«En menos de un mes todo estuvo nuevamente listo para la zafra», aseveró Nioby Iznaga Jarrosay, director del central. Fotos: Jorge Luis Merencio Cautín
MANUEL TAMES, Guantánamo.— Cuando Manuel La Cera supo la noticia respiró tranquilo y hasta una palabra dura se le escapó: «Creí que jamás volveríamos a moler. A la verdad ese cierre complicó mi vida. Me enviaron, junto a otros reubicados, para el central Argeo Martínez con un salario de 300 pesos».
Para este obrero era terrible la «levantadera» de madrugada, o en otros horarios, para viajar diariamente 15 kilómetros hasta aquel lugar.
De padre y madre azucareros hasta la jubilación, La Cera ha dejado 19 de los 39 años de su existencia entre los hierros del ingenio, casi siempre como operario de la centrífuga: «El central significa mucho para este pueblo. Más trasporte, mayor flujo de personal... con él regresa la esperanza al municipio», refiere.
Agitado por el dios Cronos, Yoiler Cobas Durand solo tiene escasos minutos para dialogar. El mozalbete de 26 años de edad deja entrever que es la hora del cambio de turno y no puede fallarle a sus compañeros: «Extrañaba el ambiente aquí adentro, los colectivos juveniles de zafra animando la emulación, y las fiestas de inicio y fin de molienda», asevera.
El físico y astrónomo italiano Galileo Galilei no dudaría en parafrasearse:«Y sin embargo... muele», si viera renacer como ave fénix al central azucarero de este municipio oriental de más de 15 000 habitantes. Aunque neófito en el oficio de producir azúcar, al «tozudo» científico le desconcertarían las voces de júbilo y el vigor que destapó aquí el regreso a la molienda del Complejo Agroindustrial (CAI) Manuel Tames, la principal industria del municipio.
El rugido estentóreo de sus máquinas se había escuchado por última vez el 23 de febrero de 2004. La paralización obedecía, esencialmente, a serias limitaciones con el abasto de agua, lo cual determinó que el Manuel Tames se contara entre las 70 fábricas cerradas como parte de la estrategia nacional para reestructurar la industria azucarera.
Además, en toda la Isla se retiró del cultivo de la caña un elevado porciento de la tierra total dedicada a este fin, que se destinó a otros usos agropecuarios, como la producción de viandas, granos y hortalizas.
Los jóvenes representan el 65 por ciento de la fuerza incorporada a la molienda.
Si bien la fuerza laboral del ramo experimentó abruptos movimientos, ningún trabajador quedó desamparado, se aseguró su reubicación en otros sectores y se mantuvo el pago del salario que devengaban miles de ellos en todo el país, mientras aprovechaban la oportunidad de estudiar, dentro de la denominada Tarea Álvaro Reinoso.Pero a la vuelta de dos años el mercado internacional del azúcar ofrecía mejores precios y, hacia lo interno, crecía en la provincia, hasta generar excedentes, el volumen de caña, influido por mejores rendimientos.
Tales circunstancias permitieron tomar la decisión de echarle una mano al Argeo Martínez, el único central que continuó moliendo aquí, explicó el ingeniero Nioby Iznaga Jarrosay, director del CAI Manuel Tames.
«Se dio la orientación de empezar las reparaciones y en menos de un mes todo estuvo listo nuevamente. La fuerza calificada empezó a retornar escalonadamente y en las áreas más sensibles contamos con el apoyo de especialistas del INDER, Educación y la Fábrica de fósforos», afirma el directivo.
Asegura Iznaga que están en marcha planes para continuar la recuperación de las áreas cañeras dentro del potencial de 4 500 hectáreas de que disponen, el 42 por ciento de ellas irrigadas.
MÁS QUE NOSTALGIASTan solo suma 24 años y ya Ariel resulta imprescindible. Esta será su primera zafra azucarera. Ocupará el puesto de instrumentista, para el cual recibió adecuada preparación. «Se trata de la automatización de los procesos productivos. La especialidad, junto a la eléctrica, es muy necesaria en esta industria, y generalmente los técnicos se van para otros sectores mejor pagados. Me complace empezar por esta experiencia laboral».
Este joven, como otros, sentía que hasta en los temas de conversación había un ambiente de tristeza mientras el central estuvo paralizado.
«Algo faltaba, además de que disminuyó el transporte desde y hacia el municipio. Había nostalgia de los pitazos de la industria, del olor a miel y... del bagacillo, que muchas veces importuna a la gente», dice Valentín Fariñas, un reconocido productor de referencia de la agricultura urbana, quien retorna tras diez años fuera del ingenio.
«Hoy hacen falta obreros con conocimientos y calificación, y dije que podían contar conmigo. Esto, en ocasiones, choca con la atención a mis tierras, una tradición familiar de más de 90 años; pero si queremos mantener viva nuestra industria insignia tendremos que dejar cosas personales por el bien colectivo», dice este hombre de 50 años.
Hay jubilados de vuelta al ingenio, como Luis Mariano Pérez, quien siempre intuyó el regreso a los tachos: «Algo me decía que “el Tames” no debía parar definitivamente. Por muchos años fue un buen central, no por gusto lo bautizamos como el Reloj guantanamero, pues era muy eficiente».
Leonardo Pérez, de 36 años, se sentía cómodo en su puesto de trabajo en la Dirección Municipal de Deportes, pero acudió al llamado de la zafra mientras haya caña por moler. Él domina muy bien el oficio de instrumentista y esa área estaba crítica por falta de personal especializado.
«Estuve aquí desde 1985 hasta el pitazo final en el 2004. En este tiempo me adapté a la nueva responsabilidad al frente de un cuerpo de protección e higiene; sin embargo, dijeron “hace falta ir” y aquí estoy; creo que sin central la vida languidece en el municipio», confiesa Pérez.
Son señales inequívocas de identidad y arraigo que dejan ver el peso de esa industria en la vida del municipio. Alrededor del 80 por ciento de sus más de 15 000 habitantes se beneficia o tiene vínculos directos o indirectos con ese sector, que es responsable de alrededor del 50 por ciento de la producción mercantil del territorio, y hace un significativo aporte de leche, carne, viandas, hortalizas y granos, aseguró el director del CAI.
Específicamente en la producción cañero-azucarera intervienen unos 1 200 trabajadores (338 fabriles), el 65 por ciento jóvenes, seguidores de una tradición familiar ligada a las zafras de la gramínea, explicó Iznaga.
Por eso, a la hora del pitazo añorado, Manuel La Cera era nuevamente un pez en «su» agua, junto a la centrífuga del Reloj guantanamero, eterna compañera de sonrisas y a veces también de desalientos, como cuando en febrero de 2004 pensó «caramba, ahora esto se ...».