La orquídea sufrió un infarto entonces. Y la paloma se enmudeció por la noticia. Ella, la Flor de Cuba, la que curaba los almendros y descongelaba los pantanos con su sonrisa y su trabajo sin fatiga, dejó de respirar... Enero era.
Silvestre anduvo siempre, sin miedo al zepelín eventual que surcó el cielo de Media Luna, ni al caracol salvaje de la playa, ni a la pirueta grave de un avión en una tarde.
Quién como ella, capaz de desaparecer un zapato de un familiar que llega a su morada, ocurrente al punto de tragarse «un vidrio» en uno de sus juegos, singular al límite de enfermarse de fiebre emotiva por el deceso de la progenitora.
Quién, como ella, capaz de recolectar juguetes para llevarlos a los pequeños sin zapatos. Quién, como ella, con el don de nadar, de andar a caballo como si planeara, con el poder de bordar lo mismo vestidos que arcoiris en los cielos y en los ríos.
Un día tuvo una monita de mascota, que escapó en medio del correteo adolescente. Y quiso un hombre capturarla haciéndole heridas con sus pinchos de liniero a una palma. Suplicó la mujer como si sangrara a chorros, prefería casi olvidar al idolillo animal antes que lastimar la planta. Sensible eternamente.
Un día dobló rauda, jugándose la vida, varias esquinas... con el plomo a sus espaldas; otro se disfrazó de embarazada para burlarse de las hienas; quién, como ella, tuvo que zambullirse a un marabuzal del que se le enterraron mil garfios en la cabeza. Ella, tan intrépida e indómita, entre lanzas.
Un día, a cien años de un alumbramiento en Paula, tuvo alas y con su padre se encaramó al Turquino. Transportó al Martí insomne que aún hoy le mira desde su estatura de Apóstol sempiterno. Otro día, tiempo después, volvió a la cresta, pero esta vez de verde olivo, con un fusil en el hombro tierno de mujer. Ella, la guerrillera, la primera.
Quién, como ella, se infiltró tanto en el corazón de Fidel y en el de todos los cubanos. Cuando alguien en su soledad o desespero perseguía una luz de esperanza más allá del laberinto acudía a ella, como si hubiese sido el bálsamo de los sin voz, o el manantial de los milagros terrenales. La imprescindible.
Un día fue diputada, muchos otros bastón del campesino, referencia de sus semejantes, verdad de un pequeñuelo, secreto del Estado, cuerda de un violín de trigo. Jamás sin inmodestia, sin importarle títulos. Quién tan versátil y modesta.
Un día, como todos, murió. Aunque... ¿Será cierto? ¡Hay tantos que la han visto proyectada a la sobrevida! ¡Hay tantos que la han visto transfigurada en flor, en ninfa milagrosa, regando aroma fértil al mundo! Y la han mirado en el tallo del cafeto, en la garganta de la luna, en un trozo de luz.
Quién como ella, sensible eternamente, primera guerrillera, imprescindible en nuestra historia, versátil y modesta, sencilla como una candelilla. Quién con tantos nombres: Flor, Mariposa, Ninfa, Esther de los Desamparados... o simplemente Celia.