La tecla del duende
A casi 60 años de aquella larga noche en que sus hijos sangraron la juventud en una calle de San Juan y Martínez, Esther Montes de Oca acaba de decir adiós. Parecía que esta mujer, maestra por vocación y por destino, jamás se despediría, sobreviviente como era del sufrimiento innombrable.
Pero luego de un siglo y un lustro irradiando afecto en su pueblito de campo tabacalero, regresó Esther al polvo enamorado de sus niños, que fueron demasiado hombres en un tiempo de bestias.
Uno sabía de ella, leía de ella, pensaba en ella a lo lejos y no se podía explicar cómo, con qué armaduras, esta mujer sencilla convivía con el recuerdo perenne y conservaba la lucidez para cortar los naufragios terribles de la memoria adolorida.
Luis y Sergio, sus muchachos mártires y poetas, le brillaban en los ojos, la acompañaban en la rotunda soledad del alma, le amueblaban el terco afán de la sonrisa en la tertulia interminable de una familia que desapareció en la bruma, pero renacía en el horizonte.
Algún visitante conmovido pudo pensar alguna vez que su Casa Museo era, de cierta forma, una cárcel autoimpuesta por la evocación doliente de los dos jóvenes heroicos. Sin embargo, ella, nadie sabe con qué arrestos, fue más libre cada día, en su inmóvil custodia de la esperanza incólume.
Esther querida, madre de sus hijos, hija de sus hijos, tiempo de sus hijos, en una sobrevida que se alargó simbólicamente hasta casi tocar las auroras del imposible. Dijo adiós, Esther, y dijo más. Aunque a nosotros, simples moradores de esta época suya, nos lleve la vida entenderlo.
Reunidos alrededor de la emblemática Ceiba que marca el medio de Cuba, los tecleros de Guaracabulla celebraron los 169 años del pequeño poblado. La poesía y la amistad centraron la peña.
Ser estudiante no es solo repetir en el examen materias, la mayor parte de las veces aprendidas ligeramente, ni asistir todos los días a clases, [...] es llevar en su frente joven las preocupaciones del presente y el futuro de su país, es sentirse vejado cuando se veja al más humilde de los campesinos o se apalea a un ciudadano. Es sentir muy dentro un latir de Patria, es cargar bien pronto con las responsabilidades de un futuro más justo y más digno. Sergio Saíz Montes de Oca
Bien lo dijo Martí —guía de nuestra lucha—, al definir a Cuba como un país hambriento de justicia verdadera, porque esta tierra nuestra espera una gran cura de costumbres, una inmensa labor de sanidad pública, donde pueda decirse hombre honrado y no suene falsa la frase y donde la dignidad humana no sea puro mito, sino existencia verdadera. Luis Saíz Montes de Oca