La tecla del duende
Último teclazo de 2015. ¿Qué decir? Solo un abrazo y nuestro deseo de dicha grande para el tiempo que llega. Aquí les van estos versos que Fernando Martínez Martí dedicara a la abuela Walkiria. Ascendamos.
No puedo permitir que me abandones,/ en medio de la selva citadina:/ ¿cómo voy a encontrar aquella esquina,/ la esquina donde tus meditaciones/ siempre me regalaron sensaciones/ de seguir adelante? Tengo miedo./ Si me falta mi abuela ya no puedo,/ ¿con quién criticaré a los Industriales?/ ¿Cómo tendré medida de los males/ que afectan la salina y el viñedo?/ Te lo juro, abuelita, tengo miedo:/ será que, ante el silencio de tus luces,/ oscuro caeré, como de bruces,/ en medio de la trampa. Yo no puedo./ Si tú me faltas ya no tengo un credo,/ toda mi religión se resquebraja,/ toda literatura es polvo y paja,/ cuando tus oportunos comentarios/ no estarán más en los correos diarios/ que me ayudaron a «cuadrar la caja»./ Debo reconocer que estoy en baja./ Debo reconocer mi cobardía./ Pero frente al temor, tu rebeldía/ se muestra frente a mí, dices: —Trabaja,/ que si ahora tu fe se resquebraja,/ mis palabras te habría dicho en vano./ Te doy las gracias por tender tu mano/ a este nieto teclero hereditario,/ que lleva cual si fuera un incendiario/ el fuego de tu voz, siempre verano./ Este orgullo que siento al ser cubano/ se afianza recordando los momentos,/ que por decenas o quizá por cientos/ me instaste a recorrer como baquiano,/ a conocer cual palma de la mano/ la isla de mi amor y mi desvelo./ Te doy las gracias, me aferré a mi suelo,/ por tu forma de ser, vieja bendita./ No te vayas muy lejos, abuelita:/ tú haces falta en la tierra, no en el cielo.
Como hace diez años su amado, partió a la Poesía, Eloína Pérez, la novia y musa eterna de Jesús Orta Ruiz. Del Indio Naborí es El amor en los tiempos de prosa.
(A Gabriel García Márquez) Junto a mi cabecera/ una mujer marchita,/ celosa de la muerte,/ está velando día y noche,/ atenta a mis orines y mis heces fecales,/ sustituyendo con los ojos suyos/ los míos obsoletos,/ dándome el alimento como a un niño,/ bañándome, vistiéndome,/ besándome, acariciándome las manos.// En un ambiente así/ —no luna, no balcón, no prímula—,/ si Romeo y Julieta no hubieran decidido suicidarse/ y hubiesen arribado a la vejez/ ella, caído el seno y desdentada,/ poniéndole un enema a su galán montesco;/ él, enferma la próstata/ y consumido el falo,/ ¿se mantendría la promesa del amor eterno?// No sé:/ pero el amor en las postrimerías/ es más prueba de amor que el suicidarse/ una joven pareja enamorada,/ pues los muertos no ven su pudrición./ Nosotros, sin embargo, pudriéndonos en vida,/ palpando nuestras ruinas como los jaramagos,/ continuamos amándonos,/ cambiamos la pasión por la ternura/ y reafirmamos que es posible/ la eternidad en el amor.
«Donde no puedas amar, no te demores». Frida Khalo