SANTIAGO DE CUBA.— «Esta es mi primera vez; mi padre ha sido la mayor inspiración, el modelo que he tenido para decidirme a dar este importante paso, y lo hago conciente de que con mi aporte pueden salvarse muchas vidas».
En el rostro de Jorge Luis Montoya se mezclan el sobresalto y la resolución. Tiene 21 años y su gesto, tal vez inusual en otro sitio, es en su zona de residencia tan común como la colada de café o las labores forestales que constituyen el principal sustento de la comunidad serrana de El Sapo, en la misma base de la abrupta carretera de la Gran Piedra.
El joven Montoya solo repite lo que ha visto desde pequeño en su hogar. Su padre, Jorge Montoya Correoso, ofrece desde el ejemplo cotidianas lecciones de humanismo. En más de cinco décadas de existencia, acumula 103 donaciones de sangre. «Ya no me duelen los pinchazos —confiesa— lo que sí me dolería es que se perdiera una vida por falta de sangre».
Mas el altruismo de los Montoya no es único. Su zona de los CDR, la 611, del Consejo Popular de Siboney, con más de 400 habitantes y 350 cederistas, ha sido durante diez años referente nacional por la cantidad de donaciones de sangre logradas.
En El Sapo, los retos de los CDR para sumar voluntariamente a la población cubana en el acto aún insuficiente de donar sangre, se materializan por obra de la conciencia y el compromiso. Allí una de cada tres personas es donante, la mayoría jóvenes menores de 30 años; todos los ejecutivos de las estructuras de la Zona tienen la condición de promotores y una docena de los donantes lo ha hecho más de cien veces.
Son 88 las personas aptas para ofrecer regularmente su sangre en la zona y el compromiso de la comunidad es llegar a cien. De esta manera piensan materializar el propósito de alcanzar 300 donaciones de sangre durante 2009.
Tales cifras, que ubican a esta barriada entre la realeza de este movimiento en el país, la convierten también en la zona cederista más destacada de la Ciudad Heroína y una de las que más donaciones aportó en el empeño no materializado de la provincia de Santiago de Cuba de conseguir 38 000 donaciones durante 2008.
Fiesta por la vidaLas excelentes relaciones de la Zona cederista con las instituciones de salud es clave en los éxitos, explica Jorge Montoya, el coordinador. En busca de las razones que sustentan el milagro de la sangre en El Sapo, este diario se fue hasta ese pintoresco paraje del Oriente cubano.
Una enorme piedra, remedo pétreo de la figura de un enorme sapo, y la sonrisa noble y entusiasta de sus pobladores, nos abrió paso.
Cuando a las 8:00 de la mañana la unidad móvil de extracción del Banco de Sangre provincial Renato Guitart, con su carga de vendas, jeringuillas y bolsas llegó hasta el llamado Kilómetro Uno, la calle Felipe Ahuar, de la barriada, era ya un hervidero.
Compareció todo aquel al que el trabajo, las condiciones de salud y el tiempo entre una donación y otra (tres meses para los hombres y cuatro para las mujeres) se lo permitieron.
Cualquier susto o dolor cedió entonces paso a la alegría, y el día nació acompañado de buena música, mesas cubanas con variedades de platos tradicionales, decorados con frutas y vegetales, buen café y el siempre presente juego de dominó, que convirtieron la jornada en una verdadera fiesta.
Festejos como este, dicen los vecinos, se repiten al menos dos veces o más al año. Es el momento de la consumación de la tradición de las familias de la zona de colaborar con el país y el Ministerio de Salud Pública en el empeño de satisfacer la demanda industrial y hospitalaria de componentes sanguíneos.
Jorge Montoya, el coordinador durante 25 años, explica: «Desde los años 80 decidimos declarar nuestra zona como centenaria en las donaciones. Para incentivar, motivar y educar a los jóvenes, creamos y mantenemos el Destacamento Juvenil, dirigido a orientar sistemáticamente a los habitantes de entre 18 y 35 años de edad sobre la necesidad e importancia de donar».
«Si logramos que el joven le pierda el miedo a la aguja, conciente de la importancia de dar su sangre, después que done una vez, si está en condiciones, vuelve». Así enfoca el tema José A. Ramos, representante del frente de Economía y Servicios en la zona.
