Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Cuántos jóvenes lograrán leer este artículo?

Aún estamos lejos de su alcance, arrojó una indagación periodística de JR. Mecanismos pensados para acceder a su periódico resultan muchas veces ineficaces

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El pueblo cubano, tan dado a hacer chistes de lo serio, resume en jocosa expresión las «funciones» que adjudica a dos de sus diarios nacionales: «Granma da la noticia y Juventud Rebelde la explica».

Pero como explicar es desmenuzar verdades y encontrar lo insólito mientras se da relieve a lo común, tal chiste resulta todo un reto para quienes, desde esta redacción, intentamos atrapar ese equilibrio que se respira entre lo sublime y lo inconcluso de nuestra sociedad.

El mejor premio a eso es que la gente hable en la calle de lo humano y lo divino poniéndole como sello de garantía el hecho de que «salió en JR».

Sin embargo, las alas del corazón se nos quiebran cuando nos encontramos con adolescentes y jóvenes de todo el país cuya expresión de estupor dice que el diario no forma parte aún de sus vidas.

Las causas de esta paradoja son muy variadas: desde fenómenos globales que caracterizan la recepción de mensajes para la juventud hasta imperdonables laberintos de la burocracia y de la urgencia cotidiana.

Mundialmente, la edad promedio de quienes leen prensa supera los 42 años, excepto en Internet, donde se visitan cerca de un millón de periódicos y revistas, y el promedio baja a 32.

También en Cuba la opción digital gana adeptos. El sitio de JR recibe alrededor de 3 000 impactos cada 24 horas, muchos de ellos desde las universidades y los Joven Club, pero aún predominan los lectores de la versión impresa, que sale con 200 000 ejemplares de martes a sábado y 250 000 el domingo.

Para sorpresa nuestra, fueron muchas las personas encuestadas en estos meses que se «desayunaron con la noticia» de que JR había vuelto a ser diario desde 1999, como la trabajadora cienfueguera Anay López, de 21 años.

En los primeros estudios de recepción, la edad promedio de quienes nos daban caza superaba los 35 años, pero la encuesta publicada en el 2005, arrojó que habíamos logrado bajar ese promedio.

Y si no nos leen más, dicen los jóvenes, es porque aún estamos lejos de su alcance. Los mecanismos pensados para que accedan a su periódico resultan muchas veces ineficaces, y hasta épicos o contradictorios.

CSI busca a JR

Hasta el pasado curso, Dairon tenía su «mecánica» para agenciarse el Juventud Rebelde: La ventana de su aula en la secundaria agramontina Álvaro Morell daba justo frente al quiosco donde se vende la prensa.

Ahora se queda con las ganas, como dice su coterráneo Norwin Bejerano, del Politécnico Cándido González, quien renunció a leernos para no disgustarse todos los días porque «lo que se forma en el estanquillo es mucho con demasiado».

Así lo ratifica Aurora Oropesa, vendedora por siete años en el punto del Casino Campestre, y muchos otros que cumplen similar función por toda la Isla: «El JR no dura ni 30 minutos en el mostrador. La cola es desde bien temprano, y a esa hora, ¿qué joven puede comprarlo?»

Similar suerte corre nuestra publicación en la sureña ciudad de Cienfuegos. Por lo general la venta en la red de quioscos se realiza temprano —si no hay atrasos en la edición o la impresión—, cuando la juventud está inmersa en sus tareas cotidianas.

Pero las quejas en esta y otras urbes no abarcan solo la baja cantidad o el horario de la venta, sino el hecho de que en las colas predominan las personas de la tercera edad, quienes disponen de más tiempo y constancia para la faena.

Algunos son lectores empedernidos, fieles desde hace muchos años. Razona uno de nuestros lectores que los jubilados de estos tiempos tienen un nivel cultural mayor que décadas atrás y dan gran valor a los diarios, para sí y su familia.

«Lidiar con esos viejitos es difícil», dice Víctor, un estudiante capitalino: «Hay un pacto entre ellos, y hasta presionan al empleado para que los surta, pero como las sedes municipales no reciben la prensa, tengo que “morir quemado” en la cola».

Y es que un grupo significativo de «habituales» compra una docena de ejemplares y luego los revende en lugares estratégicos. Los más osados van incluso a la entrada de centros y residencias estudiantiles sin estanquillo propio, opción que solo tienen algunas universidades.

