El proyecto de 1959 realizó en la tierra cubana gran parte del enorme ideal humanista: ciudadanía universal, soberanía popular y justicia social... El triunfo de enero no fue un punto de llegada, sino una partida, que supone una permanente capacidad de repensar la Revolución. A esa conclusión arriban jóvenes historiadores que accedieron a participar de un sondeo de este diario
A las puertas del aniversario 50 de la Revolución, repensar su legado histórico para las actuales y futuras generaciones, para el interior y el exterior de Cuba, e incluso para la teoría socialista a nivel mundial, es casi una tarea obligada como tributo a esta.
Y es que como dijera uno de los jóvenes pensadores convocados por JR a reflexionar sobre este tema, «50 años es tiempo suficiente para reconstruir un pasado, evaluarlo, repasarlo, máxime cuando el proceso centro de reflexiones refiere a uno de los más importantes intentos emancipadores de la historia reciente».
La Revolución Cubana, esa cuyo sueño y utopía constante ha sido tratar de cumplir, con aciertos y errores, la máxima martiana de «Con todos y para el bien de todos», se repiensa cada día, desde las oficinas hasta en la mesa cotidiana de cada hogar, o en los debates de intelectuales jóvenes y comprometidos con un proceso en el cual nacieron y del cual se sienten parte.
Se debate también en cada médico cubano que atiende a un enfermo en algún rincón no ya tan oscuro del planeta, o en quienes enseñan a leer y escribir en medio de la selva, pues como dijera uno de los entrevistados, a la Revolución también se le debe «la internacionalización del nombre de Cuba, con sustancial reconocimiento moral, pues asumió la libertad de los oprimidos de otras partes del mundo como condición de su propia libertad».
Bajo ese precepto de repensarnos y recoger desde diferentes puntos de vista el legado dejado por el proceso revolucionario cubano, convocamos a varios jóvenes historiadores cubanos bajo la interrogante de responder, desde el punto de vista del análisis de la ciencia que dominan, ¿qué ha aportado y qué precisa el socialismo cubano para seguir conduciendo hacia el futuro el proyecto de justicia social e independencia nacional, enarbolado por las sucesivas generaciones de revolucionarios?
Pan con dignidad«En 1959, la Revolución Cubana trajo al mundo un bello ejemplar de socialismo utópico», asegura el profesor Julio César Guanche, quien actualmente se desempeña como asesor de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
Para este joven pensador, con el triunfo del proceso revolucionario, «los cubanos se enfrentaron a las leyes de bronce de la cultura política del momento: “sin azúcar no hay país”; “aquí se puede hacer una revolución sin el ejército o con el ejército pero nunca contra el ejército”, “la política es la segunda zafra del país”, “nada se puede hacer en Cuba sin el reconocimiento de los Estados Unidos”, entre otras muchas ideas firmantes del status quo: la economía monoproductora, la corrupción de la política a manos de las armas y del dinero y la subordinación nacional a los Estados Unidos».
Según su visión, el triunfo revolucionario «venció esas distopías y distribuyó entre millones de seres el capital de la vida: pan y dignidad. La Revolución tradujo la política al habla popular: la de sujetos crecidos en cantidad y cualidades a la vida».
Pero no solo fue este su aporte, sino que también, como hecho histórico, la Revolución Cubana tuvo «la osadía de plantearse la construcción del socialismo en las condiciones y entorno cubanos, y vinculado a ello, su capacidad de demostrar que es posible intentar un ordenamiento social con explícito carácter anticapitalista frente a las puertas del epicentro capitalista mundial, y enfrentando su arrogancia manifiesta en todo momento contra tal intento», explicó a JR el también historiador e investigador del Centro Martin Luther King, Ariel Dacal.
Eso fue posible —sostiene— «porque el socialismo cubano se enraizó en la dignificación de los oprimidos, los excluidos, los vilipendiados, porque los despertó a la conciencia pública colectiva y obró un colosal cambio social que cubre desde la instrucción y la educación del pueblo, la inclusión de sectores preteridos como las mujeres y los negros, la atención de las condiciones de salud de millones de personas, determinadas nociones de participación social, hasta la internacionalización del nombre de Cuba, con sustancial reconocimiento moral, pues asumió la libertad de los oprimidos de otras partes del mundo como condición de su propia libertad».
Algo similar sostiene el profesor de Ciencias Sociales, Armando Chaguaceda, para quien «la Revolución de 1959, a la vez símbolo y proceso, ha aportado nociones amplias de dignidad nacional, impensables en el Caribe neocolonial de la primera mitad del pasado siglo».
