Antes de Girón Hugo Francia Reyes realizó algunas maniobras, pero nunca participó en un combate. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:08 pm
La victoria de Playa Girón está muy ligada al gesto de miles de cubanos que marcharon hacia esa región de nuestro país y, en menos de 72 horas, frustraron la agresión imperialista para derrocar a la joven Revolución cubana.
Muchos, entre esos miles de hombres y mujeres que participaron en aquellos trascendentales sucesos como soldados, pilotos, artilleros, médicos y enfermeras, eran poco más que adolescentes que pasaron entonces la prueba más importante de su juventud. Eso también pudo haber sentido Hugo Francia Reyes, quien solo contaba con 18 años y nunca imaginó cómo aquellos días de abril de 1961 cambiarían su destino.
Pero su historia de combatiente no comienza en las arenas que tanto arrojo y valentía vieron encarnar en nuestros soldados. Para llegar a ese momento hay que remontarse a unos meses atrás, cuando en diciembre de 1960, con poco más de 17 años, fue movilizado para proteger el cuartel de Morón, en la antigua provincia de Camagüey, y reforzar la zona de posibles ataques de la contrarrevolución.
Sin preparación militar apenas, junto con otros dos compañeros cuidó Francia esa plaza por unos tres meses y aprendió a tirar con bazuca. Después, ante el llamado que hiciera Fidel para continuar el entrenamiento de las milicias en diferentes especialidades, en marzo de 1961 fue para la fortaleza de la Cabaña a pasar un curso de cañón obús de 122 milímetros. Lejos estaba de suponer, en ese minuto, que tras solo un mes y varios días de práctica tendría que utilizar ese armamento en un combate real.
«El 15 de abril aviones norteamericanos atacaron los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. Ese mismo día nos metimos con los cañones en el túnel de La Habana, donde permanecimos unas tres o cuatro horas. Luego estuvimos emplazados en el litoral norte porque se pensaba que podía ocurrir otra agresión. Estuvimos allí hasta el 17 de abril, cuando se produce la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos, en Matanzas», cuenta Francia, quien hoy es trabajador del Ministerio del Interior.
«Como a las seis de la mañana partimos para esa provincia. Entramos por la carretera que enlaza Perico, Jagüey Grande y el central Australia. Hasta ese momento habíamos hecho algunas maniobras, pero nunca participado en un combate», prosigue Francia, quien, junto con otros siete jóvenes cuyas edades oscilaban entre dieciocho y veinticuatro años, integró una dotación de obús, bajo las órdenes del teniente Milián.
Hugo evoca lo sucedido con el desenfado con que se relata un cuento, acaso porque no es conciente de su valentía o porque solo hizo «lo que se necesitaba». «Cuando estuvimos en la Cabaña —dice— no pensábamos en el peligro sino en la preparación militar que debíamos recibir para defendernos. Todo fue muy rápido y la intensidad del momento no te dejaba pensar en nada».
—¿Qué pasó después?
—El 17 estuvimos emplazados en el central Australia, hasta que el 18 nos dieron la orden de movernos hacia Carbonera y comenzamos a disparar hacia Playa Larga, que era donde estaba el enemigo. Fueron aproximadamente entre cinco y seis horas de ataque intenso. Primero iban los tanques, y detrás los milicianos que integraban los pelotones de infantería, armados con fusiles M2 y ametralladoras, y el batallón de la Policía Nacional Revolucionaria. Marchábamos con la misión de abrir el paso a nuestras fuerzas, orientando el fuego de los cañones hacia los buques y las formaciones de los mercenarios. Con esos disparos contribuimos a que el enemigo se retirara hacia Playa Girón. No perdimos ningún compañero porque estábamos como a cinco o seis kilómetros de los agresores.
«Cuando nos trasladábamos de Playa Larga hacia Playa Girón, la aviación yanqui bombardeó nuestra caravana, formada por los tanques, la infantería y los autobuses donde iban los milicianos. Atacaron con napalm, que incendió los ómnibus donde iban las tropas cubanas. En esa embestida muchos perdieron la vida. Fue el momento más desesperante porque vimos a numerosos compañeros incendiados por el napalm, heridos o muertos, y no podíamos hacer nada, teníamos que seguir avanzando. Los ataques y vuelos rasantes, acompañados de bombardeos y disparos, se mantuvieron hasta llegar a Playa Girón.
«Otra arremetida sorpresiva de la aviación tuvo lugar el 19. La situación se puso muy fea porque las bombas y balas cayeron casi al lado de nosotros. Tuvimos que dejar los cañones y guarecernos en los arrecifes hasta que cediera el fuego. Imagínate, en ese instante todo el mundo corrió para que no lo mataran.
«Tras el bombardeo volvimos al cañón, nos reagrupamos como caravana y reiniciamos el avance hacia las posiciones de los buques y los mercenarios. Los batallones de infantería y la Policía iban abriendo la marcha y sí sufrieron numerosas bajas, pero nosotros no tuvimos ninguna afectación».
— ¿Cuándo vio a Fidel?
—La primera vez que lo vi fue en la Cabaña. Allí se reunió con nosotros, quería conocer cómo nos sentíamos y si teníamos algún problema. Me impresionó mucho porque insistía en que nos cuidáramos y nos preparáramos bien.
«En Playa Larga constantemente iba a donde estaban las baterías para darnos orientaciones.
«La rendición total de los invasores se produjo entre las cinco y seis del 19. La emoción era tanta, que sobrevinieron las manifestaciones de júbilo, la alegría y unos abrazaban a los otros.
«Durante los tres días no tuvimos tiempo de comer ni de pertrecharnos. Aquello fue cosa de disparar continuamente y moverse de un lado a otro. La gente resistió porque comprendía cuán importante era lo que estábamos defendiendo. Tampoco le podíamos fallar a Fidel, quien desde el primer momento hasta el final estuvo junto a nosotros dirigiendo las acciones».
Girón sería solo un episodio en la carrera militar de Hugo, quien ha entregado su vida al Ministerio del Interior y cumplió otras misiones importantes, como la de Malanché, en Angola, de 1977 a 1979. «Nunca pensé ser militar. Creo que las transformaciones positivas de la Revolución me hicieron tomar esa decisión», confiesa.
Hace una pausa y a sus recuerdos vuelve aquel muchachito que se unió a las milicias del Ministerio de Relaciones Exteriores, entonces Ministerio de Estado, cuyo pasado estuvo sesgado por todo género de tribulaciones:
«Nací en el reparto Párraga de Arroyo Naranjo, y desde los diez años tuve que trabajar con mi padre. Él laboraba en la construcción y tenía un puesto de venta de hierbas en la antigua Plaza del Vapor, en Reina, frente al hoy parque del Curita. Tenía ocho hermanos y mi mamá era ama de casa.
«Mi niñez fue muy dura. Me levantaba con mi papá a las cinco de la mañana para recoger hierbas y venderlas. Muchas veces eran las doce del día, no habíamos hecho un peso y teníamos que pedir dinero al del puesto de al lado para llevar alguna comida a casa. La policía maltrataba a la gente por gusto. Después del triunfo de la Revolución por primera vez el pueblo fue tratado con respeto, podíamos trabajar, estudiar y nos sentimos libres. Poco a poco la juventud se incorporó a las milicias y los demás proyectos de la etapa».
—¿Cómo recuerda aquellos días de Girón?
—Recuerdo la alegría por la victoria. Queda la satisfacción de participar en esa gesta y triunfar como lo hicimos. Si tuviera que coger ahora un fusil, como en aquella ocasión, lo tomaría nuevamente.