Carretones, carriolas, caballos, personas, vendutas en medio de la fetidez enrarecen la calle hasta la piquera de los cochesen el sur de la ciudad. Autor: Lisván Lescaille Durand Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
GUANTÁNAMO.— Un ejemplar del semanario provincial Venceremos, con fecha 26 de enero de 2002, confirma a estos reporteros que las emergencias epidemiológicas a causa de las picaduras del mosquito Aedes aegypti no son noticias aquí.
En esa fecha se realizó una de las más colosales operaciones de «exterminio» del peligroso agente transmisor del dengue, en las que se involucraron 3 000 hombres y mujeres, 223 camiones y tractores, decenas de carretillas, buldózeres, cargadores, motoniveladoras y una parafernalia de medios y equipos, al costo de miles de pesos.
Victorias temporales aparte, hasta la fecha el persistente insecto patiblanco se las ha ingeniado para convertirse en el «vecino infernal» de los más de 210 000 habitantes de esta ciudad, prácticamente acostumbrados a los campanazos de alerta por el mosquito, sin que casi nunca quede delimitado quién o quiénes somos «la gente» responsable de evitar esas emergencias sanitarias.
Ahora que nuevamente el índice de infestación llega al límite del riesgo epidemiológico, la prioridad continúa siendo preservar la vida humana ante el peligro de la propagación de cualquier enfermedad, por eso resulta vital atar los cabos sueltos entre los responsables del enfrentamiento multisectorial y comunitario al escurridizo enemigo.
En reciente visita al territorio, el ministro de Salud Pública José Ramón Balaguer Cabrera indicó sistematizar las acciones de prevención de salud para evitar situaciones complejas como la actual, con 78 viviendas y 74 depósitos reportados positivos, y siete consejos populares por encima del índice permisible, al cierre del segundo ciclo de enero.
Los infractores, quienes hacen vulnerables a todos en su entorno, deben saber que el mosquito no discrimina entre sus víctimas.
Según Alcides Correoso, director de Vectores en la provincia, aunque el número de multas es insuficiente aún, «se han aplicado más de 540 contravenciones a quienes incumplen las normas sanitarias estipuladas en el Decreto-Ley 272-18R», que previenen, educan y sancionan el mal ordenamiento de los patios y el deficiente tapado de los tanques de agua, entre otras irregularidades.
Entre la zanja y la pared
La joven Osmagli Herrera tiene dos hijos y clara percepción del riesgo al que se expone cuando sus depósitos han resultado positivos en los controles antivectoriales.
Según ella, limpia sus tanques de agua con frecuencia, incluso los flamea —aplica alcohol y fuego—, y los vira boca abajo un día entero antes de utilizarlos «bien tapados y hasta con pececitos para que se coman las larvas. Las zanjas fétidas y el deficiente vertimiento de las aguas residuales de otras casas propician criaderos mayores», opina.
Pese al esfuerzo de decenas de profesionales de la Salud y organismos involucrados en la tarea, y la disminución de la «positividad» en varias manzanas, el asunto parece tornarse peliagudo ante la proximidad del período húmedo, caldo de cultivo para el vector.
Por otro lado, consejos populares como Norte-Los Cocos-Confluentes, que a inicios de enero pusieron de rodillas al malvado volador, retornan por estos días a los espacios de la prensa local, otorgando la razón a quienes pensamos que las emergencias no son la clave contra este mal, sino cerrar filas ante la irresponsabilidad de algunos moradores, la falta de sistematicidad en el trabajo antivectorial, el frágil ordenamiento medioambiental de algunos barrios y el saneamiento esporádico o casi nulo de concurridas arterias y barrios del Guaso.
De microvertederos, carretones, cocheros y otros demonios
Cuando se conversa con Rodolfo Sánchez Suárez, subdirector de Servicios Comunales en el municipio, podría pensarse que su entidad está libre de polvo y paja en este asunto, habida cuenta de que más del 70 por ciento de los focos se encuentra en el interior de las casas. «En mis 30 años de trabajo en Comunales nunca se han detectado focos en los vertederos», afirma.
Pero él reconoce que los vertederos improvisados, la basura acumulada en las casas y la falta de higiene en las calles y barrios, son detonantes para un negativo panorama epidemiológico.
En la zona Sur, ellos han identificado microvertederos de este tipo en varios puntos: 14 Sur y 7 Oeste, 12 Sur y 1 Oeste, 10 Sur entre 7 y 8 Oeste (un solar yermo de una familia), en el camino de los Güiros, el de Nicaragua y el de Polanco.
«Son puntos que higienizamos por la mañana y en las tardes están nuevamente llenos de basura, excretas de caballos y desechos de los corrales, que los cocheros arrojan dondequiera», denuncia el funcionario.
El camino de la discordia
Muy próximo a la entrada del camino de Polanco, una vereda periurbana convertida en otro vertedero al sur de la ciudad, Armando Salazar tiene «parqueado» y desocupado su carretón de acarrear desechos.
Aunque cualquiera puede pensar que acaba de lanzar en aquella cloaca a cielo abierto la basura que cargaba, el hombre asegura que jamás haría semejante barbaridad.