El también docente del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, ejemplifica su tesis con el hecho del significado que tuvieron tanto para adentro como para el exterior las Declaraciones de La Habana, la gallarda postura frente a la expulsión de la OEA, el enfrentamiento a la amenaza de exterminio nuclear en octubre de 1962, la actuación de los marinos del Hermann en 1990 o el heroísmo cotidiano del período especial.
Incluso, dice, eso explicaría por qué a pesar de que se cayó la URSS, «Cuba no se rindió al “efecto dominó”, ni sucumbió ante el mito del “estado mínimo”; perdimos créditos y comercio, el valor real del salario cayó estrepitosamente, pero no se desamparó a nadie».
Y señala además como enorme aporte del proceso haber enseñado que es posible intentar un desarrollo humano no anclado en exclusiva a crecimientos económicos, y practicar antiimperialismos e internacionalismos consecuentes, no reducibles a mera razón de estado. Son ejemplo de ello —explica— el apoyo a procesos populares y de liberación nacional en Argelia (desde el mismo 1959), Angola y la derrota del apartheid (desde 1975 a 1991), Nicaragua y su Revolución sandinista, y más recientemente las misiones humanitarias en Timor del Este, Venezuela y Paquistán».
Por su parte, el profesor de Historia y Cultura Cubana de la Universidad de La Habana, Antonio Pitaluga, considera que «el socialismo cubano es el fruto más definitorio de la Revolución».
Agrega, además, que es preciso denominarlo así, socialismo cubano, porque fue creado en y por una Revolución que rompió desde el 59 con los focos productores internacionales de la hegemonía capitalista para asumir el triunfo de enero no como un punto de llegada, sino como un punto de partida.
«La originalidad de nuestro socialismo también radica en haber interpretado y asimilado una cultura de inclusiones sociales planteada por José Martí desde el siglo XIX, reasumida y enriquecida por la vanguardia revolucionaria de los años 30 del siglo XX, con una producción artística muy notable que llegó hasta el triunfo del 59», sostiene.
Diosnara Ortega González, socióloga e investigadora del Centro Juan Marinello, asegura que uno de los logros fundamentales de la Revolución fue que «potenció la base del proyecto de transición socialista: el poder del pueblo. La unidad social que generaron las circunstancias de los primeros años de la Revolución, y el poder con que contó en parte esa unidad, fue una ganancia para la construcción de un proyecto participativo, inclusivo, de justicia social, que pretendiese alcanzar la soberanía nacional al tiempo que la individual».
Mientras, el profesor de Derecho en la municipalización, Julio Fernández, cree que el socialismo cubano ha sido original, aunque haya tenido errores.
El Socialismo cubano aportó, sin embargo, una autoctonía a la hora de relacionarse con las líneas políticas de la URSS... un latinoamericanismo imposible de encontrar en Europa del Este.
E igualmente recuerda que «el “socialismo” de Cuba se ha desarrollado en el contexto del Tercer Mundo, demostrando las potencialidades de los pueblos humildes para la lucha por la libertad. A la vez se ha tenido que sobreponer ante los lastres del sentido común burgués, que ha campeado en Cuba por más de un siglo y que se obstina en permanecer entre nosotros, con su fresca cara globalizada».
También explica que el socialismo cubano ha luchado contra la pobreza, contra el capitalismo, contra el imperialismo y sus peores modales —guerra y terrorismo—, contra el inmovilismo de la burocracia estatal, contra la incultura política, contra el oportunismo de los supuestos extremistas, contra la contrarevolución interna y la agresividad externa.
«Ha sido original porque nació como hijo privilegiado de un proceso revolucionario nacional y popular, que transformó, desde el mismo fervor de las primeras luces de la Revolución triunfante, las reformas democráticas propias del nacionalismo de corte social acumuladas durante toda la República Neocolonial, en postulados del socialismo científico, marxista y leninista».
Reconquistarnos a nosotros mismosNo solo de cara al pasado, sino también hacia el futuro miran quienes hoy buscan en las raíces y el accionar diario de la Revolución referentes para continuar su rumbo, y sortear, como lo ha hecho durante estos 50 años, los enemigos de afuera y de adentro que siempre han querido destruirla.
A eso se refiere la socióloga Diosnara Ortega, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, cuando se refiere a que el proyecto de transición socialista, sus «saltos y retrocesos», han estado influidos tanto por las condiciones del medio externo en el que se intenta producir este modo social de existencia, como por sus luchas internas.