«A la par del trabajo con la juventud estimulamos moralmente a los cederistas que más aportan a esta generosa tarea y reconocemos a los hogares más destacados declarándolos como familias promotoras a los diferentes niveles: municipal, provincial y nacional».
Este perenne empeño, advierten dirigentes cederistas, visitantes y vecinos, está envuelto en el sostenido quehacer de las estructuras de la organización de masas, que se extiende a otros frentes como la vigilancia, recogida de materias primas, creación de patios para la agricultura urbana y la excelente promoción de salud.
La zona 611 de El Sapo es también integral en el funcionamiento del trabajo cederista, y eso hace que el poder de convocatoria de la organización sea alto.
Las claves del éxito las devela Jorge Montoya: «Aquí todas las organizaciones de la comunidad trabajan unidas y los resultados se evalúan en colectivo... Así cualquier actividad se realiza y todo el mundo aporta: el cafecito, el plato... y también la decisión de donar sangre».
Costumbre que se renuevaCuando José Manuel Barrientos cumplió los 18 años, allá por el año 80 del siglo pasado, su madre los cogió del brazo a él y a su hermana, los llevó hasta un Banco de sangre móvil en La Punta, y los instó a donar su sangre. Desde entonces aquel acto se ha convertido para él en generosa costumbre, que hoy le lleva por la donación 104 y lo ubica como referente para los jóvenes.
Cuando en Cuba la mayoría de los donantes son adultos y en la provincia santiaguera la edad promedio de los que optan por esta decisión se ubica entre los 40 y 50 años, en El Sapo, debido al ejemplo y la tradición, se garantiza la continuidad de tan humana actitud.
Con los bríos de los 18 años, Arianna Padilla Ferrer, estudiante de preuniversitario, debuta en la entrega de su sangre. «Esperaba cumplir la mayoría de edad para seguir la práctica de formar parte de los donantes de mi familia», dice, ilustrando que en la comunidad mujeres y hombres se disputan por igual el protagonismo en esta tarea.
Yurisleydis Tamayo, de 23 años, lo reafirma. «Hace unos años tuve que ser operada de urgencia y en el hospital necesité seis donaciones de sangre; nadie me las pidió... De manera que si allí hubo para mí, considero correcto que hoy yo done para otros», sostiene mientras extiende por sexta vez su brazo y arruga el rostro ante el pinchazo.
Con las mismas ansias de ayudar, Rodolfo Elba, residente en El Carpintero, ha interrumpido el día de descanso, que dada su labor de custodio le corresponde, para recorrer los dos kilómetros que distan desde su casa hasta el Kilómetro Uno y donar: «Esta es como mi donación número 22, y estoy decidido a seguir dando mi sangre para todo el que la necesite».
En sus palabras, y en las de otros veintiañeros como ellos, está la confirmación de que entre los bajos y alturas de El Sapo seguirá vivo el acto noble y voluntario de donar sangre, pues los jóvenes habitantes de la comunidad también han encontrado en ese gesto una manera de compartir la vida.
Tras cada donación...
«Con cada donación de sangre pueden salvarse aproximadamente cuatro vidas humanas», explicó a JR Germán Fong, licenciado en Tecnología de la Salud.
«Luego de realizarse la donación, la sangre pasa por un largo proceso. De sus componentes se extraen los glóbulos rojos empleados con frecuencia en las transfusiones de sangre; el plasma fresco, que resulta de mucho beneficio para personas que han sufrido quemaduras y necesitan de este componente, las plaquetas y los crioprecipitados.
La cantidad de sangre que se extrae a una persona durante la donación representa el 10 por ciento de la que posee el organismo, cantidad que no interfiere en su funcionamiento normal y se recupera tres o cuatro meses después del acto, según el sexo.
Todos los componentes de la sangre se utilizan en la hemoterapia, en la industria farmacéutica y en la fabricación de vacunas y medicamentos. Diariamente la sangre es imprescindible en operaciones quirúrgicas, transplante de órganos, experimentos y tratamientos de diferentes patologías.
A partir del plasma, en la Planta de Hemoderivados de Ciudad de La Habana se producen vacunas como la Antihepatitis B y la Antitetánica, y medicamentos como el Interferón, de gran utilidad en las terapias a pacientes portadores del VIH.