Viven en otra dimensión. Como el personaje de Ulises XXI, el animado visto en Cuba, van «caminando por las galaxias» en un escapista recorrido mental cuya energía motora es la enajenación.
Están aquí, junto a nosotros, conexos y colindantes, mas solo en la presencia física. De veras sus cerebros gravitan atraídos por un big bang alienante de cósmica insipidez.
En la mano una revista ¡Hola! con el último chisme rosa de cierta vieja duquesa cogida en tres y dos; en el DVD puesto algún show quimérico de cualquier cadena televisiva mexicana o latina de Estados Unidos; en el correo un mensaje informándoles que Britney tiene nuevo novio...
Enemigos del mínimo signo entorpecedor del marasmo borreguil de su rutina, escuchar o leer una información de corte nacional sobre las movilizaciones hacia trabajos voluntarios, los planes de ahorro ante la crisis o algo así, sería un atentado contra su mansa calma.
Pero no podemos conformarnos con conocer de su existencia, debilidades, y punto. Creo que es deber de todos tenderles puentes, con el fin de sumarlos a una causa colectiva, que en el segundo que corre tiene en el abrazo estrecho de la unidad y el trabajo, la luz verde del semáforo a la supervivencia.
El país lo requiere, pues está abocado a una coyuntura económica en la cual no puede darse el lujo de prescindir de nadie.
El egoísmo personal, el gesto facilista y dañino del autoexcluido, no pueden interponerse en la cristalización conceptual y práctica de la expresión cotidiana de esos dos principios, primordiales hoy día, de unidad y trabajo.
De ellos depende que podamos seguir echando hacia alante, para lograr que Cuba no solo se restañe de la demolición natural que sobre su lomo curtido de percances desembocaron huracanes causantes de pérdidas estimadas en 10 000 millones de dólares, sino también de los efectos a mediano o largo alcance de la crisis.
Mientras sobre los hombros de muchos recaen todas las urgencias y exigencias dimanadas de la dinámica social, laboral, política de la nación, los enajenados y sus parientes peores —los pillos—, constituyen una contraparte.
Y en el caso de estos últimos, sin rendirle cuentas a nadie, sin sentir que sobre sus hombros de eslabones independientes en la sombra recae obligación alguna, al tiempo que otros deben aportar socialmente lo que ellos restan.
Es un momento clave para subsanar tales deformaciones; de eso están claros los cubanos, y de que el asunto no deberá limitarse a contextos determinados, sino ser pelea continuada.
Por los mecanismos establecidos aunque a veces no tensados, unido al diálogo, la invitación, la proposición, y sobre todo el cierre a brechas económico-sociales que permiten estilos de vida semejantes, es tiempo ya de llamar a la concreta a quien hasta hoy permaneció en el limbo.