Afecto y cuidados de todo tipo no le han faltado a Kirenia. Monte Verde, Yateras, Guantánamo.— No es únicamente la singularidad de estar muy próximo a uno de los puntos (La Clarita) por donde cruza el meridiano 75 Oeste de Greenwich, el cual rige el horario en Cuba, lo que podría despertar el interés periodístico por tan apartado y resplandeciente rincón del Oriente cubano.
En aquel entorno agradable, signado por bajas temperaturas y un régimen pluvial habitualmente elevado, anidan historias de realizaciones humanas que superan posibles desalientos e incertidumbres de la vida.
Kirenia y Georgina pueden confirmarlo. Son dos jóvenes muchachas, de alguna manera golpeadas por las circunstancias, pero asidas a las tantas opciones que se abren para cualquier cubano de estos tiempos.
Resultado de un parto prematuro —su madre Ileana Wilson Pons Chivas la tuvo a los siete meses de gestación—, Kirenia Chivas Wilson nunca ha podido valerse de sus piernas a causa de una parálisis que afectó sus órganos de locomoción. Sin embargo, la joven de 17 años «camina» por la vida sin que le hayan faltado cuidados médicos, educativos, el afecto familiar y comunitario, así como el interés gubernamental por hacerle más llevadera su existencia, como se desprende de las palabras de la madre.
«Estuvo internada en tres ocasiones en el hospital capitalino Frank País, donde ha sido intervenida quirúrgicamente varias veces. A los 12 años, matriculó en la prestigiosa escuela Solidaridad con Panamá, en la cual permaneció por espacio de seis años», confiesa Ileana.
Y Kirenia añora sobremanera esa etapa de su bregar habanero: «aprendí a hacer collares y otros objetos artesanales en los talleres del profesor Miguel Cañete. Quisiera hacer una exposición con ellos... Sé encender y apagar la computadora... deseo seguir estudiando», dice la muchacha, a quien pocas veces se le apaga la sonrisa.
«La niña tiene un buen desarrollo en su intelecto; además de recibir adecuada atención médica y cariño de la gente de Monte Verde, los trabajadores sociales y las autoridades del lugar, quienes se ocupan de atendernos, aunque aún no resolvemos nuestra necesidad de vivir un poco más próximo a la carretera principal», tercia la mamá.
Una amiga, otra madre
Sostén económico de su hogar, Georgina agradece a los trabajadores sociales esta posibilidad.
El afán de seguir adelante juntó los destinos de Kirenia y Georgina Villalón Castillo, una joven de 27 años, hasta hace unos meses desocupada y con un hogar a cuestas para mantener sola a sus dos hijos de seis y diez años, además de a su madre.«Los trabajadores sociales me contactaron para que atendiera a Kirenia y no lo pensé nada. Sabía de su existencia y pensé que era una manera de ayudarnos mutuamente. Este salario de 335 pesos alivia económicamente nuestra situación.
«Ya Kirenia es como una hija para mí, aunque al principio fue difícil manejar la situación, que requiere cuidados especiales, atenciones esmeradas, el almuerzo en tiempo, bañarla, sacarla a pasear a tomar aire fresco, pero con cariño se resuelve todo», amplía Georgina, a quien el empleo le despierta su vocación pedagógica.
«Curso el grado 12 en la Facultad Obrero–Campesina, y albergo la esperanza de convertirme en maestra algún día», dice.
Los beneficios de esta oferta laboral, derivada de uno de los programas sociales de la Revolución Cubana no solo alcanzaron a ambas muchachas, sino también a Ileana, para quien la enfermedad de Kirenia fue un impedimento en sus pretensiones profesionales.
«Para mí significa la posibilidad de que la niña reciba los cuidados necesarios, y yo pueda seguir los estudios, interrumpidos hace varios años en el pedagógico guantanamero. Ya me gradué de asistente educativa, y empiezo a abrirme paso en la vida», enfatiza.