La santiaguera Mayra Puentes sonríe resignada: «¿Ustedes creen que yo voy a caer en faltas de respeto con esa gente? Espero a que terminen y se los compro a sobreprecio». Lo mismo hacen otros estudiantes.

Con suerte, algunos devienen «clientes fijos» de tales revendedores, al menos para las ediciones de su preferencia, que pagan a un peso, y el dominical, que llega a dos pesos: diez veces su precio oficial.

Según Mario Suárez Naranjo, gerente nacional de la División de Prensa de Correos de Cuba, ellos tratan de vender uno, o a lo sumo dos periódicos por persona, pero cumplir esta norma implica serios dolores de cabeza para sus empleados.

Con cara de pocos amigos mira José Luis, vendedor del estanquillo de un céntrico parque espirituano, a todo el que marque varias veces en la cola. Pero es difícil mantenerlos a raya si piden a otras personas que les compren periódicos, así que se limita a vender sus 200 ejemplares diarios de JR, suspirando por los 500 que le llegaban hace solo tres años.

Y es que cada nueva asignación a centros estatales provoca una reducción en el número de ejemplares que se distribuyen para venta directa en estanquillos, según nos explica Evangelina Quevedo, quien está a cargo del departamento de distribución en nuestra editora. Por tal razón, ni JR ni Correos pueden asignar nuevas cuotas a particulares o estatales.

La tirada no ha crecido significativamente desde el 2000, pero la demanda sí, por lo que la pauta por provincias y puntos de venta se ha redistribuido varias veces para llegar a los jóvenes involucrados en la Batalla de Ideas.

Numerosas personas se quejan de esta reducción. «Los habituales de la cola saben cuál es la cantidad asignada a cada estanquillo, que además está visible. Cada vez que llega menos cantidad es un lío», reclama un vendedor.

«A veces hay faltante por errores, que luego se reponen dentro del mismo mes», contó otro empleado espirituano. «Por eso ustedes ven que no tengo periódicos del día, pero sí de otras ediciones».

Cada mes se distribuyen 4,6 millones de ejemplares de Juventud Rebelde. De ellos 1,2 millones quedan en la capital, 311 000 van hacia La Habana, 306 000 a Camagüey, 374 000 a Santiago de Cuba, 373 000 a Holguín y 320 000 a Villa Clara. El resto de las provincias está por debajo de esas cifras.

La camagüeyana Aurora se lamenta: «Aquí llegan 350 del diario, pero del dominical solo vendemos 100». Ella no sabe lo afortunada que es: la media nacional por estanquillo no rebasa los 50 ejemplares.

En algunas zonas rurales, el per cápita es de 20 habitantes por periódico vendido. En la capital es muchísimo menos. Territorios como la Ciénaga de Zapata reciben 200 ejemplares para 5 000 habitantes, y al municipio holguinero de Calixto García solo llegan 16, según explicó a este diario Eliecer Blanco, vicepresidente primero de la empresa Correos de Cuba.

La red nacional de venta cuenta con 576 puntos, 282 de ellos en la capital. Hacia el resto del país, la mayor parte se ubica en las ciudades cabecera, y solo hay uno o dos puntos como promedio en los restantes municipios, explica Suárez Naranjo.

Y a propósito de estanquillos, ¿adónde fue a parar aquella costumbre de los años 90 de exhibir un periódico abierto tras los cristales para saciar la sed de lectura?

Más, más, más...

Optimista, una alumna del politécnico capitalino Villena Revolución sueña con el instante en que JR llegue a cada casa donde haya jóvenes: «A nosotros nos hace falta en primer lugar».

Imposible complacerla con nuestra tirada actual, de la que apenas una décima parte de las ediciones diarias y un tercio de la dominical se destina a suscripciones particulares.

Ni siquiera se puede satisfacer a los beneficiarios de esta última variante que quisieran recibir además los números de martes a sábado, como originalmente sucedía cuando firmaron sus contratos antes de los años 90.

Fieles lectores, como los capitalinos Ricardo Olbera y Walkiria Cao y la jubilada villaclareña Hortensia, han contactado con nuestra redacción en numerosas oportunidades explorando la posibilidad de suscribirse.