Algunos vecinos no piensan igual. El lugar no es frecuentado por las autoridades facultadas para multar a los indolentes, y la gente que vive en sus inmediaciones no puede más que lanzar ruegos u ofensas a quienes consideran con parte de culpa en el fomento de ese microvertedero casi ubicado dentro de la quinta urbe mayor poblada del país y al pie de uno de los principales centros de salud del territorio guantanamero.
Pero el carretonero insiste en dejar claro que ni él ni los demás que se dedican a la recogida de los desechos sólidos barridos por trabajadores de Comunales, vierten los desperdicios allí. Responsabiliza al sectorial de Transporte del territorio y a Higiene y Epidemiología por no poner orden.
Al primero de esos organismos porque no debiera permitir que los cocheros, que se les subordinan, vayan allí al camino de Polanco a arrojar las heces fecales de sus caballos. Y al segundo, porque pudiera situar allí a un inspector «y usted va a ver que cuando le suenen dos o tres multas bien grandes, ni se asoman más por el lugar», sugiere Armando.
Coches en el ruedo
Le llaman piquera de coches, pero en verdad es la intercepción de dos calles en pésimo estado donde termina o comienza la ruta de coches desde el centro de la ciudad hasta el sur de la urbe, y viceversa. Se trata de la estrecha calle 7 Oeste de la zona Sur-Hospital. El lugar parece ser ideal para la propagación de epidemias.
Una costra verdusca colorea el bordillo de la calle, sin acera y con múltiples agujeros, y despide un polvillo maloliente e insoportable, resultado de la nada despreciable cantidad de heces fecales de los caballos que tiran de los coches. Es particularmente alarmante la cantidad de improvisados puntos de venta que exponen alimentos —algunos no requieren cocción para ingerirlos— a orillas de la calle y de la mugre que la cubre.
Interrogados mientras esperaban para completar la carga, varios cocheros que se niegan a darnos sus nombres, son bastante incisivos al hablar de la problemática de los al parecer necesarios pero molestos medios de transporte que conducen.
Nos exigen demasiado, dice uno. Por ejemplo, tenemos que poner una manta adicional en el aditamento que deben llevar los caballos para que no caigan las heces fecales en la calle, pero con la de abajo es suficiente, comenta uno mientras señala ese último accesorio.
Contrario a lo que plantean autoridades de Servicios Comunales en el municipio de Guantánamo, los cocheros afirman estar autorizados —no precisaron por quién— a botar el estiércol que sacan de los patios de sus casas (ahí en la zona Sur de la ciudad, donde hacen vida las nobles bestias) en el susodicho camino de Polanco, y allí seguirán echándolo.
A la conversación con los cocheros, en plena vía de la calle 7 Oeste entre 8 y 9 Sur, se suma el presidente de ese CDR, quien dice estar muy preocupado pues en su cuadra viven más de 60 niños y 50 ancianos, y las condiciones higiénicas del entorno no son las mejores.
Su nombre es Jorge Alexis Llamos, y afirma «que hay que poner un poco de orden, porque muchos cocheros ponen en peligro la salud de los demás».
Y comunales, ¿qué?
Por estar subordinados al sectorial de Transporte, el subdirector de Comunales declina las respuestas a varias interrogantes acerca de los coches y sus conductores. No obstante, opina que aquella entidad y su cuerpo de inspectores «deben velar porque se cumpla lo establecido en varios decretos que regulan su funcionamiento. Tienen expedidores en las piqueras que deben exigir el empleo de estercoleros adecuados y que no viertan los residuos en las calles. Ellos son los que deben disciplinarlos. Comunales no tiene inspectores que velen y exijan lo normado para esta actividad», recalca.
«También la gente vierte la basura en cualquier lado, la mayoría de las veces por indisciplina. El Consejo Sur-Hospital tiene siete carretoneros y un camión permanente que no deben demorar más de 72 horas en recoger los desechos», asegura el dirigente.
Pero cuando de saneamiento se trata, ¿cómo queda Comunales? Muchos vecinos de Sur-Hospital piensan que le corresponde a esta empresa mucho más que quitarse algunas culpas de encima.
Estanislada Frómeta Pérez, señora de unos 60 años de edad, afirma que ella cuelga la basura en sacos y espera pacientemente la semana y media que demora el carro por pasar: «Los recogedores en carretones no aparecen por esta calle (7 Oeste entre 8 y 9 Sur), cuya suciedad permanente me mantiene con alergia».
«Es necesario barrer y echar agua en esta arteria por donde transitan cientos de coches, y que la fumigación de los trabajadores de la Campaña sea como la de esta semana, que eliminó cucarachas y cuantos insectos había en las viviendas, algo que en múltiples ocasiones no ocurre», insiste Estanislada.
Según la información de Rodolfo Sánchez Suárez, en la zona Sur se requieren 16 carretoneros, pues mientras en el Norte y Centro de la ciudad se producen entre 30 y 60 metros cúbicos diarios de desechos, el Consejo Popular Sur-Isleta genera unos 200 metros cúbicos en una jornada y Sur–Hospital de cien a 120 metros cúbicos.
Entre estas realidades vive el mosquito, alimentado en el dilema de lo que me toca a mí, a ti o a las instituciones que, al igual que Comunales, seguramente se sumarán al debate.