Tal vez a las tres de la tarde del 25 de julio de 1515, entre las azules montañas del macizo de la Sierra Maestra, y la desembocadura de las aguas del río Parada, la tierra tembló.
De haber ocurrido así, bien valdría la pena. Por aquellos días de 1515, quién sabe si de un apretado abrazo en el que el mar sedujo a la montaña, nacía la villa de Santiago de Cuba.
Hoy, a punto de cumplir 493 años, la segunda ciudad en importancia de Cuba figura como uno de los núcleos poblacionales más antiguos de la isla caribeña. Su historia se ha fijado al oeste de una profunda y protegida bahía de bolsa donde moraba, peregrina y pacífica, una comunidad de indios perteneciente al cacicazgo de Bayatiquirí y que nombraba Cuba a la zona en que habitaba.
Según diversas investigaciones históricas, el 18 de junio de 1515 llegó a estos predios el adelantado Diego Velázquez Cuellar, colonizador español y luego primer Capitán General de la Isla, al frente de un grupo de ambiciosos conquistadores, para fundar la séptima y última de las villas cubanas.
La ciudad de Santiago de Cuba En honor al Santo Patrón de su majestad le nombraron Santiago. Pero, cual símbolo de esa rebeldía que hasta hoy la acompaña, el Cuba persistió hasta convertirse en apellido de la futura ciudad y en el nombre del país.
Casi desde sus orígenes la historia de la Isla y del Caribe pasó por Santiago. Fue pueblo principal y lugar de residencia del gobernador hasta 1589 en que la capital se trasladó hacia La Habana; tal jerarquía propició que en fecha tan temprana como 1522 se le concediera la sede del obispado y a la vez el título de ciudad.
Hernán Cortés, el mismo colonizador que exterminó al imperio azteca, sería el primer alcalde santiaguero. La posición geográfica como ventana al Caribe y la condición de ciudad puerto le asignarían un importante rol en los planes españoles de conquistar tierra firme, y en el futuro de la región.
De su rada zarparon expediciones con tales propósitos, capitaneadas por nombres como Juan de Grijalva, Hernán Cortés, Pánfilo de Narváez y Hernando de Soto. Los primeros esclavos africanos que se introdujeron en Cuba entraron por puerto santiaguero en 1521. Los franceses que huyeron de Haití en los días de la revolución de ese país buscaron refugio en esta parte del mundo.
Crisol de cultura, suma de encuentros y desencuentros, el mestizaje es aquí más abierto que en el resto del archipiélago cubano y las influencias se reconocen en su andar actual.
Raíces negras tienen su música y sus carnavales —famosos en Cuba y el mundo—, también muchas de las religiones populares. De los catalanes les viene su tradición coral, y de España la arquitectura con acento morisco, las comidas muy condimentadas, y la lengua, que acusa variantes léxicas únicas.
Cual la misma arquitectura que se adaptó a un relieve complejo y creció en forma de anillos concéntricos para hoy simular un anfiteatro visto desde el mar, a Santiago le son naturales la voluntad y el trabajo.
Qué valor tendrían los quintales de café extraídos de sus serranías, los planes productivos en sus industrias, sus logros comerciales y científicos, el inmenso proceso de rehabilitación de miles de sus lugares, que hoy vive, sin el ser consecuentes con aquel ayer.
Santiago es ciudad historia. No hay rincón o piedra suya que no haya sentido el paso de un héroe o asistido a batallas en favor del porvenir. Aquí nacieron 29 generales de las guerras independentistas del siglo XIX, entre ellos Antonio Maceo; en su cementerio de Santa Ifigenia reposan los restos del Héroe Nacional cubano, José Martí; en sus calles, el 26 de julio de 1953, Fidel, al frente de un grupo de jóvenes, atacó el cuartel Moncada y escribió la primera página de la lucha que llevaría al triunfo de 1959.
Sin los capítulos aportados por Santiago, difícil sería contar la historia de Cuba, sin los movimientos obreros contra cualquier tiranía, la lucha insurreccional de todo un pueblo, la alta cuota de vidas jóvenes que ofrendó en el camino de la libertad... Por eso es la única ciudad que tiene en su haber el título de Ciudad Heroína de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo.