Según Suárez Naranjo, no es el transporte por camiones lo que limita el volumen de los periódicos que recibe hoy la población, como ciertamente sucedía hace algunos años. «Los límites los pone hoy la imprenta, sobre todo por la disponibilidad de papel», precisa.

La empresa transportista Trasval, que posibilita el enlace por carretera con todos los municipios, garantiza que la prensa llegue a las capitales provinciales antes de las ocho de la mañana y antes de las 11 a más del 90 por ciento de las cabeceras municipales. Solo depende de la hora de salida desde los poligráficos ubicados en la capital, Santa Clara y Holguín.

Donde se complica la entrega es en el acceso a los asentamientos rurales. Años atrás, el correo llegaba a través de las líneas de ómnibus locales, que hoy apenas circulan debido a las conocidas dificultades provocadas por el período especial. Actualmente la distribución se apoya en algunos lugares con los carros del pan o de la leche, y en el caso de las escuelas internas, cuando la tienen, en la guagua que traslada cada día a los profesores.

Pero si el periódico se atrasa, no se puede enviar hasta la jornada siguiente. Aún así es muy valioso. De ahí que Correos de Cuba haya elevado hasta 315 el número de puntos abastecidos por vía aérea: diez avionetas del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba (IACC), parten cada día al amanecer para «bombardear» su carga de noticias por los macizos montañosos del Plan Turquino, y también suministran a la Isla de la Juventud, algunos cayos y zonas costeras de difícil acceso.

El costo de esta operación es de 9,2 millones de pesos anuales. Cada mes se reparten por esta vía 160 000 periódicos de todas las editoras, más las cartas y bultos postales, que se dejan caer lo más cerca posible de la tienda rural.

Solo el mal tiempo o alguna falla técnica puede impedir que la prensa llegue temprano a su destino, al punto de que no pocos días en el año el periódico se lee en esos parajes mucho antes que en cualquier barrio de Guanabacoa, en la capital.

En la suela de sus domingos

La polémica de la suscripción a periódicos en nuestro país pasa por un aspecto para nada soslayable: el humilde cartero que deberá entregarlos día a día, como un añadido a toda su labor postal.

Por eso la empresa Pescatun, de Las Tunas, ha pasado varios meses sin noticias de su periódico: el cartero no tiene bicicleta, y como ellos radican fuera de la ciudad, «nadie viene a pie hasta tan lejos», dice Maidelín Mora, secretaria general del comité de base de esa entidad.

A pesar de que no está establecido oficialmente, en casi todo el país la edición de domingo llega con sabor a lunes, tanto a particulares como a clientes estatales, incluidas las instancias de la UJC. Cuando preguntamos por qué sucede esto, la respuesta de Correos de Cuba es que el domingo es «el único día que tienen los carteros para descansar».

«Es inadmisible que por aferrarse a ese hábito la noticia llegue tarde a los lectores que la esperan», opina la enfermera espirituana Zelfa.

Pero Antonio Bermúdez, mensajero de la Zona Postal 6 de la capital, abre grande sus ojos y se rasca la cabeza: «¡Si la gente supiera lo que es el trabajo de cartero! Hay uno solo por cada barrio, ya sea grande o chiquito, y un grupito de mensajeros que apoyamos la distribución cuando ellos faltan o cuando hay que entregar giros, telegramas urgentes, postales de días especiales o el cobro de ETECSA.

«Se exige duodécimo grado y condiciones físicas adecuadas para esta labor, pero muchos estamos sin transporte porque las bicicletas se han ido rompiendo, y las suelas que gastamos nadie las repone».

Como el salario es de 260.00 pesos, cuesta trabajo encontrar personal, sobre todo para la capital y algunos municipios de otras provincias, como Jatibonico, confirma el vicepresidente de Correos.

Suárez Naranjo amplía: La última distribución de bicicletas para los carteros fue a inicios del año pasado. Se han ido deteriorando y no hay un taller donde repararlas. Por eso el Ministerio de la Informática y las Comunicaciones tiene en estudio un grupo de medidas para mejorar las condiciones de trabajo y de vida.

