia.
«Una vez se organizó en Ciego de Ávila un foro para debatir un discurso de un dirigente de la Revolución. El debate cambió de repente su cauce y terminó con los participantes hablando sobre sus problemas puntuales. No asumieron su condición de intelectuales. Y no hubo pensamiento».
Algo que la mayoría de los encuestados reconoce es que en la sociedad cubana faltan espacios para que un joven intelectual se dé a conocer. Como dijo uno de ellos: «¿Dónde se les puede ver, leer u oír? Hay disgregación y poca competencia, en el sentido deportivo del término».
También admiten autocríticamente que ellos no están exentos de responsabilidades, pues desaprovechan los espacios existentes o no los fundan por esfuerzos propios. «Si la montaña no viene a ti, ve tú a la montaña», dicen. El debate intelectual debe abrirse camino y crear sus vías.
«¿Por qué las instituciones y organizaciones de cada territorio no se insertan más en los ámbitos académicos? ¿Por qué no facilitan debates para que los jóvenes manifiesten sus inquietudes y presenten en público su pensamiento? ¿Por qué no se organizan encuentros con personalidades relevantes para opinar y hasta disentir, si fuera necesario? Insignes intelectuales cubanos que hoy figuran en las antologías hicieron sus pininos en esos foros», acota Yoelaxis.
Sí hay intelectuales jóvenes
«Sí hay intelectualidad joven en Cuba —asegura José R. Rivero, poeta avileño—. Si no existiera, negaríamos la obra educacional y cultural de la Revolución. Su problema es la poca visibilidad que tiene dentro de la sociedad.
«Pienso que el intelectual estará vinculado siempre con la cultura en su más amplio espectro. Y debe caracterizarse por su naturaleza cuestionadora y por analizar la realidad desde una perspectiva abarcadora. Pero para que eso se materialice se necesita evadir los espacios áridos.
«Para mí, el intelectual no es una élite, sino alguien vinculado al pueblo, que influye y se retroalimenta de este. De hacer lo contrario sería otro tipo de intelectual, quizá muy culto, pero desconectado de su realidad. Entonces probablemente ya no sería un intelectual».
El intelectual joven suele ser polémico, que no, necesariamente, contestatario. Tiene su propia cosmovisión y la adereza con su forma de pensar. Hay coincidencias:
«Una intelectualidad sólida, que actúe ante la banalidad, debe disponer de espacios para el disenso contra lo que es socialmente disfuncional —afirma José R. Rivero—. O para expresar con libertad sus opiniones acerca de cosas con las cuales no se comulga. Hay que escucharla.
«Lo que nunca debe suceder es que cuando quieras plantear algo con la mejor intención, alguien te lo impida echándole mano a argumentos ridículos. Eso inhibe el desarrollo del pensamiento y la inquietud intelectual en los jóvenes. Y hará que en próximas oportunidades prefiera callar».
De vuelta al concepto
«Nadie nace predestinado para ser intelectual —aduce Yoan Iznaga, un tunero graduado en Ingeniería—. Ni siquiera los que obtienen Título de Oro en la Universidad llegan a serlo por el simple hecho de haber obtenido las mejores calificaciones durante la carrera. Claro que la academia influye, casi siempre por intermedio de su claustro, si es competente. Pero el intelectual se va formando por dosis, luego de pensar y debatir mucho sobre lo ya creado».
Y Yoelaxis vuelve a las andadas:
«No hay que ostentar un doctorado para ser intelectual. Basta con tener talento, ser inconforme, investigar mucho, someter a crítica lo establecido, incentivar el pensamiento… Pienso que en Cuba hay una intelectualidad joven. Quizá no un gran número, pero la hay».
El asunto tiene tantas aristas como opiniones: ¿hay o no intelectualidad joven en Cuba? ¿La fomentan las universidades cubanas? Hay condiciones para que eso ocurra. Y en nuestras circunstancias significa también tener un compromiso con su gente. Porque, como dijo el periodista y revolucionario argentino Rodolfo Walsh, «el campo intelectual es, por definición, la conciencia. Un intelectual que no comprenda lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante».