Fernando recuerda que también fue amigo de los tres hijos del escritor: John, el mayor; Patrick, el mediano, y Gregory, el menor. Foto: Calixto N. Llanes «Yo fui su niño-perro. Sí, no piense mal de estas palabras. Así se le llamaba al muchacho que le traía las palomas muertas en el campo de tiro, cuando les disparaba con sus escopetas de cartucho».
A Fernando Silvano Nuez Sánchez le falta una pierna, pero con sus 75 años le sobran memoria, optimismo y sinceridad para contarnos la excepcional experiencia que tuvo junto al Dios de Bronce de la literatura norteamericana: Ernest Hemingway.
«Siento el deber y la necesidad de contar por primera vez a un periódico lo que yo aprendí de Hemingway, cómo lo conocí, la pequeña ayuda que le di y algunas cosas más desconocidas».
Nos interesa el testimonio de Fernando Nuez, porque nos habla aquí del deportista Ernest Miller Hemingway, haciendo caso omiso de la exhortación «¡Dejen al hombre, solo la obra importa!».
Su gran colega y coterráneo William Faulkner dijo de él que «siempre permaneció dentro de los límites de lo que conocía. Y lo hizo en una forma admirable, sin tratar de lograr lo imposible».
Tú serás mi niño-perroY precisamente su vinculación con el niño que fue Fernando Nuez evidencia al escritor como un ser de carne y hueso que moldeaba lo posible de la amistad y la bondad.
«Conocí a “Papa”, a los ocho años en la Carretera Central, en un punto del reparto Diezmero, en La Habana. Yo estaba cazando pajaritos con mi tirapiedras y pequeñas guayabitas verdes como municiones. Él pasaba en un “pisicorre” y al verme mandó al chofer a parar en seco.
«Me vio matar a una palomita rabiche y me dijo en un claro español: “¡A que tú no matas aquella otra que está allí, en aquella rama!”. Le tiré y corrí tanto que la capturé de aire antes de llegar al suelo. Eso le gustó. Se bajó y me dijo algo que no entendí en el momento: “Vamos conmigo, móntate, que voy a hacer prácticas de pichón...”.
«Me monté en su carro. Me explicó que pertenecía al Club de Cazadores del Cerro (CCC) y que iba para el campo de tiro de esa asociación. Eso era frente al terreno de fútbol de Campo Armada cerca del Alí Bar.
«Yo quiero que tú seas el sustituto de mi perro de caza Blackie, que cuando yo mato a un pichón de paloma con un tiro de mis escopetas, corre y me lo trae enseguida, tal como tú hiciste en la carretera. Si quieres, serás mi niño-perro, en el mejor sentido de la palabra», me dijo.
«Le pregunté quién era y, sonriente, me dijo ser un cazador igual que yo, solo que no utilizaba tirapiedras ni guayabitas verdes, sino escopetas de cartuchos y rifles, como en las películas. No comprendí entonces la importancia que él tenía, pero me di cuenta de que no era cubano. Al llegar al campo de tiro, alguien dijo: “¡Ahí llegó el escritor americano Hemingway!”.
«Eso fue el 20 de mayo de 1940. Él pidió 60 pichones. Y dijo que daba cinco dólares de propina por cada uno que se le escapara vivo. Por eso le buscaban los mejores, más fuertes, y más rápidos.
«Claro que me enteré de muchas cosas con el tiempo, pues yo fui uno de los cuatro niños-perro que tuvo el CCC hasta 1944, en que pasé a otras funciones allí.
«Aquella vez de los 60 pichones, mató 59, a pesar de que, como supe después, les cortaban el rabo para que salieran dando vueltas, fuera más difícil tumbarlos y así ganar más propina. Pero entonces solo se le escapó uno.
«Al otro día volví con él allí. Pidió 60 y se le escaparon tres. Tuvo que pagar 15 dólares de propina, pero no era una persona tacaña y le alegraba mucho ayudar a los pobres. Dejé de ser niño-perro de cacería, ya con 12 años, y pasé a operar una de las máquinas que lanzaba los pichones y los platillos, hasta que integré la nómina del campo de tiro del CCC».
Cuenta Fernando, jubilado del INDER, con una vida entera dedicada al tiro, incluso como juez y árbitro internacional en diferentes lides, que varios trabajadores se fueron para Obras Públicas, porque en el CCC se pagaban dos pesos al día y en el otro lugar esa misma cantidad, pero por hora.
«Policarpo, el que cuidaba las armas, le dijo a Hemingway que se buscara otro para eso. “Papa” no quiso llevárselas para Finca Vigía, y me dio la llave a mí, y confió en mi temprana madurez para esa enorme responsabilidad.
«Entonces me explicó: “Fernandito, a partir de hoy cuidarás mis armas. Toma las llaves. Allí es donde se guardan. Pueden usarlas otras personas aquí, si tú lo decides, pero que nadie sepa que son mías. Yo se lo explicaré a los administrativos del campo de tiro”.
Varios moncadistas utilizaron las escopetas del «papa»Fernando Silvano Nuez Sánchez (derecha) en 1970, en La Habana, junto a John W. Hemingway «Bumba», el hijo mayor del autor de El Viejo y el Mar. «Hay algo que nadie sabe. En 1953 en el CCC practicaron tiro distintos jóvenes, sin saber que lo hacían con las escopetas de “Papa”. Yo se las prestaba, pero no sabía en ese tiempo que se preparaban para los históricos asaltos de Santiago y Bayamo. Entre ellos estuvieron Fidel, Abel Santamaría, Pedro Miret, Oscar Alcalde y otros.
«Yo respondía por el préstamo de las armas, y estaba autorizado para utilizar las que yo entendiera. Alguno de esos jóvenes, que después fueron moncadistas, me pidió que no apuntara los nombres de ninguno de ellos si conocía a alguno ni si oía cómo uno le decía al otro. Y así lo hice.
«Las prácticas eran de lunes a viernes. Fidel tiraba con cualquier escopeta, pero yo le daba a él la preferida por Hemingway; la que él llamaba “la yegua”: una calibre 12 de dos cañones que era un trueno. ¡Pero Fidel sabía más de armas que yo y que muchos de los que tiraban allí! Se conformaba con la que yo le diera.
«A esos jóvenes tan callados y sencillos, que conocían mi pobreza de habanero nacido en Matanzas en 1932, yo les daba las escopetas de dos cañones, con uno abajo y otro arriba, las famosas over-under, como me enseñó “Papa”, todas suyas.
«Un día llegó el teniente coronel Blanco Rico, entonces jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), y les preguntó de dónde eran o qué estaban ideando. No se me olvida que Fidel le dijo: “Estamos practicando, porque tenemos que hacer una cacería de torcazas”. Con esa fina ironía se lo quitó de arriba». Cuenta Fernando que «Míster Güey» era un deportista atento y gentil. Y que le gustaban las bromas.
«Muchas veces le oí pronunciar una palabra que él inventó: No solo decía “O.K.”, sino “OK-íssimo”, cuando veía que algo salía bien, porque le gustaban las cosas correctas.
«Yo era uno de los niños que visitaba Finca Vigía, en San Francisco de Paula. Iba con su hijo menor, Gregory, al que le decían “Gigi” o “Wiwi”. El mediano era Patrick, y el mayor John, al que le decían “Bumba”. El primero, según me contaba, nació en 1923. El segundo, en 1928 y el tercero, en 1931, los tres en Norteamérica: el mayor en Toronto, Canadá y los otros dos en Kansas City, Estados Unidos.
«Papa era un tremendo cazador, sin alarde. ¡Qué puntería! Usaba unos espejuelos de aro metálico graduados para controlar su miopía y astigmatismo. Pero se los quitaba para tirar... ¡Y poquitos pichones se escapaban!
«Si te invitaba a cazar, tenía que ser con sus escopetas y sus cartuchos. Y si era a pescar en su yate Pilar, al que fui dos veces, le brindaba al invitado su propia silla de pescador. En cuanto a la cacería, su estilo de tirar con la escopeta nos daba risa, no de burla, sino por lo curioso de la postura que asumía. Por la forma en que él cogía el arma y porque ante cada pichón, se agachaba, hacía un movimiento con las piernas, como en cuclillas y después era que pedía el pájaro. Entonces había cinco máquinas de tirar palomas.
«Era un hombrón sonriente y bonachón, de ojos amistosos y pensativos, muy fuerte, muy saludable y muy sincero. Humilde con los pobres, no obstante su fama. Le gustaba la pelea de gallos tanto como la cacería y la pesquería.
«Desde principios de los años 50 participó en los concursos de pesca de la aguja, e incluso se le puso su nombre a uno de estos. Fue practicante clave en el CCC, que en 1955 pasó a Rancho Boyeros. Yo fui uno de los pobres, que formó parte también del círculo de sus amistades no intelectuales.
«En 1959 “Papa” tiró en el Club del Cerro en la Copa Sierra Maestra, ya en Boyeros, con la participación de 106 tiradores de pichones. Ganó un canadiense. Yo entregué al Museo de Finca Vigía tres libros de los récords del Club de Cazadores, creado en 1907, que ya cumple un siglo.
«Después le nombraron Jorge Agostini y está desde hace años abandonado, algo triste.
«Soy jubilado y tuve un grave accidente de tránsito en 1959. “Papa” me fue a ver varias veces al hospital Emergencias antes de marcharse definitivamente de Cuba, cuando supo que a su niño-perro le faltaba una pierna. Pero se fue convencido de que, como en su caso, nunca me faltó la admiración y el apoyo a la Revolución y a Fidel.
«Yo sé que recordar duele. Cuando supe que en Estados Unidos se dio un tiro, el 2 de julio de 1961, sentí dolor hasta en la pierna que me faltaba. Pero nunca me he olvidado de las cosas que me dijo y del ejemplo que me dio.
«¡Ah, no sé si llegó a decirle a Fidel que supo por mí que en sus prácticas de tiro él utilizaba sus escopetas!».
Agradecimiento a los colegas Julio Gómez Lluciá y Doris Hernández Fernández. A él, por darnos la pista de este trabajo y a ella por prestarnos las fotos históricas y brindarnos más datos sobre el entrevistado.