Para colmo, el día que los carteros deciden descansar es cuando menos venta directa está prevista: de un 50 por ciento de la tirada entre semana que se despacha en estanquillos, el domingo se reduce a un 37 por ciento porque aumentan los destinados a particulares.

«Lo que se forma en los estanquillos de la capital ese día no es apto para cardíacos», dice Suárez Naranjo. «Esa es la edición más codiciada. Alguna gente marca desde la madrugada, sobre todo adultos mayores, y se reparten turnos por su cuenta. Nuestros empleados no pueden hacer nada al respecto».

En otras provincias la historia es otra: la mayoría de los estanquillos no abre los domingos. El espirituano José Luis confesaba: «Ese día no vengo porque solo recibo 20 ejemplares, ¿se imaginan qué matazón se formaría por gusto? Prefiero venderlo el lunes junto con el Granma».

Un chofer de ASTRO que escuchaba esta misma explicación de otro vendedor intervino enojado: «¿Y si nos diera por cerrar las rutas de guaguas, las panaderías, los cementerios, los policlínicos, las cafeterías...? Servicio es servicio, y desde siempre ha sido estar a disposición de los demás».

¿Prioridad no entendida?

En el politécnico de Informática Mariana Grajales, de Santiago de Cuba, y en la ESPA de Bayamo, da gusto hablar con sus estudiantes sobre el contenido del periódico. Sugerencias, críticas, relatos simpáticos acerca del uso de los artículos publicados, agradecimientos por la foto del deportista o del actor preferido, por la anécdota histórica que sirvió para un trabajo práctico, por el consejo de sexualidad, por la emoción vivida con un teclazo ocurrente...

En pocas palabras: hay dominio del contenido y sentido de propiedad sobre la publicación, lo cual habla mucho y bien de los mecanismos organizativos en esos centros para que JR llegue a sus estudiantes.

«Aquí el que no lee es porque no quiere, por falta de hábitos adecuados, como dicen nuestros profesores», aseveran alumnos del segundo plantel citado. «No solo nos llega al aula, sino que además está la colección en el centro de información de la escuela».

Sin embargo, en esas provincias, y en otras, numerosos colectivos estudiantiles y laborales no reciben la cantidad de ejemplares pactada con Correos de Cuba, o no les llega a tiempo.

La queja la escuchamos en las visitas del equipo de Corresponsales a colectivos juveniles de Manzanillo, Santa Clara, Matanzas, Pinar del Río, Holguín, Santiago de Cuba y otros territorios, donde —como fue acordado desde hace algunos años en un Congreso de la UJC—, el grueso de nuestra publicación se destina a los centros con mayor concentración de adolescentes y jóvenes para estimular entre ellos el hábito de lectura.

Pero este objetivo no siempre se cumple por falta de fiscalización e interés. A veces el periódico pagado con anticipación se «pierde» en el trayecto desde el punto de recogida hasta los suscriptores estatales, que representan casi el 40 por ciento de la tirada semanal y entre el 18 y 40 por ciento del dominical, según la cifra de cada provincia.

En las palabras de José Wilson, entrenador de Voleibol de la escuela Cerro Pelado, de Camagüey, está el ejemplo: «El JR no llega al comité de base, y si aparece, es con días de atraso. Mis 21 alumnos pocas veces cogen el periódico en sus manos».

Según Yolexis Pérez, estudiante de la enseñanza politécnica en Cienfuegos, en los comités de base se indica leer el periódico, «pero casi nunca es posible, porque se pierden», dice con preocupación.

Estela, funcionaria de la organización juvenil agramontina, sabe que su comité paga el periódico mensualmente y le llega por correo, sin embargo reconoce que en los locales de distrito de la UJC se acumulan los periódicos destinados a comités de base rurales hasta que alguien venga a buscarlos, a veces por todo un mes.

Así lo refieren estudiantes de música de la Escuela de Instructores de Arte Nicolás Guillén, que no reciben el periódico en su aula, al menos diariamente. «Para el debate político casi siempre se busca el de la biblioteca, pero no puede usarse simultáneamente en todos los grupos». ¿A dónde fue a parar el que les pertenece? Tal vez, como otros miles de ejemplares, escapó hacia destinos y usos insospechados para el comité de base. Peor aún: a veces se almacenan en la propia escuela y no se reparten.