¿Cómo luchar contra la cultura del utilitarismo, contra la naturalización del consumo capitalista?, se pregunta, y afirma que ante esas y otras disyuntivas, la Revolución Cubana ha intentado intensificar estas luchas, sobre todo desde sus políticas, lo cual ha sido un paso de avance, pero sobre todo a nivel institucional.
En ese sentido, asegura que por eso uno de los retos permanentes de la Revolución es llevar a cabo un profundo proceso de descolonización cultural, para lo cual es preciso —afirma— «el ejercicio de un pensamiento crítico colectivo».
A ello puede ayudar mucho, afirma el investigador Ariel Dacal, discutir qué entendemos por socialismo y cómo lograr que este sea más efectivo en la búsqueda de una alternativa anticapitalista, lo que significa toda la justicia social posible.
Sostiene que el debate en clave socialista implica, de modo imprescindible, analizar las modificaciones de manera integral e integradora, pues los debates hoy tienen que ser políticos y no administrativos, de reflexión colectiva.
Julio César Guanche, desde su punto de vista, refiere que «el proyecto de 1959 realizó en la tierra cubana gran parte del enorme ideal de Rousseau: ciudadanía universal, soberanía popular y justicia social... Cincuenta años después redescubre que una Revolución no es una meta en sí misma, que todo lo conquistado ha de ser reconquistado, que renovarse es la única manera de continuar».
Foto: Roberto Meriño Para él, en 2009, es preciso defender un socialismo renovado, «nacido de las voces de nuestros mayores y de sus historias de vida, y de nuestras propias voces y biografías.
«Porque queremos el comunismo lo reencontramos como el proyecto más desmesurado de afirmación de la libertad humana jamás concebido... Pero también viceversa: porque queremos inventar y afirmar la forma en que queremos vivir es que defendemos el socialismo y el comunismo para Cuba.
«Porque somos diferentes, porque la diversidad es nuestro patrimonio, porque no queremos mentir, porque queremos comer y pensar, porque queremos vivir según nuestros ideales, porque defendemos el radicalismo de nuestra individualidad, y sabemos que ella se hace plena solo en lo social, porque queremos vivir con los otros, por todo ello, defendemos el socialismo y el comunismo, argumenta.
Suponer que la Revolución asociada con otro modelo social alternativo de corte capitalista hubiese permitido la justicia social y la soberanía es algo ilusorio», afirma el profesor Antonio Pitaluga, quien sostiene que aún son muchos los retos para el proyecto socialista cubano y en esencia a los que se enfrenta la Revolución.
Superar tanto los viejos como los nuevos desafíos, dice, dependerá de las «capacidades de autogeneración cultural —sustentadas en el legado del marxismo crítico— de la gestión de innovación interna y de la búsqueda de mejores caminos para perfeccionar esa justicia e independencia alcanzadas... De eso dependerá, en buena medida, su continuidad como proyecto nacional donde los jóvenes son y serán los atlantes que cargan una época aún en construcción: el socialismo».
Para ello, según Armando Chaguaceda, hay reservas profundas, y «podemos apoyarnos en cultura y valores progresistas forjados en 200 años de identidad cubana».
Pensarnos socialistamente de cara al futuro —afirma— es conectarse en las demandas plurales de nuestros jóvenes y mayores, sin dejar de mirar a una América Latina «a la zurda», donde casi 30 años de desastre neoliberal parieron nuevos movimientos sociales antimercantiles y antiautoritarios, participativos, unidos en diversidad, superadores de nuestra cultura política del siglo XX.
«Todo ello tiene mucho que enseñarnos de lo viejo superable y lo hermoso a defender en nuestra patria», enfatiza.
Mientras que Julio Fernández reflexiona que, si «hemos aportado la belleza de un pueblo entero, de mujeres y hombres hechos a sangre y fuego, a bloqueo y milicia, a escasez de cosas y abundancia de prudencia y fe en la justicia ganada; necesitamos, sin embargo, que el ejemplo del Che se haga presente.
El socialismo es más que una barricada de combatientes firmes; debe ser la búsqueda de la felicidad en justicia, sin capitalismo, sin discriminación, sin pobreza, sin guerra, sin desigualdad, reafirma.
Y Diosnara concluye que la Revolución ha sido osada, pero debe serlo todavía más. «Su osadía debe mezclarse con la confianza, con la belleza del otro que tendrá que ser nuestra. Saber sumar, saber amar, saber compartir, saber dialogar... todo esto ha aprendido nuestro proyecto socialista y todo esto tendrá que seguir aprendiendo».