Nadie que haya caminado sus calles y palpado su folclor, puede sustraerse del hecho de que Santiago es una ciudad sonante. Distante 944 kilómetros de la capital ofrece una vida diseñada a la medida de su intenso sol.
El santiaguero, jovial y dispuesto, vive hacia fuera, habla alto y ríe con toda su risa. A cualquier hora del día o de la noche un hombre acompañado de una guitarra dice sus sueños al viento, y otro, pone a bailar a los transeúntes con un tambor; los más, prefieren mover las fichas del dominó en la esquina, desnudar con la vista a una mujer, paladear un largo trago de ron, sentirse santiagueros mientras arrollan hasta el éxtasis arrastrados por el sonido de una corneta china...
Muralla del futuroEl fornido y musculoso torso del joven destila sudor. A pesar del intenso sol sus manos se mueven sin descanso. Un ladrillo aquí, un retoque allá... no puede evitar que la poesía del ayer, emanada del edificio que él mismo contribuye a rehabilitar, lo cubra con su manto prodigioso.
Desde el balcón de enfrente consigue evocar el lamento de la dama española clamando por su amante, lanzado a la mar en pos de la conquista de nuevos puertos para la colonia. En las cercanías de la bahía, revive el ir y venir de los aborígenes del cacicazgo de Bayatiquirí y la nobleza de sus días.
«¿Haría tanto calor en aquel Santiago de colonos franceses, arrestos haitianos, comercio y esclavos...?». Todo lo que conoce de la historia cuatricentenaria de este lado cubano desfila, con sus valles y montañas, ante los ojos del muchacho, al mismo tiempo que sus manos apuestan ahora por la transformación y reanimación de su entorno.
Sin embargo, la pasión de este joven por el devenir no es única. Se multiplica entre santiagueros de todas las edades, que sin ser historiadores o grandes estudiosos, defienden el andar de la capital del Caribe, orgullosos de su pasado, pendientes del rescate y conservación de sus valores para el futuro.
Monumento de conjuntoQuizá la mejor confirmación de ese empeño de los locales por la defensa de los valores de esta ciudad intranquila, de pocas siestas y que este 25 de julio cumplirá 493 años de fundada, sea el reconocido aquí como Proyecto Centro.
También denominado como Plan Maestro de revitalización del casco histórico y Plan especial, el novedoso proyecto iniciado en agosto del 2006 junta esfuerzos para la reanimación urbanística, conservación y restauración de los valores históricos y patrimoniales de la añeja urbe oriental.
El propósito es juntar, unir a expertos en restauración y especialistas, empresas constructoras y no constructoras y a toda la población residente, en torno al propósito de mejorar la imagen y funcionamiento del centro de Santiago, elevar la calidad de vida de los habitantes de este entorno, cualificar el espacio público, para propiciar el comercio, los servicios... la recreación y jerarquizar la diversidad y autenticidad de la cultura local.
Desde la Plaza de Marte hasta la Avenida Jesús Menéndez, más conocida como La Alameda, desde San Francisco hasta la calle Heredia, con la asesoría y dirección técnica de la Oficina del Conservador de la Ciudad, en una primera etapa más de un centenar de empresas unidas al pueblo trabajan hoy o han trabajado en estos dos últimos años para el acondicionamiento de más de 900 edificios, entre estos unos 1 600 domicilios con estados constructivos diversos, el rescate de comercios, la revitalización de áreas, tramos, exteriores...
A casi dos años de su puesta en práctica, el soplo oxigenador del Proyecto Centro recorre tiendas y centros de recreación de la emblemática Enramada, se nota en los bríos renovados de calles, inmuebles y hogares.
Sin que todo se haya logrado, más de 200 viviendas que vieron beneficiadas sus fachadas abren sus puertas al quehacer intenso que favorezca sus interiores.
Manos del presente hacen realidad la transformación económica, funcional y estética de ese conjunto histórico urbano.
Otros significados adquiere esa frase muchas veces defendida por el arquitecto Omar López, Premio Nacional de Arquitectura y un hombre que vive y respira por su ciudad: «Santiago de Cuba no es un conjunto de monumentos, sino un monumento de conjunto».