Una estudiante de la ESPA camagüeyana nos alerta: «He visto desde el parque cómo el cartero le da el periódico al que está en la puerta. Creo que al primero que no parece interesarle el JR es al comité de base, pues nadie lo reclama ni se da por enterado».

«Falta de prioridad», es la respuesta de Michel Diéguez, dirigente de la UJC en la provincia de Matanzas. «Con los ejemplares que se pierden por descuido en las escuelas internas de Jagüey Grande se pudieran surtir varios estanquillos de otros municipios cercanos».

Paradójicamente, un grupo de encuestados insiste en el insuficiente número de ejemplares que reciben, en tanto otros tienen que esperar el pase para leerlo en casa o prestado por amigos, porque ignoran el destino del que les correspondía en sus centros estudiantiles.

Ellos apuntan hacia lo ineficaz que puede resultar esa forma de distribuir el diario, cuando muchos ni se dan por enterados de una posibilidad que otros «envidian».

En meses de investigación, se nos han hecho familiares ciertas expresiones como: «No hay tiempo para leerlo», «se queda en las manos del jefe», «solo se utiliza en el matutino o para llenar el mural una vez al mes», «¡¿Aquí, en mi centro, se recibe un periódico?!».

Tal es el precio, pagado en tiempo y recursos, de esos eslabones débiles en la cadena de distribución del diario, de políticas sustentadas por cifras que solo tienen en cuenta la cantidad de ejemplares a repartir y no velan por su uso adecuado.

Similar preocupación manifiesta el gerente nacional de la División de Prensa de Correos de Cuba. Muchos comités de base recogen sus periódicos cada cuatro o cinco meses, situación que genera gran inconformidad en los trabajadores postales, quienes ven cómo el producto pierde su vigencia.

Esto pasa con frecuencia, asevera. Sobre todo en aquellas entidades que no tienen transporte propio y Correos no puede asumir tal distribución con su red terciaria, en peor estado técnico.

El cartero del barrio llega hasta las entidades que reciben uno o dos periódicos, pero si son demasiados ejemplares no puede cargarlos, mucho menos si anda a pie. Para la empresa de Correos no hay pérdidas, porque el servicio se cobra por adelantado, pero como esos periódicos llegan al mismo punto que los destinados a la venta, se crea una situación difícil para el empleado del puesto.

Esto se agrava cuando las escuelas están de vacaciones, porque no pueden venderse a la población pues ya están a nombre de esos clientes y no es posible ingresar el dinero doble. Además, el convenio establece el derecho del cliente a que sus ejemplares se reserven por el tiempo que sea.

«En algunas escuelas las administraciones son más serias y vienen a buscarlos de todos modos», nos explica una empleada de Correos en Bayamo. «Supongo que los conserven hasta que se reanuden las clases, como hacen con las ediciones de sábado y domingo».

Es eso lo que sucede en la CUJAE, según comenta la profesora Gilda Mesa. Lo terrible del caso, narra ella, es que muchas veces se quedan en las oficinas y no llegan a su público meta: casi 400 periódicos desperdiciados en un municipio como Marianao, que apenas recibe unos 2 400 ejemplares del diario y poco más de 3 700 del dominical.

Sin embargo, Correos de Cuba permite que sus clientes estén hasta tres meses sin abonar la cuota ni recibir los diarios sin que el cliente pierda el derecho a la suscripción, mecanismo que pudiera facilitar que en julio y agosto no se pague por las escuelas para que esas cantidades se vendan a la población.

Suárez Naranjo alerta además sobre un fenómeno que ha llevado a la UJC a perder muchos contratos, y es que estos se hacían a nombre de quien dirigía la estructura de base, por lo que al darse baja del centro esa persona por cualquier motivo se llevaba la suscripción consigo.

«Aun cuando el mecanismo de contrato es el mismo que se utiliza para los particulares, sugerimos que el convenio sea institucional, a nombre del comité de base o de la sección sindical específica, no de personas», explica el funcionario.

Y por último, nos llama la atención que en los centros estudiantiles el número de grupos cambia cada curso, pero la suscripción se hace a principios de año y no suele variarse hasta diciembre.

Si en septiembre hay más grupos y comités de base, se quedan fuera de la distribución, pero si hay menos, esos ejemplares, ¿sobran?

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